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PLARA TIRADA AL CAÑO

Antonio Caballero
26 de agosto de 1996

Por Antonio Caballero impiar el río Bogotá, que es la más inmunda cloaca del país (en lo físico: en lo moral sigue ganando el Congreso), puede costar 650 millones de dólares en los próximos 30 años. Se supone que eso incluye todo, pues es el cálculo que ha hecho la empresa francesa Lyonnaise des Eaux, que sabe tanto de tratamiento de aguas negras como de tratamiento de políticos. Incluye todo: costos reales, sobornos, comisiones ilegales, vacuna a las guerrillas de la zona, pagos al comandante del batallón local, la minuta del bufete de abogados internacionalistas que va a resolver los problemas con el Estado colombiano por incumplir las cláusulas de costo y tiempo del contrato, la minuta del bufete de abogados penalistas que defenderá a la empresa cuando sea acusada de haber pagado sobornos, comisiones y vacunas; el pago de jueces; el pago de guardaespaldas; el pago de propinas. Todo. Se supone que el plazo de 30 años es para la financiación de todos esos pagos, y no para la limpieza del río (aunque, hablando aquí entre colombianos, será para lo del río: el pago de la financiación seguirá para toda la vida). Pero a pesar de todo, no parece mucho. Otras cosas bastante menos importantes que tener un río limpio han costado mucho más. La telefonía celular costó mil millones de dólares. La represa del Guavio, que sólo sirvió para que el señor Fabio Puyo comprara un apartamento en París, costo 749 millones. Ya no recuerdo cuánto se ha gastado este gobierno en hacerle publicidad a sus proyectos: pero si el papel gastado en eso -sólo el papel- se hubiera destinado a fabricar filtros, todos los ríos de Colombia estarían limpios. De manera que 650 millones de dólares -pongamos mil, sabiendo cómo suelen reajustarse los costos de los contratos con el Estado colombiano- no son nada. Es menos de lo que ganan en un año los Rodríguez Orejuela, y menos de lo que gana en dos Julio Mario Santo Domingo. Y limpiar el río Bogotá es sin duda más útil que los gastos suntuarios en que esos empresarios, legales o ilegales, se gastan la plata que les sobra. Es más útil que el canal interoceánico propuesto por el presidente Samper, y más útil que el hecho de que Ernesto Samper sea presidente, que a ellos les costó millones en camisetas de 'Samper Presidente' y a nosotros nos sigue costando un ojo de la cara en cárceles para los subordinados de Samper (¡Lo que costará, y es apenas un ejemplo, tener contento en la Escuela de Caballería al doctor Fernando Botero a la hora del almuerzo! "¡No quiero acelgas, quiero pollo!", gritará golpeando la mesa con el mango del tenedor y el cuchillo. "¡Quiero caviar sevruga!"). Pero hay voces discrepantes. Hablando de la limpieza del nauseabundo río Bogotá, esta revista cita un artículo del profesor Eugenio Giraldo, especialista en ingeniería ambiental, según el cual "todavía no hay certeza de que la contaminación del río sea lo suficientemente grande como para que amerite el sacrificio financiero que significa para la ciudad" el contrato de depuración. Lo que ha sido un sacrificio ha sido matar el río. Y con el río hemos sacrificado la salud de los pueblos ribereños, infestados de miasmas de Bogotá hacia abajo, hasta el Magdalena y hasta el mar. Y la belleza de la Sabana, y el placer: los patos que venían a la alborada, las ranas verdes de las chambas, los paseos en barca de remo, la sopa de capitán, ese pescado lleno de espinas y rojo de bigotes al que había que dejar un par de días depurándose en la alberca (porque la contaminación del Bogotá se ha venido discutiendo desde el año de 1907). Hemos sacrificado el espectáculo prodigioso del Salto del Tequendama, que ahora es un repugnante desagüe de alcantarilla. Hemos sacrificado el riego de las mejores tierras de Colombia. El trébol, los berros. El agua. Pero al profesor Giraldo le parece que el sacrificio sería intentar recuperar todo eso. Sería, literalmente, tirar la plata al caño. No es así, claro. Por el contrario, la recuperación de un río, además de ser una maravilla, es un negocio excelente. Para la Lyonnaise des Eaux, para los comisionistas, para los políticos que haya que sobornar, para los agricultores de las orillas del río, para las poblaciones que podrán volver a beber sus aguas, para los restaurantes que vuelvan a ofrecer sopa de capitán, para los constructores de barcas de remos y los fabricantes de cañas de pescar, para el hotelero que quiera rescatar el fantasmal hotel del Salto. Emprender la limpieza del río Bogotá, por cara que resulte, por mucha plata que se roben en ella, es un negocio para todos. Incluso para los ingenieros ambientales como el profesor Giraldo, que en vez de tener que ganarse la vida escribiendo artículos podrían dedicarse a la ingeniería ambiental; a limpiar ríos, por ejemplo. Reconozco que no he leído entero el artículo del profesor Eugenio Giraldo citado por SEMANA, y a lo mejor estoy simplificando injustamente su tesis. Pero no lo creo. Colombia está repleta de profesores Giraldos. Y es a causa de ellos que no hemos limpiado nunca ningún río.