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Periodismo libre

La protección oficial destina 400 millones de pesos a salvaguardar la integridad de los periodistas

Semana
12 de marzo de 2001

Todo el que quiere puede en teoría publicar en Colombia. Publicar, sin embargo, consiste en divulgar, en hacer público un pensamiento, una noticia. Y en cómo divulgar está la dificultad. Los periodistas (festejados el pasado 9), esto es, quienes se han dedicado profesionalmente al ejercicio de hacer públicos los hechos, generalmente unidos a sus propias ideas, deben embarcarse en alguna de las grandes empresas, que cuentan con un poder de comunicación ya establecido. Empresas que podrían llamarse también establecimientos de prensa.

Nadie puede por sí solo, como ocurría a la salida de la misa, en la parroquial y legendaria Santa Fe, entregar su hojita periodística y reflejar en ella, con incidencia en los demás, su punto de vista, muchas veces atolondrado. Esa es la libertad personal de prensa. Lo otro, lo pragmático, lo que dio la realidad y la evolución es que se necesita de una gran empresa comunicadora y de distribución —que se conoce hoy como el medio— para que opiniones y relatos lleguen al gran público de las inmensas ciudades y países de la modernidad.

Quien esto escribe ha sido bastante favorecido en materia de libertad periodística. Ha aportado su esfuerzo por ser independiente, pero, con las limitaciones que él mismo se ha impuesto, ha tenido el respeto de directores y propietarios del respectivo medio divulgador. Es de recordar y agradecer la liberalidad de Guillermo Cano, el inmolado director de El Espectador, donde pudo rendir largos años de colaboración periodística.

De continuo la libertad de prensa ha contado con grandes enemigos. Comenzando, como ya lo expresé, con la dificultad misma de que un individuo, por sí y ante sí, pueda divulgar lo suyo, salvo precariamente. No pasará de ser un Goyeneche en predios universitarios o un Mamatoco, con un impreso que escasamente circulaba en torno de una estación policial, donde encontró el martirio. Fue un púgil el primer mártir del periodismo moderno.

Otro enemigo lo constituyen los intereses económicos que financian tan poderosas empresas de prensa, las cuales, para ser impulsadas, requieren un no menos poderoso motor publicitario y comercial. Por lo general, se procura diversificarlo para evitar el monopolio de la información.

Pero el periodismo tiene en ocasiones, como la de ahora en nuestro país, todavía más tenebrosos enemigos. Son los intolerantes hombres en armas. De un lado y del otro de las extremas. El caso espeluznante de la presentadora de noticias y sagaz interlocutora, doña Claudia Gurisatti, es apenas uno más en la lista de la persecución a muerte que padecen hoy los hombres y las mujeres del oficio de prensa. Raúl Echavarría Barrientos, Guillermo Cano, Diana Turbay, Gerardo Bedoya (muy olvidado periodista, asesinado en Cali), Jorge Enrique Pulido, el irrepetible Jaime Garzón y otros, cuyos nombres yo también olvido, integran una nómina, al mismo tiempo triste y gloriosa de mártires de la libertad de expresión.

Esto sin mencionar los hostigados y perseguidos, cuyo remate no ha sido, por fortuna, la muerte, sino el silencio, tipo el caricaturista Alfin, de El Nuevo Siglo; los secuestrados, como Francisco Santos, cuyo rescate afortunado estuvo ligado a la aprobación de normas constitucionales en 1991. El desolado caso de Jineth Bedoya, primicia de sacrificio en el nuevo diario de Bavaria y el de la ‘Chiva’ Cortés, de resonante eco.

Ajenos a la desgracia y a la lástima, los denodados periodistas de este país descuadernado, siguen arriesgando su tranquilidad. Reporteros, reporteras, corresponsales de guerra y comentaristas de escritorio, que tampoco tienen sosiego en su labor, cuando a la guerra de enfrentamientos se añade la insidiosa guerra sucia y se viven aún peores augurios.

Esta profesión de riesgo, pero tan indispensable a la democracia, no tiene por respuesta oficial, en orden a su protección, sino la destinación, —del saqueado presupuesto nacional — de una descomunal suma: 400 millones de pesos (!). No sé si alcanzará para dos autos blindados o, acaso, para un par de carrozas fúnebres.

Los dueños de los medios son, en fin, los verdaderos titulares del derecho de prensa. Es, pues, natural, y ha ocurrido siempre, que quienes son propietarios de un órgano periodístico dispongan de las oportunidades que les brindan a sus colaboradores particulares.

***


En un informe sobre los acosos a la prensa, publicado en esta revista, quiero destacar un error, posiblemente involuntario, en que se incurrió al describir las amenazas de que ha sido objeto la periodista Gurisatti. Se menciona que estas han ocurrido sobre todo después de algunas entrevistas y entre ellas la que le hizo “al prófugo Alvaro Leyva”. La acepción de prófugo es inapropiada y grave por cuanto un asilado político, cobijado por una protección jurídica internacional, no puede descalificarse con el término incriminatorio usado para quienes huyen de la justicia.

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