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Por la vida o por la muerte

No hay derecho a criminalizar una mujer que ha sido violada y no quiera tener el embarazo de la persona que odia. Ni a obligar a una mujer a seguir con una gravidez que la puede matar

Semana
26 de agosto de 2005

En la polémica a favor o en contra de la interrupción del embarazo, quienes se oponen al aborto se dicen a sí mismos "defensores de la vida", con lo que implícitamente se acusa a los abortistas de estar "a favor de la muerte". Lo paradójico es que cuando uno les pregunta a estos "defensores de la vida" si apoyan la pena de muerte, resulta casi siempre que sí, mientras que los abortistas suelen estar en contra de la pena capital.

La misma Iglesia Católica, el adalid de la "defensa de la vida", al mismo tiempo que castiga con pena de excomunión el aborto, autoriza la pena de muerte, que ni siquiera es pecado venial. En el catecismo divulgado por Juan Pablo II, se lee: "La enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena verificación de la identidad y la responsabilidad del culpable, el recurso a la pena de muerte".

En efecto, la enseñanza y la práctica tradicional de la Iglesia no excluían que se quemaran herejes o se fusilaran disidentes, y todavía hoy autoriza la pena de muerte. Exactamente lo mismo se puede decir del presidente Bush y de muchos líderes republicanos en Estados Unidos, unidos sobre todo en contra del aborto y a favor de la pena de muerte incluso para menores de edad. Otro típico "defensor de la vida" es Pat Robertson, el telepastor que predica el asesinato de Chávez.

Los antiaborto sustentan su política 'pro-vida' en la afirmación, muy discutible, de que el embrión, el cigoto o el feto son "seres humanos". Que en un embrión exista el proyecto genético de una vida humana nadie lo niega, así como, en potencia, hay un pollito en un huevo. Pero para la conciencia moral y práctica de cualquier persona no es lo mismo desmenuzar la semilla de una secuoya que talar una secuoya. De hecho, cuando una mujer pierde un hijo por un aborto espontáneo (de esos que Dios manda), en las familias casi nunca se asiste a una gran pena, a velorios, lutos y llantos. El aborto, si mucho, es una lástima.

A esa misma conciencia moral (que los creyentes creen insuflada por las alturas en nuestras almas) no le repugna que una mujer en casos desesperados como miseria, o violación, o grave enfermedad propia o del feto, interrumpa como última opción más sensata el embarazo. Salvo a algunos fanáticos, a nadie le parece que sacar un cigoto sea un crimen igual que matar a un adolescente. La misma legislación colombiana, aunque es oscurantista y atrasada en este tema, les da una pena mínima a las mujeres que abortan y una pena máxima a quien asesina a una persona hecha y derecha.

Decidir cuándo empieza una vida humana es un problema biológico y filosófico que se puede resolver, con argumentos válidos, de muchas formas. Ni los Padres de la Iglesia están de acuerdo. El mismo hecho de que el embrión se pueda congelar (y reanudar años más tarde su 'vida'), cosa que no se puede hacer con un cuarentón, debería indicarnos que la complejidad del programa biológico que se está corriendo no es igual en una vida ya consolidada o en una vida que apenas empieza. Y todavía más difícil de defender, desde el punto de vista biológico y filosófico, es que esa vida que empieza sea la de una 'persona' con plenos derechos. Defender el embrión y el feto como si fueran personas es un abuso de la lógica. A ese paso, hasta el espermatozoide es persona, y de hecho los antiabortistas de hace siglos veían, literalmente, un homúnculo en el semen.

Aun si aceptáramos, en aras de la discusión, que el embrión, el cigoto y el feto son 'personas', con todos los derechos, subsistiría un problema, y es que estas personas no pueden vivir sin estar conectadas a otro ser humano que no quiere llevarlas . El caso de una mujer que no quiere estar embarazada no sería muy distinto al de alguien que, tras una cirugía, apareciera conectado a otra persona por vía hepática. Aunque me digan que si lo desconectan de mi hígado, la otra persona muere, al pedir que lo desconecten de mí yo no lo estoy matando, sino que simplemente no estoy aceptando que su vida dependa de la mía.

Nadie niega que en muchos casos la opción del aborto sea triste, incluso trágica, y una decisión difícil para las mujeres que la toman. Como método anticonceptivo es el más traumático y el menos práctico (pero los mismos antiabortistas tampoco permiten otros, como la píldora o el condón). Lo que no quita que, en muchos casos, como señala Antonio Vélez, lo criminal no sea abortar, sino impedir el aborto. No hay derecho a criminalizar a una mujer que ha sido violada y no quiera tener un embarazo de la persona que odia. Es criminal obligar a una mujer a seguir con una gravidez que la puede matar a ella. E igualmente infame obligarla a traer al mundo a un ser que no podrá vivir sino en condiciones infrahumanas por terribles malformaciones congénitas. Quienes apoyamos el aborto no estamos a favor de la muerte o en contra de la vida. Estamos a favor de una vida digna, y confiamos en la capacidad de elegir dignamente que tienen las mujeres.

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