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Perdonar sin que nada cambie…

“El Estado puede perdonar a su modo. Pero, ¿y los que han sido afectados directamente?”, se pregunta Marlon R. Madrid-Cárdenas, a raíz de la ola de paramilitares y guerrilleros presos que ofrecen su arrepentimiento a cambio de su libertad.

Semana
1 de abril de 2006

En la sordidez de una cotidianidad donde reina el “sálvese quién pueda”, el Estado va otorgando perdón y rebajando penas a ex combatientes. No sea que se le acabe la gracia divina antes de que finalice esta guerra y no tenga más indulgencias para repartir al final. Muy cerca, las víctimas escuchan el agudo taladro que desprende las fibras de la carne al paso de un afilado perdón. El Estado puede perdonar a su modo. Al fin y al cabo es una mole administrativa impersonal despojada de corazón y, por lo tanto, de sentimientos; pero, ¿y los que han sido afectados directamente?

Paramilitares presos en las cárceles de Bellavista y el Buen Pastor piden perdón a las víctimas en espera de recibir de la justicia una reducción de la pena. “Yo, Hernesto Piedrahita Salazar, con c.c. 71.752.988, pido perdón de corazón y en público a la familia Bedoya por haber ocasionado la muerte de su hija y hermana Renata María Bedoya […]”, aparece en un edicto. La palabra perdón –despojada de arrepentimiento y de reparación material a los afectados– parece que empieza a convertirse en el tiquete que abre los brazos de la justicia estatal.

En un gesto similar el día de su desmovilización, Rodrigo Tovar Pupo, alias ‘Jorge 40’, pide perdón a las viudas, huérfanos y víctimas de la guerra. Sin embargo, al mismo tiempo espera que la historia justifique la labor efectuada por los paramilitares en el Cesar (El Tiempo, 11-03-2006).

Una combinación tropical de arrepentimiento y apología de la acción: “te pido perdón profundo por haber torturado y asesinado a tu hijo, pero no olvides que la violencia es la partera de la historia. Tienes una razón natural para regocijarte”.

No obstante, esta indulgencia que a regañadientes piden algunos paramilitares se ahoga en la instrumentalidad de la ley y en la banalidad que le imprime el conflicto. Lo primero, en razón de que en una lógica economicista sale más barato pedir perdón públicamente que devolver las tierras expropiadas a los campesinos, indemnizar a las madres, esposas y padres de los asesinados que cayeron bajo sus armas o a los desplazados que alimenta la miseria de los andenes citadinos. Y lo segundo, porque ese perdón es futilizado por el alboroto de un conflicto armado que prosigue y del que nadie sabe cuándo será su final. En últimas, el perdón que piden algunos paramilitares, en medio de la guerra, expresa lo lejano que nos encontramos tanto en profundidad como en tiempo de una reconciliación nacional.

Una contracrítica podrá considerar que no se puede esperar que se acabe el conflicto para iniciar la etapa de reconciliación, así esta reconciliación sea a medias. Esto puede ser una verdad parcial para la razón de Estado, pero no una razón justa para los sentimientos del corazón. El Estado nunca podrá otorgar perdón verdadero. “Ningún gobierno puede perdonar. Ninguna comisión puede perdonar. Sólo yo puedo perdonar. Y no estoy dispuesta a perdonar”, sentencia una mujer de raza negra en las audiencias adelantadas por la Comisión de la Verdad y la Reconciliación en Suráfrica (Galtung, J., Tras la violencia, 1998, p. 58).

El perdón en un proceso de reconciliación busca la cicatrización de las heridas dejadas por la violencia y la reconstrucción del modo menos traumático de las relaciones entre agresor y víctima, luego del final de una confrontación. Por lo cual, siguiendo este sentido, puede resultar más traumático para todos perdonar a los que prorrumpen por la puerta de enfrente del arrepentimiento mientras vemos al mismo tiempo que por la del sótano siguen saliendo los muertos y los desplazados provocados por los combates apologéticos que prosiguen al interior.

Perdonar... Perdonar a las Farc por los cuerpos despedazados que rematan sus cilindros-bomba. Perdonar al ELN por el ajusticiamiento de civiles contrarrevolucionarios en plena plaza pública. Perdonar a los paramilitares por los brazos y cabezas degolladas que dejan sus machetes. Perdonar a las Fuerzas Militares por masacres y desapariciones que le han valido el señalamiento internacional. Perdonar a los dirigentes del Estado responsables de que la mayor parte de su población viva en extrema pobreza existiendo abundante riqueza. ¿Tiene el corazón tanto amor para derrochar? Perdonar sin que nada cambie es pedir demasiado.

Posiblemente les sea más fácil perdonar a las nuevas generaciones. No a estas que envejecen en el desgarramiento del abuso. Tristemente lo mucho que se pueda ofrecer para una reconciliación a medias es escarbar en el lugar más inflamado de nuestros corazones ese pedazo de dolor labrado cuidadosamente por la violencia apologética y tratar de cambiarlo por una máscara de olvido o de rabiosa indiferencia.


*Politólogo.
Docente ocasional Universidad Nacional de Colombia, Universidad del Rosario.

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