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Por qué se pierde esta guerra

Es perfectamente posible segar las bases del reclutamiento tanto de la guerrilla como del paramilitarismo en el campo. Creando empleo allá, sencillamente En vez de destruirlo

Antonio Caballero
20 de enero de 2007

Las espeluznantes revelaciones del jefe narcoparamilitar Salvatore Mancuso se vieron casi borradas en los medios de comunicación, como por arte de birlibirloque, por lo oportunos "positivos" del descubrimiento de las caletas de un narcotraficante caleño repletas de billetes y de lingotes de oro. Como suele ocurrir en este país, un crimen sirve siempre para tapar otro. Pero las dos cosas sumadas, los horrores de Mancuso y los millones de 'Chupeta', apuntan a una tercera: que así no se puede ganar la guerra contra las guerrillas de las Farc.

No se trata de un problema de voluntad política ni de capacidad militar. Todos los gobiernos de Colombia del último medio siglo han tratado de acabar con las Frac (y con los demás grupos armados subversivos) por todos los medios: con los bombardeos aéreos y con las torturas de calabozo, con el pago de recompensas, con la creación de grupos paramilitares, con los asesinatos de civiles, con el uso indiscriminado del terror. En estos cincuenta años la historia de la lucha contraguerrillera ha sido esa: persecución incesante y crecimiento constante. Pues no es cierto, como aseguran los voceros del actual gobierno, que los combates cesaran en los tiempos de Andrés Pastrana (salvo en la llamada "zona de distensión"; lo cual, por supuesto, les convino a las Farc para fortalecerse, tanto como a Pastrana le había convenido la promesa de la distensión para ser elegido presidente). Los combates no cesaron nunca. Al revés: fue Pastrana el que contrató con el gobierno norteamericano de Bill Clinton el "Plan Colombia", luego rebautizado (por los patrioteros Álvaro Uribe y George Bush) "Plan Patriota". Un plan que no ha servido tampoco para ganar la guerra, pero sí para hacer escalar su magnitud. Los logros atribuidos a la política uribista de "seguridad democrática", que consisten en la recuperación para el tránsito de las principales carreteras del país, se deben al notable aumento (del 50 por ciento) del pie de fuerza del ejército y de la policía de ese Plan que venía de antes.

Y tal vez esos logros (que me permito calificar de modestos) se puedan mantener a un muy alto costo: no sólo los auxilios norteamericanos, sino todo el producto de los recaudos de impuestos del Estado y de la feria de sus tesoros estratégicos, incluida (por presas) Ecopetrol, se van en financiar la "seguridad democrática". Tal vez sea posible sostener el ya muy largo empate técnico entre las fuerzas militares del Estado, auxiliadas por las organizaciones paramilitares, y las fuerzas armadas de la subversión. Tal vez se logren también nuevos golpes de efecto como las capturas de dirigentes intermedios de las Farc, debidamente publicitadas: la detención de 'Trinidad' por la policía ecuatoriana, el secuestro de Granda por la venezolana, el atrapamiento de la financista 'Sonia' por la DEA norteamericana. Pero de ahí a ganar la guerra hay muy largo paso.

Tal como están las cosas, derrotar a las Farc es imposible dadas tres circunstancias: la orografía enloquecida de este país de cordilleras y selvas impenetrables; los recursos inagotables que les generan las drogas ilegales a las Farc (como a todos los demás grupos narcos, de izquierda o de derecha, de buena o de mala familia); y finalmente, y sobre todo, la estructura social y económica de Colombia, y en particular del campo colombiano. Las clases dominantes de este país (los ricos, los políticos, los terratenientes, los banqueros, los ministros que negocian tratados de libre comercio y sueldos del Banco Mundial, los arzobispos) prefieren tener un campo poblado de guerrilleros y de paracos, y de raspachines de coca, a tenerlo poblado de agricultores prósperos (así sea tan necesario subvencionarlos como lo es para los agricultores europeos o norteamericanos). Les basta con unos cuantos peones para los latifundios ganaderos, y unos cuantos petiseros que les monten los caballos de paso.

Así no se puede ganar una guerra.

La orografía del país no se puede cambiar (aunque sí: esa misma guerra alimentada por el narcotráfico está talando las selvas y secando los ríos). Pero las otras dos circunstancias sí son tema de política.

El flujo inmenso de dineros del narcotráfico se puede desviar. Basta con legalizar la droga. Es un tema complejo, desde luego, al cual yo mismo, entre otros muchos, le he dedicado centenares de análisis en los últimos treinta años. Las Farc no viven sólo de la droga, por supuesto: basta con pensar en los ingentes recursos que obtienen del secuestro. Pero tanto para ellas como para otra de las pinzas de la guerra que desangra a Colombia, la pinza del paramilitarismo, los ingresos del narcotráfico son fundamentales. Y también para la fuerza pública: es por la excusa de la droga que el gobierno de los Estados Unidos, cuya población drogadicta alimenta a los paras y a los guerrilleros, mantiene sus ayudas militares al ejército colombiano.

Y es perfectamente posible, finalmente, segar las bases del reclutamiento tanto de la guerrilla como del paramilitarismo en el campo colombiano. Creando empleo allá, sencillamente. En vez de destruirlo.