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Gabinete para gobernar

La idea del “gabinete para la paz", que parecía sensata hace un mes, hoy se complica ante la presión de un paro nacional y una marcha convocada por el Centro Democrático.

Semana.Com
24 de febrero de 2016

Supongamos que de verdad no se firma el acuerdo, que a pesar del esfuerzo y de que Santos se gaste –o invierta- los restos de la chequera política todo se derrumba, que no es avalado mayoritariamente y del gran y trascendental proyecto no sobrevive nada. Nada. ¿En qué queda el gobierno y en qué quedamos los colombianos?

Si la guerra ha estado lejos de las ciudades,  la paz también lo está. En los centros urbanos las preocupaciones son otras. Por eso el tema de la paz, aunque mejoró tras el estrechón de manos, se ha ido desgastando y  nada que logra una alta favorabilidad en las encuestas, menos aún tras los hechos y declaraciones de la semana pasada.  Y alegar que el berenjenal es o no heredado resulta ingenuo: somos una sociedad con baja formación política- económica y menor aún en temas de paz, lo que hace que la opinión sea volátil y que predomine la tendencia a asumir que todo lo negativo del momento es responsabilidad del gobierno de turno.

Pensando en el la postfirma, se habla de tener un real gabinete para la paz. Eso qué es: que se le abra campo al Polo y se amplíe el colorido político en tonos de amarillo y verde especialmente, en busca de representatividad y unidad; y que atendiendo la petición de los aliados del gobierno y líderes del Congreso, las cabezas de los ministerios y entidades clave evidencien un toque más regional y conectado con las necesidades locales, lo cual puede ser válido pero también muy oportuno  para carburar el motor de la politiquería encaminada a las elecciones del 2018.

La idea del “gabinete para la paz” hace más de un mes parecía sensata, pensando en  enfocar esfuerzos y recursos muy limitados y cerrar el año con un Ministerio del Posconflicto en marcha y  los demás bien pero bien alineados. Pero el sancocho de hechos y titulares, sumado al posible retraso en la firma del acuerdo, la presión de un próximo paro nacional y otra marcha más de protesta convocada por el Centro Democrático aprovechando la papayita,  exige pensar los ajustes que requiere el gobierno.   

Digamos que a sabiendas, de buena fe y urgido por lograr abrir una nueva etapa para la historia del país, al presidente Santos se le fue la mano y entregó a sus ministros toda la gestión de las demás agendas del gobierno para concentrarse en la paz. Pero si estuviéramos en este mismo impase, pero con un presidente dedicado a la economía, al tema social u obsesionado con la infraestructura, seguramente  también le estarían cobrando no estar metido de lleno en las negociaciones. Entonces en qué quedamos: ¿un gabinete para la paz o uno para la gestión?  

Tal vez en este momento es mejor tener un presidente y un gabinete para la gestión, que atiendan y resuelvan las incertidumbres sobre otros temas que nos afectan a corto y mediano plazo; ya hay un buen equipo lidiando la complicada y dilatada agenda de paz.  Por eso, a estas alturas no se trata de los que están a favor o en contra de la paz tal como está planteada, porque la paz no es un problema. El escenario riesgoso es que una gran apatía frente a la paz  termine sentenciando las debilidades gerenciales del Ejecutivo.

En una coyuntura como la actual, alimentada por el megáfono de muchos y la baja efectividad  de comunicación del gobierno, un cambio de gabinete hecho a tiempo puede verse como un sano reconocimiento de que está desgastado el formato y se requiere un ajuste serio para avanzar. Pero si el presidente se demora en hacer evidente que está atendiendo los problemas prioritarios para buena parte de los colombianos, puede terminar enredado a la hora de lanzar un salvavidas político que le van a cobrar a fondo algunos de sus coequiperos y todos sus adversarios. Ese pulso lo termina pagando el país.

El gobierno tal vez se ha confiado en eso de que nadie con cinco dedos de frente se opone a la paz. Cierto, pero insuficiente: hay más frentes. Tampoco es suficiente decir que ahora el reto está en que Colombia supere el miedo al cambio. El detalle está en el manejo del cambio, que hace parte de la responsabilidad gerencial del gobierno porque inclusive si triunfa el No en el mecanismo de refrendación que se defina, este país ya no va a ser el mismo.