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Un primer balance del futuro

Quizás el transcurso de una generación sea insuficiente, desde una perspectiva histórica, para emitir un juicio robusto sobre el impacto del proceso de apertura en las economías vallecaucana y colombiana. Sin embargo, al aproximarse a asuntos complejos como este, en busca de mayor entendimiento, puede ser útil aplicar diversos enfoques analíticos que pueden resultar ilustrativos y abrir caminos para futura indagación.

Esteban Piedrahita, Esteban Piedrahita
12 de octubre de 2017

Quizás el transcurso de una generación sea insuficiente, desde una perspectiva histórica, para emitir un juicio robusto sobre el impacto del proceso de apertura en las economías vallecaucana y colombiana. Sin embargo, al aproximarse a asuntos complejos como este, en busca de mayor entendimiento, puede ser útil aplicar diversos enfoques analíticos que pueden resultar ilustrativos y abrir caminos para futura indagación. Uno es identificar factores independientes al proceso en consideración que puedan haber incidido sobre sus resultados para tratar de aislar sus efectos. Otro es abordar el análisis desde diferentes perspectivas, más acotadas, que ayuden a arrojar luces sobre el ‘todo’. Y, finalmente, resulta provechoso hacer comparativos con el desempeño de otros territorios sujetos a las mismas transformaciones.

La influencia de factores ajenos

En cuanto a lo primero, es indudable que durante el período en cuestión sucedieron acontecimientos externos al proceso de apertura que tuvieron un impacto fuerte sobre el desempeño económico y social de la región. Uno fundamental, y que coincidió casi perfectamente en el tiempo, fue la promulgación de una nueva Constitución. Si bien ésta profundizó ostensiblemente la democracia colombiana y amplió las garantías y derechos de los ciudadanos, tuvo implicaciones importantes sobre la estructura económica.

Más allá del impacto coyuntural en la gobernabilidad local de la elección popular de alcaldes y gobernadores, en lo estructural condujo a que el Estado creciera de manera significativa, mucho más rápido que la economía en general. Esto y los recortes a las participaciones territoriales a partir de la crisis de 1998-1999 conspiraron contra el espíritu descentralizador de la Carta. En contravía de lo que se esperaba sería el efecto ‘centrífugo’ sobre el desarrollo territorial de la liberalización comercial, el cambio constitucional privilegió, al menos en el plazo considerado, la centralización de la economía y la expansión de Bogotá y sus cercanías.

Otro suceso importante y que conllevó la “pérdida” de casi una década en materia de crecimiento económico—el ingreso por habitante alcanzado en 1997 en Colombia se vino a recuperar, en términos reales, solo en 2005—fue la profunda recesión de finales del siglo pasado, la peor desde los años treinta. Aunque fue desencadenada por eventos externos—fundamentalmente el contagio de las crisis del sudeste asiático y de Rusia a las economías latinoamericanas que condujo a un frenón repentino en los flujos de capital—no fue tan independiente de la apertura en el sentido de que algunos desbalances que se pueden asociar a ésta indudablemente aumentaron la vulnerabilidad del país a choques de ese tipo.

Si bien a la liberalización comercial per se no se le pueden achacar culpas en la crisis, la apertura de la cuenta de capitales, aunada a una política cambiara inflexible y una inadecuada regulación financiera sí tuvieron que ver. Seguramente una economía más cerrada hubiera sobrellevado mejor este choque externo, sin evitarlo del todo—como sucedió con Colombia en la crisis latinoamericana de la década de los ochenta. Ahora bien, probablemente tampoco hubiera experimentado el extraordinario crecimiento, por encima del 5 por ciento anual, del PIB colombiano en los inicios de la apertura entre 1991 y 1995.

En el caso del Valle, estos ciclos fueron particularmente pronunciados. El auge que vivieron Cali y el Departamento a principios de los noventa (en sincronía con el apogeo del Cartel de Cali), en sectores como el financiero y el de la construcción fue intenso. El Valle aumentó su participación del PIB nacional aceleradamente, de 11,2 por ciento en 1990 a 12,2 por ciento en 1996. La mentalidad de burbuja se trasladó a los gobiernos municipal y departamental, que alcanzaron los mayores niveles de endeudamiento del país.

La resaca cuando comenzó la crisis fue igualmente fuerte. La región vivió la pérdida de instituciones financieras como Corfivalle, Interbanco y FES y de constructoras como Holguines, la intervención de Emcali y la privatización de EPSA, y el ajuste y reestructuración de sus administraciones públicas. Además, la crisis económica y el recrudecimiento de la violencia guerrillera fueron caldo de cultivo para la partida de varias multinacionales que, en razón a la apertura, ya no estaban obligadas a producir en Colombia para vender aquí, así como para el éxodo de capital humano calificado. A 2003, la participación del Valle en el PIB nacional había caído por debajo de su nivel preapertura.

Finalmente, habría que mencionar el ascenso de la China, el cual terminó siendo fundamental para la recuperación de la economía colombiana en la primera década de este siglo, pero que también condicionó el tipo de crecimiento que tuvo y, por ende, la disparidad en la evolución de diferentes regiones dadas sus vocaciones productivas. El auge minero-energético que desencadenó la desaforada demanda por productos básicos del país asiático impulsó la mayor y más prolongada expansión económica de la historia de Colombia, con la posible excepción de la “danza de los millones” de los años 1920. En el período 2003-2014, el PIB colombiano creció a una tasa promedio del 4,7 por ciento por año; y el ingreso por habitante, al 3,5 por ciento anual.

Sin embargo, el abultado ingreso de divisas por inversión extranjera y exportaciones que indujo ese auge, aunado a la presión a la baja de los precios internacionales de los bienes manufacturados que impuso el enorme aparato industrial chino, minaron la competitividad de muchos sectores de la economía nacional. La industria, aparte de la reducción de aranceles y la revaluación del peso, experimentó una caída histórica de sus precios relativos frente a los de las materias primas. El Valle del Cauca, pobre en hidrocarburos pero fuerte en industria y gran receptor de remesas, también vivió una recuperación en ese lapso, pero creció significativamente por debajo (4%) del promedio nacional.

La óptica es importante

El impacto de la apertura sobre la economía y los hogares colombianos y vallecaucanos depende crucialmente de la perspectiva que se tome. Desde la óptica del consumidor—y todos somos consumidores—, los beneficios de la apertura son incuestionables. Para cualquiera que vivió y compró en la Colombia de antes de 1990 es evidente que la variedad, calidad y precio de los productos disponibles ha mejorado radicalmente. El poder acceder, con mínimas barreras, a los productos que son fruto de los recursos y conocimientos de millones de individuos y empresas en todo el mundo, es de por sí liberador, y su influencia sobre las mejoras en el bienestar ciudadano no se pueden subestimar.

Cuando se adopta el punto de vista del productor, del ciudadano en cuanto que empresario o empleado, en cambio, la situación se vislumbra más compleja. Una hipótesis viable es que, en términos muy generales, las empresas y personas vinculadas a las cadenas no transables de la economía, las que no compiten con productores extranjeros, como sucede en la mayoría del comercio, los servicios y la construcción, por ejemplo, además del gobierno, se han beneficiado. A estas las favorece la apreciación de la moneda, que fue la tendencia predominante, aunque no exclusiva, dentro del período de análisis.

Por el contrario, aquellos sectores transables de la economía, los que producen bienes con los cuales se puede comerciar a nivel internacional, como la industria y la agricultura (y con la notable excepción de la minería que observó precios históricamente altos), salieron afectados. Aquí puede residir parte de la explicación de la creciente brecha en el país entre las zonas urbanas (más intensivas en no transables) y las rurales (más intensivas en transables). Entre 2003 y 2013, la participación del Valle del Cauca, cuyo perfil productivo no se vio muy favorecido en este escenario, disminuyó del 10,9 por ciento al 9,2 por ciento del PIB nacional.

Perspectivas comparadas

Comparar el desempeño de Colombia con otros países de América Latina que surtieron procesos similares, aunque en algunos casos los echaron para atrás en forma radical (como Venezuela), resulta sumamente ilustrativo. Si se toma el período completo 1990-2016, Colombia fue el tercero que más creció entre los 7 grandes países latinoamericanos, con un sólido promedio anual del 3,7 por ciento. Es significativo que los 2 países que crecieron aún más, Chile (4,8 por ciento) y Perú (4,4 por ciento), son quizás los más “abiertos” de todo el grupo, mientras que otros más “cerrados”, como Brasil, o que dieron marcha atrás en las reformas, como Argentina y Venezuela, crecieron sustancialmente menos. Sin ser excepcional, el desempeño de Colombia en estos 25 años de apertura es notable dentro del contexto latinoamericano.

Cuando aterrizamos a las regiones colombianas, como ya se ha mencionado, el desempeño del Valle fue inferior al promedio. Entre principios de la apertura y el fin del “boom” petrolero, el departamento perdió casi 2 puntos de participación en el PIB nacional, aunque desde 2013 ya ha recuperado medio punto. En esto intervinieron varios factores, algunos ya mencionados como el relacionado con vocaciones productivas que no necesariamente fueron las más beneficiadas por la apertura y el auge minero, y una crisis especialmente aguda a fines de los noventa. Otro que vale la pena mencionar es el acelerado crecimiento de la región en las décadas anteriores a la apertura, estrechamente ligado a su éxito atrayendo industrias extranjeras. En las décadas sucesivas a la liberalización, era previsible que otras regiones, menos internacionalizadas, remontaran parte de esa diferencia, máxime cuando la apertura contribuyó a que aquí se perdiera una parte de ese tejido empresarial de capital foráneo que era excepcional en el contexto colombiano.

Con todo y esto, como se muestra al detalle y desde diferentes perspectivas en el libro “Mientras llegaba el futuro: 25 años de apertura económica en el Valle del Cauca” (disponible gratuitamente aquí: http://www.ccc.org.co/file/2017/09/Libro-e.pdf), los avances económicos del departamento han sido significativos en este período. A pesar de la pérdida de algunas empresas, han sido muchísimas más las que han llegado y las que se han creado. El Valle del Cauca ha logrado profundizar cadenas de valor existentes antes de la apertura y generar otras, y hoy tiene un tejido empresarial diverso y sofisticado que lo hacen la tercera economía del país y le permiten apostar a crecer por encima del promedio nacional en el post-boom petrolero, como ya lo viene haciendo desde 2014.

En el frente social los avances son aún mayores y, en la mayoría de dimensiones, el departamento sigue presentando algunos de los mejores indicadores del país. La Constitución de 1991 y el crecimiento de los presupuestos del Estado a espaldas de las rentas mineras y petroleras, a pesar de sus efectos “centralizantes”, sí han contribuido a ampliar las redes de protección y promoción social en el Valle y el país. Para parafrasear a quien es quizás el economista más connotado que ha vivido en Colombia, Albert Hirshman, en los primeros 25 años de apertura en el Valle hubo tal vez más desarrollo que crecimiento. Lo mismo se pudiera decir, con algunos matices, sobre Colombia como un todo.

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