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Petro no es Farc

Nuestros candidatos presidenciales deberían aprender de McCain y no de Trump. Construir y no destruir. No todo vale. Colombia merece más

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
10 de marzo de 2018

Era octubre de 2008. El senador John McCain, candidato republicano a la Casa Blanca, languidecía en las encuestas frente al demócrata, Barack Obama. Sus asesores le recomendaban por enésima vez resaltar la relación de Obama con el incendiario reverendo Jeremiah Wright. En sus sermones, el pastor negro había maldecido a Estados Unidos y acusado al gobierno de todo tipo de crímenes.

La campaña de McCain pensaba que vincular a Obama con Wright movilizaría al votante blanco en los estados clave. McCain se opuso a la utilización de la ‘carta racial’. No quería ganar así.

Había sido víctima de las mismas tácticas. En las primarias de Carolina del Sur de 2000, se distribuyó una fotografía de una niña de raza oscura, en la cual se insinuó que era hija de una relación extramarital del senador con una mujer negra (era su hija adoptada de Bangladesh). Perdió frente a George W. Bush.

Durante las semanas finales de la campaña de 2008, frecuentemente se le acercaban simpatizantes a McCain para expresarle su angustia. “Estamos esperando nuestro hijo para el  próximo año. Y francamente estamos asustados. Estamos asustados con una presidencia de Obama”. El candidato contestó: “Tengo que decirles que él es una persona decente.  Una persona a la cual no hay que tenerle miedo como presidente”. Lo chiflaron.

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En otro evento, una seguidora le dijo: “No puedo confiar en Obama. He leído sobre él. Él es un árabe. ¿Cierto?”. En esencia, preguntaba si el aspirante demócrata era un musulmán-terrorista. “No, señora –replicó McCain–. Él es un hombre decente, de familia, un ciudadano. Yo lo que tengo con él son desacuerdos sobre asuntos fundamentales”.

Tras confirmarse su derrota en las elecciones, McCain fue magnánimo: “Insto a todos los americanos que me apoyaron para que no solo lo felicitemos, sino que le ofrezcamos a nuestro presidente nuestra buena voluntad y esfuerzo para … tender puentes”. 

La victoria de Donald Trump en 2016 demostró que los asesores de McCain no estaban equivocados: el miedo y el racismo generan votos.  Para el senador, el precio era demasiado alto. El medio no justificaba el fin.

Nuestros candidatos presidenciales deberían aprender de McCain y no de Trump. Construir y no destruir. No todo vale. Colombia merece más. Y quiénes aspiran al privilegio y honor de gobernarnos, no pueden -no deben- acudir a la bajeza y a la mentira.

Gustavo Petro no es de mis afectos. Considero que una presidencia suya sería catastrófica para el país. Hizo trizas las finanzas de Bogotá e incrementó las diferencias entre nosotros. Petro sufre de un mal incorregible: no sabe que no sabe.

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Fue admirador de Hugo Chávez y en los primeros años de la bonanza petrolera venezolana y expansionismo bolivariano, era un ferviente chavista. Entraba a Caracas como Pedro por su casa. La historia no miente. Y menos en la era de Google. Es lícito que se le recuerde ese pasado. Como también su época en el M-19, aunque creo que hoy es irrelevante: Petro lleva casi 30 años compitiendo y triunfando en franca lid en la política, a pesar de su legado de exguerrillero. Igual que su excompañero en armas, el senador del Centro Democrático, Everth Bustamante.

Pero es una equivocación mayúscula equiparar a Petro con las Farc. Es una acusación sin pruebas y sin sustento objetivo. Es jugar con la ignorancia y los prejuicios. Es denigrante. Es casi infantil si no fuera peligrosa (el reciente incidente en Cúcuta contra el candidato evidencia el riesgo de caldear los ánimos). Las Farc hicieron mucho daño a este país. Que ellos respondan, no Petro.

Hay suficientes motivos para oponerse a Gustavo Petro como para inventarse cuentos. No les queda bien a sus rivales utilizar falsedades y calumnias. Los empequeñece. Esperamos más de quienes aspiran a ser presidente de todos los colombianos.   John McCain no ganó, pero en su derrota mostró el carácter que esperamos de un líder y que deben emular todos los candidatos.  Como dijo el primer presidente del Partido Republicano, Abraham Lincoln:

“No somos enemigos, sino amigos. No podemos ser enemigos. Si bien la pasión nos haya crispado, no debe romper nuestros vínculos de afecto”.

Todos, finalmente, somos colombianos.

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