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Sin héroes ni tumbas

La muerte está de regreso, como se ha visto en estos días de tanto desentierro.

Semana.Com
5 de marzo de 2016

Varias veces me he preguntado cómo se sentirá estar muerta.  Ya sé: “Ay, pero si está muerta no siente nada”.  No: el punto está en que  imaginar la muerte solo es posible desde la vida. Seguro a muchos se les ha ocurrido esta pregunta sin respuesta.

Lo que no puedo ni pensar  es  en tener muertos perdidos, sin saber de ellos, sin cuerpo enterrado, cremado,  honrado.  Un eterno despedirse  pero nunca del  todo.  Vivir la vida con la presencia de un desaparecido y sin respuesta.

A pesar de la violencia sobre amigos periodistas y familiares que murieron por cuenta de los paras, las Farc o el narcotráfico, sé dónde están todos. Todos en casa, es decir,  en su urna, tumba,  osario, ubicados con fechas ya inmóviles. Porque tener un cuerpo perdido en un río o en el monte es tener una pena que navega o camina, que no se detiene.  Supongo que cada muerto busca a su deudo. Algunos lo encuentran en el recodo de un río y en personas generosas y valientes que los sacan y los entierran para dejar de rodar por todo el país. Tal vez por eso me mueven tanto las  historias de madres con hijos desaparecidos que han adoptado estos cuerpos perdidos, que a su vez están siendo buscados por otras madres, hermanas, hijas o esposas. Una guardería para el dolor.

Al repasar los recientes titulares relacionados con el conflicto armado, en paralelo al acuerdo #62 de La Habana para “aliviar el sufrimiento de las familias de las personas dadas por desaparecidas”  - y de trasfondo el  aniversario de Palacio de Justicia, las nuevas hipótesis sobre el  asesinato de Rodrigo Lara Bonilla o el hallazgo del cuerpo de Camilo Torres- , las historias de nuestro horror vuelven a ser proyectadas.

La muerte está  de regreso, como se ha visto en estos días de tanto desentierro.  Estamos revolcando cementerios,  tumbas  y buena parte de nuestra historia.  En los últimos seis meses se ha publicado muchísima información relacionada con desapariciones (La Escombrera, La Modelo… y La que falta), con víctimas del conflicto, con recuperación de identidades, con la necesidad de Verdad-Justicia-Reparación (las tres seguiditas, siempre).  Y aunque casi todos los días los medios de comunicación tratan un poquito el  tema,  ese  cuentagotas  parece diluirlo todo.  

Me puse en la labor de recoger los titulares y algunas cifras. La semana pasada, la Fiscalía informó que hay unas 2.300 personas enterradas como NN en cementerios de los Llanos, entre ellos el de  La Macarena, que dicen podría ser la fosa común más grande con cerca de  400 cuerpos sin identificar; la Fiscalía cerró el caso para 66 el pasado 28 de febrero. Los 1.840 restantes, todos sin nombre, estarían en otros tres cementerios de la zona. Por ahora, en su Plan Cementerio -¿qué tal el nombre?- que arrancó en octubre de 2015 y cubre nueve municipios prioritarios del país, la Fiscalía ha “traído a la vida” a  más de 1.000 desaparecidos: en promedio 250 personas al mes, que implica ocho desentierros diarios; 897 ya están identificados.  

En los últimos 15 años son 57.265 desaparecidos, es decir 3.817 al año, que son 318 al mes o 10 desaparecidos diarios, según cifras oficiales. Pero si sumamos los desaparecidos de los últimos 50 años, buena parte por cuenta del conflicto armado y en su gran mayoría a partir de la década de los 80, la cifra oficial se eleva a 117.646 personas, como lo dijo la Fiscalía a finales del año pasado (el Registro Nacional dice que son 106.401 desaparecidos sin contar las 22.350 víctimas de desaparición forzosa; el CICR hace cuentas de 109.000 desaparecidos dese 1980).

Pero no voy a pelear por la cifra, mejor la simplifico: si nos atenemos a los 117.646 desaparecidos estamos hablando de casi tres estadios El Campín llenos hoy; prácticamente todo el municipio de Chía o el equivalente a cuatro Armero; todo Quibdó o todo Lorica o todo Sogamoso, aunque quedaría faltando.

Con estos números en mano, ¿de verdad alguien quiere que esto siga?  Estamos entrando en una etapa muy riesgosa ya,  la del violento conflicto entre los “desarmados” en un país que no ha aprendido a resolver las diferencias con debates y bajo las mismas reglas de juego para todos, sino a punta de plomo. Todo se reduce al escupitajo del día, cuando en realidad hay víctimas y victimarios de todos los bandos, colores y movimientos. Aquí nadie es inocente.

Debe ser la época… esta ensordecedora fase donde la mayoría queda en manos de unos pocos que refuerzan la violencia a punta de trinos y desatinos. La muerte con su cara macabra y descompuesta; la muerte con sus rituales negros, con lápidas y  cemento, flores plásticas y tantos silencios. 

Nada de lo que digo es nuevo. En Colombia las fosas comunes son muy comunes. Horrendamente comunes. Tal vez por eso no las vemos.

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