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¿POR QUE NO BAILAMOS TODOS?

Semana
23 de septiembre de 1996

Ustedes tienen el mismo problema que tenía el Reino Unido cuando llegué al poder: todo quieren resolverlo por concertación" , dijo alguna vez la señora Thatcher a una personalidad colombiana. En efecto, en sus memorias, 'la Dama de Hierro' muestra cómo, buscando siempre vías de conciliación entre intereses opuestos, los dirigentes ingleses, herederos del espíritu de Chamberlain y no el de Churchill, habían llevado a la Gran Bretaña a un callejón sin salida. A Colombia, según ella, podía estar ocurriéndole lo mismo. En ese océano de lugares comunes que es la retórica colombiana, la conciliación ha adquirido, tal vez desde los tiempos del Frente Nacional, el carácter nobiliario de una solución patriótica. Siempre andamos buscando el punto medio, así sea entre cosas que en cualquier otra parte serían irreconciliables Ahí tenemos, por ejemplo, a nuestro admirable amigo, el empresario Pedro Gómez Barrero, proponiendo hace algunos días un frente de unidad nacional como solución a la gravísima crisis del país. En suma, lo que sugiere es una reconciliación, algo así como: ¿por qué no bailamos todos? Gloria Pachón de Galán dio a esta alegre iniciativa una respuesta justa. ¿Con quién o con qué cosa debemos reconciliarnos? ¿Con la corrupción revelada por el proceso 8.000? ¿Con quienes se sirvieron del dinero del narcotráfico para llegar al poder? ¿Debemos arrojar estos escrúpulos a la cesta de papeles, dejar que unos cuantos detenidos jueguen el papel de chivos expiatorios y pedirle a la justicia, y muy particularmente al Fiscal, que cierre sus expedientes y no siga alterando los nervios de esta Nación con sus alarmantes revelaciones? Sí, es una manera de dar un acrobático salto de garrocha sobre un problema muy profundo. Hay un país inmensamente mayoritario y no, como cree D' Artagnan, reducido a un puñado de 'conspiretas' que todavía cree en ciertos esenciales mandamientos democraticos. Por ejemplo, el de que el dinero, ilícito y aún el lícito, no puede ser el factor determinante de una elección. Y hay otro país, quizás ya sumergido en la narcocultura, para el cual ésta es una práctica inveterada y en fin de cuentas admisible.
Como sucede con ciertas parejas, ante divergencias tan irreparables, resulta más sano admitir un divorcio que empeñarse en una reconciliación. Igual cosa podría decirle a otro amigo, a Augusto Ramírez Ocampo. Como representante de organismos internacionales, Augusto ha jugado un valioso papel en la solución de conflictos armados en Centroamérica, y especialmente en El Salvador. Sin embargo, en el caso colombiano, su anhelo de paz, común a todos nosotros, no basta para concertar un diálogo eficaz con la guerrilla, cuyo poder se deriva de la capacidad de intimidación que ésta ha logrado y de los millonarios ingresos que ha obtenido con el narcotráfico, el boleteo y el secuestro. Apoyado en dicho poder y aprovechando la crisis de legitimidad y de gobernabilidad que vive Colombia, Marulanda Vélez puede poner las condiciones que quiera, y de hecho las ha puesto en su carta a Ramírez Ocampo ( desmilitarización de zonas, nueva Constituyente, supresión de paramilitares y hasta de epítetos que considera ofensivos) sin ninguna contraprestación visible. Teóricamente, lo admito, podría conseguirse, por esta vía, el fin del conflicto armado. Sólo que ella desembocaría nI más ni menos que en una capitulación del Estado, mediante la cual la Coordinadora Guerrillera obtendría sin más disparos lo que ha buscado con la guerra. Pero ¿podría la sociedad civil aceptar que la violencia y la extorsión dieran títulos de legitimidad a una opción marxista leninista que ha resultado opresiva y desastrosa en todas partes? Además, no lo olvidemos, dentro de esa Nación, y en defensa de ella, operan unas Fuerzas Armadas enfrentadas a una guerra irregular, guerra que por cierto no pueden librar exitosamente sin una estrategia de Estado, voluntad política, un marco legal adecuado y mayores recursos. Se trata, una vez más, de dos opciones que no admiten el punto medio de una conciliación. Cierto: es lo que hemos intentado desde hace años sin resultado alguno. ¿Por qué lo conseguiríamos ahora? Tiene razón la señora Thatcher: se gobierna con la realidad, no con anhelos. Si nuestros Padres de la Patria (los de verdad, los de la independencia) hubiesen obedecido al mismo empeño sistemático de concertar lo inconcertable, de cerrar los ojos a los desafíos que contiene la vida de toda nación, en vez de comprometerse en la tarea emancipadora, quizás habrían buscado un diálogo con don Pablo Morillo. Y en vez de Ernesto Samper, tendríamos todavía un virrey español rigiendo nuestros destinos. Claro que hago mal evocando esta hipotética opción, pues habrá quien piense que con ella nos habría ido mejor.

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