Home

Opinión

Artículo

Prepago

Es verdad que no han sido los medios de prensa los primeros en dar mal ejemplo, abriéndose metafóricamente de piernas ante los paramilitares por dinero.

Antonio Caballero
16 de junio de 2007

Cuentan que las actrices y modelos invitadas por los narcoparamilitares a las parrandas que hacían en su finca de recreo de Santa Fe de Ralito les cobraban a sus clientes veinticuatro millones de pesos por polvo. No sé cuánto hay que pagar por un anuncio de página entera a todo color como el que El Espectador le publicó el domingo pasado a ese "empresario de la paz" a quien llaman 'Macaco', jefe narcoparamilitar del Bloque Central Bolívar; ni sé cuánto cuesta el "comunicado público", en blanco y negro y sin foto, que le sacó El Tiempo hace mes y medio a 'Cuco Vanoy', cabecilla del Bloque Mineros. Pero debe ser una cifra por el estilo. Como esas modelitos livianas de la farándula, los más importantes medios de prensa de este país se están volviendo putas prepago.

No estoy exagerando. Son ellos los que exageran. Llevábamos años viendo cómo los grandes periódicos se iban convirtiendo paulatinamente en simples vehículos de publicidad comercial y de propaganda política pagada: sacaban folletos de empresas, "especiales" de partidos o de sectores económicos, y habían entregado ya (caso único en la prensa mundial) sus portadas y sus primeras páginas en exclusiva a los anunciantes. Pero al publicar avisos de los más espantosos criminales como si se tratará de empresarios o comerciantes comunes y corrientes, están franqueando ciertos límites que debe tener el afán de lucro, así no hayan sido fijados por la ley. Son los límites de la respetabilidad. Pues no es cierto, como afirmó ingeniosamente el emperador Diocleciano cuando le reprocharon que cobrara impuesto sobre los mingitorios públicos, que "el dinero no tenga olor". A veces hiede. Por eso lo lavan.

Es verdad que no han sido los medios de prensa los primeros en dar el mal ejemplo, abriéndose metafóricamente de piernas ante los narcoparamilitares por dinero. Los primeros fueron los bancos, que recibían, para lavarlos, los dineros sucios de narcotráfico. Luego lo hicieron los políticos, con el argumento de que lo que importaba de esos dineros (que ya no se llamaban "sucios" sino simplemente "calientes") no era de dónde venían sino para dónde iban. De ahí vinieron el "proceso 8.000" y el largo escándalo del intento de juicio contra el presidente Samper, que terminó en una vergonzosa preclusión. También los altos prelados de la Iglesia católica usaron la misma excusa para justificar la recepción de limosnas del narcotráfico en los tiempos, que hoy parecen casi inocentes, de Pablo Escobar y su "Medellín sin tugurios". Con tales antecedentes no tiene por qué sorprenderse nadie de que ahora a los narcoparamilitares los reciban ante las puertas de la Fiscalía con bandas papayeras, con misas por sus intenciones celebradas por curas fletados, con aplausos de gente traída en buses, como en las elecciones, por unos cuantos pesos. Como explicaba alguno de los patrocinados por 'Macaco', "en este desempleo esos 20 mil ayudan mucho". Otro tanto dirán de sus anuncios publicitarios las casas editoriales.

Supongo que nada de todo eso es ilegal: ni las misas, ni las bandas, ni los anuncios de prensa. Aunque sean criminales confesos (y por eso se acogieron a la ley llamada, como en burla, "de justicia y paz"), sus patrocinadores no son delincuentes convictos. Ni van a serlo en el futuro, en vista de las propuestas gubernamentales y parlamentarias sobre nuevas modalidades de perdón y olvido, incluso en los casos de reincidencia. Es más: dada la irresistible tendencia hacia una lenidad rayana en la absoluta impunidad que tiene la justicia en Colombia (regateos y rebajas de penas, excarcelaciones "por razones humanitarias", calificación política de "delito de sedición" para toda suerte de delitos, desde el trasteo de votos hasta el descuartizamiento), no tendría nada de raro que al músico que se negara a cantar o al cura que no quisiera decir la misa o al dueño de periódico que se negara a publicar el anuncio, no porque fuera ilegal la cosa, sino por principios éticos o por escrúpulos morales o por elementales consideraciones de dignidad o de buen gusto, le pusieran una tutela.

Releo lo que acabo de escribir: límites al afán de lucro, dignidad, principios éticos, escrúpulos morales... Mucho me temo que ahora los trompeteros del neoliberalismo imperante me van a llamar reaccionario y retrógrado.

Noticias Destacadas