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Píos deseos para empezar el año

Que no hagan otra reforma laboral 'para crear empleo' y que al final sólo sirva para pagarles menos a los que a duras penas conservan el puesto

Semana
26 de diciembre de 2004

iempre, por estas fechas, los simples mortales sacamos los balances del año que pasó, y los astrólogos hacen los pronósticos que les dicta el horóscopo para el año que viene, y que la realidad -tan llevada de su parecer- siempre desmiente. Mi balance está en rojo, porque yo de la vida me esperaba más cosas, y mejores (aunque me reconozco un malagradecido cuando pienso

que todo pudo haber sido peor, muchísimo peor). Ahora, en lugar de volver a contar lo que pasó, y en vez de fingirme vidente para anunciar el porvenir, me voy a limitar a escribir lo que quisiera que pasara el año entrante, no en mi vida personal (para eso me reservo las 12 uvas de fin de año), sino en la vida del país que más me duele, esta esquina de arriba de Suramérica, donde todavía vivo.

- Que liberen a Ingrid, y cuando digo Ingrid estoy rogando porque suelten a todos los secuestrados, pues ella es sólo un símbolo (el más visible, aunque no sea el más triste) de todos los que padecen la tragedia y la maldad del secuestro. Que los liberen, con canje o con rescate o como sea, pero vivos.

- Que en las encuestas de opinión (el sube y baja de la simpatía) incluyan también al 30 por ciento de los colombianos que no tienen teléfono, y a los que lo tienen desconectado por falta de pago. Mejor dicho, que las encuestas se hagan en la calle.

Amplío el deseo: es normal que en los estudios de mercadeo (marcas de carro, ropa, detergentes) se excluya a la parte más pobre de la población porque "esa gente no compra". Pero es absurdo que en las encuestas electorales se los excluya también con el argumento de que "esa gente no vota". Podría pasar lo de Venezuela, donde salieron a votar por vez primera y los encuestadores tuvieron que tragarse la lengua ante esa sentencia simple y exacta de un jardinero caraqueño: "Los pobres somos más".

- Que los medios de comunicación -radiales, televisivos, escritos- no vuelvan inmenso y ruidoso lo diminuto y carente de importancia (las pedradas y puños de un penalista, los ladridos groseros de un escandaloso), y que no reduzcan a su mínima expresión lo verdaderamente importante: el dolor evitable, la miseria, las tragedias sin cara y sin nombre.

- Que no maten a un sindicalista más. Que no desaparezcan a los líderes de los barrios, a los que protestan pacíficamente por una vida más justa y menos indigna. Que no silencien más periodistas. Aunque también me pregunto: ¿de qué sirve un deseo que no va a cumplirse? Desear algo consiste en imaginarse el paraíso.

- Que a la hora de hacer la nueva reforma tributaria no piensen siempre y únicamente en el IVA para todos los estratos. Que se acuerden de los ganaderos y les pongan impuestos a las reses y a la tierra. Que ya que les ayudamos a los bancos a salir de la quiebra, ahora ellos nos ayuden a salir de quebrados. Ah, y por qué no, que en las ciudades pongan un estrato siete, y otro ocho, pues en el seis hay unos que parecen de estrato 12 y pagan como si fueran de tres.

- Que no hagan otra reforma laboral "para crear más empleo", y que al final de cuentas sólo sirva para pagarles menos a quienes a duras penas conservan los mismos puestos.

- Que no cierren hospitales para comprar aviones de guerra.

- Que haya un proceso de paz con la guerrilla tan generoso como el de los paras, y que ambos tengan éxito. Soñar no cuesta nada. Pero no es imposible: en toda América Latina ya se dieron cuenta de que la lucha armada era suicida e inútil. Hay que encontrar otro camino, el lento y culebrero sendero de las reformas, para disminuir las injusticias y reducir la miseria. El atajo de la revolución no deja sino muertos. Entonces: que Colombia deje de ser siempre la excepción trágica de la muerte y la rabia.

Pero ¿quién convence de esto a 'Tirofijo'? Entonces, que derroten a la guerrilla, pues, pero rápido, como prometen siempre el ejército y el gobierno ("los tenemos arrinconados"). Pero no en otros ocho años de desastre y desangre.

- Que el poderoso DIM siga jugando mejor que nunca, pero perdiendo como casi siempre, de la manera más honrosa e injusta. Nada como poderse regodear en los dulces dolores del masoquismo deportivo.

- Una última cosa. Cada vez que deseo ardientemente algo recuerdo una terrible sentencia pesimista: "Cuando Dios quiere castigar a los hombres, atiende sus súplicas". Y hay otra, muy sensata, del papá de Darío Jaramillo: "Yo a mi Dios no le pido ni comida ni mujeres, sino apetito y ganas". Feliz año.

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