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PROFANACION DE LA SECTA

Semana
10 de octubre de 1983

La Antología de la Zarzuela es grandiosa y apoteósica y fastuosa y los demás adjetivos que la prensa le ha puesto. Sin duda los merece y otros más también. Es una brillante compilación de los más vistosos cantos y baiies de todas las zarzuelas, depuradas de la parte propiamente teatral del género, o sea, de diálogos y tramas.
Ciertamente son apabullantes las decenas de lagarteranas, de salmantinas y aragonesas con peinetas y arandelas y salero que don José Tamayo arremolina en el escenario; son impresionantes las alabardas, espadas, pergaminos, antorchas y banderas que componen la utilería; son excelentes las 13 sopranos líricas, los 15 tenores, las 9 sopranos dramáticas y los 8 barítonos.
Todo esto es, tal como han dicho, grandioso y apoteósico y fastuoso. Vale. Pero no, hay algo que no convence. Y que conste que no hago la crítica desde el punto de vista del que charrera tan mamona es la zarzuela" que sostienen los jóvenes ni del "es una payasada comparada con la ópera" que profieren los cultos. La hago, en cambio, con un profundo espíritu de reverencia hacia el género, adquirido tras haber convivido, primero, con una bisabuela española que siempre canturreaba. Al pasar de soltera a casada y bailoteaba la Mazurka del Ris-Ras y más adelante, y bajo primer vínculo matrimonial, con uno de los herrnanos Samper Pizano, reconocidos cultores y apasionados conocedores de este octavo arte. Fue así, mediante el contacto con iniciados, como puede introducirme en el cerrado círculo que Daniel Samper llamó recientemente "esa curiosa secta que venera la zarzuela ".
Reconozco que sin duda es un éxito completo para don José Tamayo el haber logrado, con su montaje, que 6 millones de personas, desde Moscú hasta Bogotá, hayan ido a ver zarzuela, después de tantas giras fantasmas de otras compañías que arrastran por el mundo a Luísa Fernanda y a La del Soto del Parral sin arrancar más aplausos que los de los cuatro casposos y apolillados habitúes de siempre. Y el éxito se debe a que su Antología moderniza, pone a tono y desempolva la zarzuela.
Pero es justamente aquí donde está la falla, la profanación, el pecado. ¿Qué tan lícito es modernizar un género cuyo mayor encanto está en su anacronismo, o ponerlo a tono cuando su esencia misma consiste en no tener nada que ver con la vida, o desempolvarlo cuando gran parte de su magia está en los kilos de polvo que reposan sobre los peluquines de los barítonos, sobre las crisolinas de las contraltos y sobre los raídos y desteñidos telones?
A pesar de la fanática acogida que Antología ha tenido por parte de los miembros más autorizados de la secta, y aún del grueso público, yo me atrevo a dar la voz de alerta. ¿No estaremos presenciando, más que un renacer de la zarzuela como se ha dicho, un entierro de primera, con mucho brillo de lentejuelas y mucho repique de castañuelas, pero entierro al fin y al cabo? Reconocer, por ejemplo, que las largas partes dialogadas están mandadas a recoger, y proceder a recogerlas como hace don José Tamayo, es un primer paso hacia el abismo. Y el segundo bien puede ser admitir que las tramas ya no convencen y por tanto suprimirlas. Claro que es cierto, las tramas ya no convencen. Pero la única actitud digna para un zarzuelómano es asumirlas tal cual como son: dulzarronas historias de amor donde casi siempre y con leves variantes una linda aldeana -en realidad una soprano gordísima-que viene de coger agua pura de la fuente se enamora de un pobre pero bueno, después se defiende como una leona del rico pero no tan bueno que la quiere forzar a tener amores con él y finalmente termina muriendo, si la zarzuela es trágica, o casándose con el pobre, si la zarzuela es cómica. Tal plot no será de mucho contenido, pero es lo que es, lo que ha sido siempre. Si se suprime, quedaremos limitados a reeditar nuevas antologías, o antologías de antologías, o versiones cada vez más comerciales y cada vez más apartadas de un remoto original .
Yo personalmente prefiero la escuela tradicional como la de un Faustino García, heróico director de companía que tan inútiles esfuerzos ha hecho a lo largo de los años sobre el escenario del Teatro Colón, pero que ha tenido la entereza de montar unos Gavilanes sin escatimar ni al Indiano y a Rosaura ni a la suegra, una Leyenda del Beso con todo y Amapola y zíngaros y beso, y un Rey que Rabió con rey, perro y doctores. Este es el esquema clásico e impoluto, que tal vez tenga menos futuro que su reencauche "antológico", pero que en cambio tiene mucho más pasado, cosa que es un-grave defecto en todos los casos salvo el de la zarzuela.
Hagámosle frente: la auténtica zarzuela es un fantasma evanescente y el único vínculo que le queda con la realidad es el amor que por ella sentimos los de su secta de cultores.
Todo intento de masificarla y de devolverle antiguos resplandores, por bueno y brillante que sea, sólo equivale a profanarla y a cavarle la tumba de una vez por todas. Tal cual como ocurriría con cualquier otra ciencia milenaria y esotérica que fuera divulgada y puesta al alcance de los no-iniciados mediante slogans publicitarios, proyección en cinemascope de sus "tenidas" secretas e introducción en el pequeño Larousse de un corpúsculo especial con la traducción de su jerga sabática. -

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