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Prueba ácida para candidatos

En el libro 'Cómo mueren las democracias: lo que la Historia revela de nuestro futuro' (2018), los politólogos Steven Levitzky y Daniel Ziblatt, temerosos de que la democracia estadounidense pueda languidecer hasta convertirse en un cascarón sin contenidos, hacen un repaso histórico por la forma como se constituyó el sistema electoral y político de su país, los pesos y contrapesos perdidos o fortalecidos por el camino y además toman ejemplos de otras democracias venidas a menos en lo formal y que sobrevivieron bajo regímenes autoritarios en la vida real.

Poly Martínez, Poly Martínez
27 de febrero de 2018

El libro sirve de espejo para estos días de vísperas electorales, en medio de tantas conversaciones de sobremesa y esquina que tantean futuros escenarios posibles:

- ¿Ganará Petro o se desinfla después del 11 de marzo, sin suficiente fuerza legislativa y con el tope de voto de opinión ya saturado?
- ¿Si gana Marta Lucía Ramírez, Álvaro Uribe y el Centro Democrático sí cumplirán el pacto de respaldarla de verdad en la plaza, en los medios, tras bambalinas, en el lobby empresarial y en foros y debates (porque si pierde Duque pierde Uribe)?
- Si los de “la izquierda” se quieren hacer contar para mostrar en la consulta que sí tienen con qué, ¿caerán en el error de asumir como avance efectivo esos votos tal vez puestos por terceros interesados en inclinar la balanza? Y, a propósito, ¿para qué inclinar una balanza que solo tiene un candidato de peso?
- ¿Y si son propios los votos, este Petro no corregido pero sí aumentado, paradójicamente terminará siendo “el que dijo Uribe”? A muchos les resultan como gotas de agua en tono y talante: excelentes comunicadores, creadores de realidades, autoritarios, hábiles con verdades a medias y la microgerencia de sus redes sociales, rotundos en sus posiciones políticas, jamás renuentes al diálogo, solo poco dados a escuchar…
- ¿Qué va a hacer Germán Vargas para resolver el acertijo vicepresidencial? Debe estar listo el 9 de marzo, antes de la consulta de “la derecha”. ¿Será una ficha del Centro Democrático para ir sumando desde ya? ¿Será que le sonsaca congresistas al Partido Liberal, que creyendo estar junto al sol que más alumbra preferirán patinarle esa campaña?
- ¿Y si “la derecha” la ve muy complicada y decide unirse para la primera vuelta presidencial, ¿puede lograr la mayoría absoluta sumado el apoyo de los cristianos y bien manejado el discurso polarizador?
- ¿De la Calle qué va a hacer con lo que alcance a juntar de la izquierda moderada, de los votantes por el Sí, del voto de opinión que prefiere perder a conciencia en primera vuelta y aplazar la angustia existencial de tener que elegir entre dos extremos en la ronda final?
- ¿Dónde anda Fajardo? ¿Qué pasó con el centro? ¿Será que ya se marchitó? Nadie cree en las encuestas, pero en el país todos hablan y se guían por ellas.
- Y si Petro gana, ¿la Constituyente que promete incluirá un articulito para un segundo mandato? Y si pierde, ¿aceptará y hará que sus fervientes seguidores acaten pacíficamente la derrota? ¿Lo hará “la derecha” en caso contrario?

En fin, en materia de especulación, como en abstención, a los colombianos casi nadie nos gana. Tal vez el capítulo 4 de ‘Cómo mueren las democracias‘, ayude a cambiar esa realidad. A propósito de cómo llegó Donald Trump al poder –similar a como lo hizo Chávez en su momento y lo han logrado los populistas de todos los colores y lados- los autores aplican un test de Litmus político, es decir, definen cuatro marcadores que constituyen la prueba ácida que permite identificar el alcance autoritario de un líder, a pesar de que vista traje democrático.
Dos de esas cuatro señales de alerta valdría que las tengamos en cuenta y las pongamos a prueba no solo antes de salir a votar sino precisamente para ir a votar: 1) en sus discursos, tuits, intervenciones y comentarios el candidato niega la legitimidad de su oponente, y 2) el candidato, de forma sutil o inclusive bastante de frente, tolera la violencia de sus seguidores. Y en ambos casos, señalan a propósito de Trump, nadie puede ser tan ingenuo en pensar que las palabras no pesan.

Pesan y mucho. “Los candidatos autoritarios definen a su oponente como criminal, subversivo, apátrida, o como una amenaza para la seguridad nacional o la forma de vida que hoy se tiene”, afirman. Trump lo logró repitiendo hasta el cansancio que Barack Obama no había nacido en Estados Unidos y que Hillary Clinton era una “criminal” que debía “ir a la cárcel”; y dejando en entredicho las garantías y seguridad del proceso electoral (posibilidad de fraude). En las giras electorales, además, aplaudía los cantos de sus seguidores en los que gritaban “que la encierren”.

En cuanto a tolerar la violencia, inclusive en sus formas más sutiles, Levitzky y Ziblatt, profesores de Harvard, dicen: “Con frecuencia la violencia partidista es precursora de la descomposición de la democracia. Ejemplos destacados son las camisas negras en Italia, las camisas pardas en Alemania, el surgimiento de las guerrillas izquierdistas en Uruguay y de los grupos paramilitares de derecha e izquierda en Brasil, a principios de los años sesenta”.

Los colombianos conocemos bien ese patrón y sus consecuencias. La historia política nos ha dado varias lecciones y ahora, como sociedad, también nos está llegando la hora de la prueba ácida: el momento de elegir.

@Polymarti

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