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POLITICA BONSAI

Semana
22 de agosto de 1983

Lo llaman elegantemente el "arte del bonsai", pero en el fondo no es otra cosa que un sistema diseñado para hacer que los árboles crezcan enanos, y que en lugar de estar proyectando sus enormes sombras al aire libre sirvan de "conversation piece" en las salas de sus déspotas cultivadores, o en las esnobistas exposiciones botánicas especialmente organizadas para el efecto.
Jamás he logrado evitar una molesta sensación a la vista de un árbol "bonsai". Nada parecería haber cambiado de sus rasgos originales salvo, claro está, su tamaño, conseguido a través de un cuidadoso tratamiento de sus raíces que puede prolongarse durante años y años, hasta que el árbol queda convertido en una auténtica grosería ecológica.
Si el arte del "bonsai" se limitara apenas a ser el entretenimiento de unos cuantos desocupados, pues el asunto, simplemente, carecería de trascendencia. El problema surge cuando se llega a la consideración de que el "bonsai" puede ser también una filosofía, consistente en que las cosas se conciben en pequeña escala, aunque con la apariencia real de una gran idea. Se me ocurre que algo semejante podría estar sucediendo con el proyecto de financiación de los partidos políticos en Colombia, en principio pulcramente inspirado por la necesidad de regular la relación que media entre los movimientos políticos y los grupos de presión economicamente más poderosos.
El presentimiento de que puede tratarse de un proyecto "bonsai" radica en que, no obstante poseer una apariencia tremendamente convincente, quedaria sembrado en el suelo nacional por unas raíces peligrosamente restrictivas: si bien una financiación estatal de los partidos tendría grandes posibilidades de moralizarlos, no es menos cierto que se corre el terrible riesgo de restringir políticamente la libertad de expresión, en el sentido de que en un régimen democrático es evidente que el proceso de formación de la opinión política, en el cual juegan papel fundamental los partidos, debe estar exento de cualquier tipo de influencia condicionante del Estado.
Aunque son más los países desarrollados que financian a sus partidos que aquellos que no lo hacen, muchos han optado por un sistema de financiación parcial, ante la consideración de que el proceso de formación de la opinión política debe desarrollarse desde la base, o sea el pueblo, hacia el vértice, que son los órganos del Estado, y no viceversa.
Pero los problemas no terminarían aquí. De aprobarse la financiación de los partidos de acuerdo con el número de miembros inscritos o con el número de votos obtenidos, se fortalecerían los partidos mayores en perjuicio de los pequeños, y llegaríamos al mismo punto de partida: el de que los candidatos provistos de medios económicos arranquen con ventaja frente a los que no los tienen.
El riesgo de que este proyecto de financiación de los partidos se convierta en una ley "bonsai" está afortunadamente aligerado por la perspectiva del debate que recibiría en el Congreso, donde deberá considerarse el hecho de que hacer de dominio público la procedencia de los fondos recogidos por los partidos no tiene porqué conducir a la situación extrema de convertir a los partidos en una enorme carga para el Estado. La financiación oficial podría alterar peligrosamente los términos de la lucha política además de contribuir al gigantismo estatal. Pero con una actitud intermedia de implementar una adecuada regulación legislativa que vele por unos partidos políticos honestos, la financiación privada no implicaría la aceptación de la defensa de unos intereses que estén en contradicción con los programas de los candidatos.
En cambio, ¿es posible hablar de neutralidad si se implanta el sistema de conceder subvenciones estatales sobre la base de las elecciones precedentes?
El arte del "bonsai" es ya suficientemente repulsivo aplicado a la botánica. Cuidémonos, entonces, de que se convierta en peligroso aplicado a la política.

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