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Y de repente… ¡sas!, surge Petro

¿Aparecerá una convergencia que ofrezca alternativas a quienes no piensan como Santos, Uribe o Alianza Verde y que contrarreste al voto en blanco y al persistente abstencionismo?

Germán Uribe, Germán Uribe
15 de diciembre de 2013

Sinceramente no creo que el presidente Santos vaya a ser reelecto. Y no porque piense con las ganas. No, sino porque estoy convencido de que en la segunda vuelta -que como están las cosas tendrá que darse- la cuenta de cobro le llegará puntual y oportuna al candidato reeleccionista. Su gobierno ha sido decepcionante. El dedo acusador de la opinión pública, y particularmente de los votantes durante el fragor de la durísima campaña electoral, indefectiblemente lo señalará castigando sus fracasadas promesas en salud, educación, infraestructura vial, portuaria y férrea, política agraria, aniquilación de las bacrim y de la delincuencia común creciente en las ciudades, reforma a la justicia, y un largo etcétera. 

La paz, bueno, aunque probablemente a ella se “resignara” el antiguo belicoso ministro de Uribe -ordenó bombardeos en un país vecino y mientras sienta en la mesa a sus enemigos para conversar sobre la paz, ¡dispone la muerte del jefe de sus interlocutores!- vislumbrando que de conseguirla, de pronto esa sería la clave para otros cuatro años de mandato. Así como tampoco creo, francamente, que él lleve tatuada en el alma una paloma blanca, salvo que a ésta la cruce una resplandeciente banda presidencial y, quizás, un Premio Nobel. En todo, lealtades personales y compromisos políticos, económicos y sociales serios y de fondo, Santos parece ser más un Uribe en cuerpo ajeno que su émulo o su renegado. Sus diferencias son de ego, de apetitos. Leal con el pueblo no es aquel que prometiendo hacer “chillar a los ricos” con una reforma tributaria, pone a llorar a los pobres en medio del alborozo de quienes lo sostienen en el poder.

Pero hoy no me ocuparé nuevamente de la “cátedra Santos”.

Lo de ahora es otra cosa. De un lado, la bienvenida a la UP y a Aída Abella y felicitarnos por su regreso al ajedrez político. Y del otro, seguir tratando de elucidar en qué podría terminar esta maraña electoral: la polarización del país, como en las aciagas épocas de la violencia de los años cincuenta, nutrida por el espectáculo de cáusticos ataques personales entre el uribismo y el santismo y las embestidas inquisitoriales del Procurador Ordóñez; la desfachatada candidatura a cuerpos colegiados legislativos de numerosos sujetos sub júdice o con parentela muy cercana inmersa en delitos y en calidad de investigados o presos; movimientos neofascistas intentando gambetear normas electorales con truquitos fotográficos tan propios de la era hitleriana y otros, en fin, apeñuscados en el festín de apoyos económicos oscuros, montando “pirámides” en el jugoso bazar de la contratación estatal y fungiendo como candidatos a lo que sea, mientras con voracidad pantagruélica se pasean entre un partido y otro mandando sus ideologías y principios a la física m…

Todos sabemos de qué manera la izquierda colombiana, cuyos fracasos hay quienes atribuyen equivocadamente a la existencia de las FARC, ha tenido una dinámica histórica en contraposición a la construcción unitaria que estaría obligada a forjar. Y es que esta unidad se ha mantenido desde siempre como un frágil deseo o una mera utopía, a sabiendas de que en tanto ella se disemina en pequeñas “izquierdas”, unas más de izquierda o más de centro que otras, la derecha, ordenada y beligerante, tiende en todos los casos y en todas las coyunturas a encontrar su unidad y a dirigir su ideología sin contemplaciones a su objetivo único: el manejo y uso del poder que garantice su dominio político, y el mantenimiento de una desigualdad social y económica que ellos saben que los privilegia. Siempre han sido menos en número, pero siempre han podido hacer más por lo suyo.

Uribe y Santos son, sin equívocos, la confirmación de esta regla.

De ahí que la llegada a la contienda electoral de la UP rediviva y la presencia de Aída Abella como su figura estelar, sean una buena noticia.

Pero es que también se está registrando otro hecho político que bien podría llegar a constituirse en la sinergia que la izquierda requería para hacer más fuerte su voz y su presencia. Lo de Petro y su resistencia a dejarse pisotear en sus derechos políticos, aupado por miles y miles de ciudadanos en Bogotá y numerosas regiones del país, lo vislumbro sin vacilar como un fenómeno que podría hacer estallar el rumbo calmo y previsible de las próximas elecciones. ¿Por qué no pensar que con esta convocatoria que él hace a los indignados de Colombia se pueda estar facilitando la apertura a un camino de convergencia que en pocos meses le pueda ofrecer una alternativa a quienes en este país no piensan ni como Uribe, ni como Santos, ni como la Alianza Verde, procurando contrarrestar el inocultable ímpetu del voto en blanco y a la veterana corriente abstencionista?

Todos aquellos movimientos democráticos que como El Polo, Marcha Patriótica, el Congreso de los pueblos, la Minga Indígena, la Mane, País Común, la UP, o el anunciado “movimiento de los indignados” de Petro, dan muestras de un común denominador en tantas cosas, bien podrían volcar su vocación de poder y su capacidad organizativa hacia la única forma de lucha que garantizaría su éxito: superando personalismos, cediendo en terquedades y combinando estrategias, rodear a uno solo de sus líderes y ofrecerlo al país como la opción presidencial que enfrente con buenas posibilidades a la centro-derecha de la Alianza Verde, a la derecha santista o a la azarosa extrema derecha del uribismo.

Bienvenida, pues, la Unión Patriótica que en los años 80 y 90 vio como asesinaron a más de 4.000 de sus militantes y que ahora, gracias a la restitución de la Personería Jurídica, renace con decoro y decisión admirables. Sobreviviente de tal genocidio, bienvenida también Aída Abella a su casa y al entorno social y político del que, para vergüenza de Colombia, alguna vez debió salir.

Y bienvenida “la movilización de los indignados” jalonada por Petro.

¡Vaya, vaya…!

Reproduzco de Las2orillas: “Exactamente 357 personas se encargan de la seguridad de Uribe. Al expresidente se le han asignado 14 camionetas blindadas, más 35 vehículos, 20 motos de alto cilindraje, dos cuatrimotos, 37 fusiles de largo alcance, 177 pistolas semiautomáticas, 45 chalecos antibalas, 93 radios de comunicación y 58 teléfonos del operador Avantel. El departamento de Policía es el que más pone en presupuesto con una suma de $10.299 millones, le sigue la Unidad Nacional de Protección con $5.048 millones y el Ejército que gasta $2.784 millones. Desde su salida de la Presidencia de la República, la seguridad de Uribe Vélez le ha costado al Estado $54.393 millones”. ¿Será que él tiene razón cuando dice que este es un gobierno derrochón?

guribe3@gmail.com

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