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PRECIO: UNICO VALOR DEL ARTE

Semana
4 de octubre de 1982

Bernardo Salcedo es el artista que implantó en el país un nuevo concepto vanguardista. Desde 1965 su obra dio un vuelco fundamental a las tradicionales formas que entonces se veían como arte en el país. Arquitecto graduado de la Universidad Nacional, profesor de la misma y de la Javeriana, Salcedo es reconocido internacionalmente como uno de los artistas mas revolucionarios de la última década.
Como ahora se intenta una especie de "moralización" del arte a través de sus precios, cosa que haría aparecer a las obras más caras como buenas y a las más baratas como malas, es bueno puntualizar que entre arte y mercadeo no hay relación porque son cosas que van por distintos caminos.
Hace ochos días Marta Traba se dolía en estas páginas de muchas cosas, entre otras de la falta de coraje de la crítica de arte colombiano al no ser capaz de desenmascarar los pastiches decorativos que pululan en las galerías bogotanas y que se venden a altísimos costos...
Pero resulta que esa crítica de la que, no sólo ella sino muchos, nos dolemos, no existe. Porque Galaor se volvió pintor, Rubiano historiador y el más joven Serrano, curador. Fue la profesionaiización de la crítica.
Entonces ahora no hay crítica propiamente dicha sino "gacetillas" porque el "gacetillero" es un intermediario que trabaja para tal o cual galería para tal o cual establecimiento y de una forma u otra recibe sus dádivas, comisiones y reconocimientos. Es que la vida está muy cara. Hay que comprender que si ellos escribieran crítica, pues tendrían que hablar de precios, porque en este momento es el único valor que se le reconoce al arte. Por eso es sorprendente, al menos, que la reaparición de Marta Traba esté basada en el mismo problema de los precios.
Antes Marta Traba no hablaba en sus críticas de arte sobre el problema de los precios. Ni se le pasaban por la cabeza, tal vez porque en ese entonces el arte no era negocio.
Ella era mucho más seria. Hablaba de validez creativa, de humor irreverente, de impotencia sensorial y en fin, de mil aspectos de fondo que tocaban mucho más con el concepto del arte y no con el manejo doméstico y deleznable del arte como objeto de consumo.
Es apenas obvio que el arte se venda. Y es sano que así suceda. La experiencia total de un artista con su obra concluye cuando logra deshacerse de ella --no verla más--. A todo este proceso de desaparición de la obra no hay que darle importancia cuando se analiza plásticamente al arte. Es mejor concentrar la agudeza crítica en el fenómeno de la creación. Una cosa se refiere a la conducta social ante el arte, y la otra -menos aburrida- versa exclusivamente sobre los misteriosos contornos que rodean la aparición de otra identidad, como puede ser la aparición del arte...
Pero Marta Traba vive ahora muy lejos del arte y como buena escritora de veranos y soledades está más cerca del análisis pragmático de los grupos sociales. No es la plástica colombiana su pasión desbordada como lo fue mientras estuvo entre nosotros. Es más bien su debilidad.
Ahora otras cosas parecen absorberla. Posiblemente las sectas secretas, los mormones, los quáqueros, el "women's liberation", el "gay power" y demás "freaks" fáciles de contraer viviendo entre los Apalaches.
Las noticias que llegan a Marta de Colombia y las publicaciones que providencialmente caen en sus manos, parece ser que sólo le dejan conocer detalles de insignificante trascendencia como el costo de la vida y su repercusión en la canasta cultural, por ejemplo. O, en peores casos, artículos y gacetillas como los que ella dice que escribe el poeta Rivero en SEMANA. Pero nadie se molesta en enviarle fotos, catálogos dibujos, explicaciones o diagramas de lo que se está haciendo por aquí y así Marta hace una crítica por instrumentos.
Con toda esa corresponsalía, la inolvidable e irrepetible Marta Traba nos regala en sus repentinas entrevistas una especie de "crítica a distancia" adobada con nuestra rutina de moda: la inflación en el arte, sus tasas de interés, la inmoralidad creativa y todos los demás ingredientes de un país en crecimiento al cual muchos desearían ver de nuevo en pañales.
Pero todo ha crecido, creció también el arte...Se hizo amigo de Dios y del diablo, y maduró transitando del brazo con los dos. Esa es la parte que Marta Traba no ha entendido.
Los buenos y los malos conviven en este paraíso del sur y ambos conservan sus características ampliamente reconocidas por todo el público. No hay conflicto.
No es que hayamos llegado al imperio de la tolerancia; que se haya acabado la resistencia o la provocación. Es tan sólo un poco de mundo el que hemos ganado, porque lo que queda al final de cuentas no es la reacción contra la insensibilidad el conformismo con la mediocridad habitual de la parroquia, o la abulia y la desesperanza, sintomáticas del subdesarrollo, sino el buen humor y el optimismo de un arte como hecho y actitud capaz de crear independencia dentro del rutinario caos social común a todas las geografías...
Qué bueno sería ver por aquí a Marta Traba otra vez. Hay mucho que mostrarle aparte de Unicentro y la Galería de los Navas. Por ejemplo iríamos felices a ver a Belisario, el patrono de todos los artistas, porque va a poner una galería de arte en el Palacio de Nariño con las donaciones de artistas de los veintipico departamentos y comisarias del país, para que vean que estando allí colgados valen mucho más. Es un gesto de solidaridad, no de menosprecio. De verdad que hace falta Marta Traba. ¡Que se venga! Es la hora de emprender una tarea moralizadora del arte, pero no por el manejo de los precios que se pagan, sino por el amor al arte. Bienvenida.