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Del Nobel a la paz

Como enamorarse, construir la paz es una decisión. No sucede por flechazo; no es posible el encantamiento sin disposición. Y si de verdad se quiere, hay que trabajarla y disfrutarla, como sucede con todas las relaciones.

Poly Martínez, Poly Martínez
9 de diciembre de 2016

Esta semana dos momentos se cruzan y en lo profundo se tocan: el atroz asesinato de una niña, que nos tiene aterrorizados porque, aunque cueste aceptarlo, es nuestro espejo; y la entrega de un premio Nobel de Paz que muchos cuestionan, del que algunos se burlan y otros celebramos, pero no porque sea para “juanmanuel”,  que sería una forma muy majadera de verlo, sino porque es para este país.

Todos, de alguna manera, somos Nobel de Literatura por cuenta de García Márquez, nos sentimos orgullosos como colombianos, lo proclamamos con mariposas amarillas en todas las ferias a las que nos invitan, le sacamos millas. A García Márquez también lo aplaudieron y detestaron como escritor y por ser una persona pública con salidas en falso, contradictoria y que tuvo gestos muy importantes para Colombia. A propósito, la lectura de “Por un país al alcance de los niños” hoy aporta más que dedicarse al amarillismo mediático.

Sí, García Márquez se presentó de liqui liqui sin romper ningún protocolo, excepto el de darle vitrina a un traje que muchos reconocían como venezolano y no como emblema de los Llanos que compartimos, porque antes que la cultura nos puede el prejuicio. Y ahora Santos aparece con víctimas, negociadores, Piedad Córdoba y prensa, servida la segunda taza para la polémica. Lo dicho en su discurso será atacado y citado, lucirá en elegantes memes oficiales y quedará en trapos por cuenta de los más feroces antisantistas que lo molerán en tuits y lapidarán en sus muros de Facebook, porque para ellos la cosa es personal y no para construir este país.

¿De qué nos sirve un Nobel si aquí no hay paz?, preguntan con cinismo los detractores o perpetuos escépticos para echarle tierra al asunto. Pero la reflexión se hace urgente luego de las reacciones tan violentas derivadas del asesinato de Yuliana, tal vez motivadas por el desespero ante la falta de justicia, pero desbocadas porque nos sentimos con derecho a cometer excesos, a que prime nuestra “razón” y a confundir venganza con justicia. Llevamos más de 50 años en eso, no sabemos más.

Por eso un señor, tronco en mano, destruyó la puerta de la clínica donde estaba el asesino (¿qué haría después con esa arma?, ¿alivió su rabia o se la aplicó a otro?); un escritor de mediana fama y seguramente mucha sensibilidad se ofreció para apretar el gatillo de la cuenta de cobro colectiva, y miles de colombianos facilitaron métodos para desintoxicar sus cabezas, pero no para trabajar a favor de que termine la violencia que padecen miles de niños, mujeres, hombres y minorías en este país.

Así suene ingenuo pensar que el Nobel de Paz en algo nos cambiará, sí creo que promueve la discusión a favor de pensar la paz como meta común. De alguna forma, el reconocimiento al país –sí, y a Santos también, porque fue quien se echó al hombro el proceso- nos marca a todos un derrotero ético. Sencillo: no es la promesa de que algún día nos vamos a ganar un premio de paz de los cientos que hay, sino recibir la responsabilidad de obtener el más importante. La lupa no está ya en lo que logramos destruir, sino en lo mucho que podremos crear si cada uno toma la decisión se aportar cotidianamente a vivir en paz. 

Gabo y su Nobel no dieron de inmediato mejores escritores, pero muchos de los buenos y reconocidos que hoy están en fase de maduración crecieron con la literatura de GGM, se le enfrentaron, le aprendieron y la cuestionaron sabiendo que es posible tener una voz propia, que no todo es mariposas amarillas –y no hace falta que lo sea- y que con trabajo, talento y algo de suerte sí es posible ganarse otro Nobel. Apuntarle ya no a las piedras, sino al firmamento. 

Como el amor, la paz también es un acto de fe. Creer en los otros y en nosotros mismos hace la diferencia, además de darnos el chancecito. Esa es la paz, no la del Nobel, no la de reclamarle a un presidente que no hay tal país en paz cuando existe hambre, inseguridad, corrupción. Siempre volvemos al maximalismo: la paz total ya, venganza ya, triunfos inmediatos, plata express. ¿Y qué están haciendo quienes demandan esa paz que no ven y de la que, si se asoma, reniegan?

Sin la decisión de cada uno no habrá paz, así se desarmen todas las guerrillas; sin el compromiso de cada uno no se acabará la corrupción; sin el debido respeto y cuidado de todos nuestros niños seguiremos criando violencia.  

Esta semana se cruzan la muerte de Yuliana y el Nobel de Paz. Ojalá nos sirva a todos para poner los pies en la tierra.

@Polymarti