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MARTA RUIZ

¿Qué diablos es la tercera fase?

El Gobierno ha dejado claro que con las guerrillas no se pactarán reformas estructurales: ni la doctrina militar, ni el modelo económico están en discusión, dice. Que no los discuta con las FARC es entendible. Pero ¿los discutirá con la sociedad?

Marta Ruiz
17 de noviembre de 2012

Este lunes comienza en firme la segunda fase de los diálogos entre el Gobierno y las FARC en medio de vientos agitados. Iván Márquez se ha convertido en el aguafiestas de un trámite rápido de esta fase al lanzar frases a los cuatro vientos que hablan de superar los problemas estructurales del país, como requisito para la dejación de armas o que el diálogo debe incluir a toda la sociedad. Muchos temen, y me incluyo, que esos sean artilugios de Márquez para dilatar y, en últimas, mamarle gallo a lo acordado por Mauricio el ‘Médico’ y sus camaradas con el gobierno de Santos.

El preámbulo y la hoja de ruta del proceso con las FARC suponen que la segunda fase será en lo fundamental para acordar el fin de la guerra y darle paso a la construcción de una paz estable y duradera con justicia social, y ampliación de la democracia.

El Gobierno ha dejado claro que con las guerrillas no se pactarán reformas estructurales: ni la doctrina militar, ni el modelo económico están en discusión, dice. Que no los discuta con las FARC es entendible. Pero ¿los discutirá con la sociedad?

Se supone, aunque nadie lo ha expresado claramente, que esos sí son asuntos de una tercera fase en la que las FARC ya desmovilizadas, y el conjunto de la sociedad civil, construirían la tan anhelada paz. Lo malo es que nadie del Gobierno ha explicado cómo será la tercera fase. ¿Una página de internet para que todo el mundo se desahogue? ¿Una marcha campesina liderada por Juan Camilo Restrepo? ¿Más Plan de Consolidación y Familias en Acción? ¿Una Asamblea Constituyente?

Uno también supone que Santos, que se ha cuidado de tener a gente muy preparada a su lado, entiende que una paz duradera sí necesita un cambio de modelo. No creo tantas inteligencias juntas pasen por alto que, con los niveles de desigualdad y pobreza en el campo y la altísima concentración de la tierra, es imposible que peleche la justicia social. No creerá en serio el gobierno de Santos que con una economía basada en la extracción de materias primas habrá paz duradera en aquellas indomables selvas y llanuras. Tampoco que la fuerzas militares de la actualidad sean el pilar de la seguridad humana en el posconflicto.

Quizá como una estrategia de propaganda, o por sincero autoengaño, el Gobierno cree que ya está haciendo las reformas que el país necesita. Claro que venimos de tiempos aciagos y las ideas de Santos son muy progresistas comparadas con el pasado. Pero ni la ley de desarrollo rural es una reforma agraria (demasiado porosa para serlo), ni la reforma tributaria le apunta realmente a la equidad, ni la ampliación del fuero militar nos pone a salvo de la barbarie, sino, en realidad, más cerca de ella.

Por eso en este momento es crucial, si no se quiere que el diálogo se atasque en el arranque, que la mesa envíe un mensaje claro sobre cómo diablos será la tercera fase y cuáles serán sus alcances.

Razones hay de sobra para desconfiar del establecimiento político y económico, que después de los desarmes –desde las guerrillas del Llano hasta el muy cuestionado de las AUC– les han hecho pistola a los famosos cambios estructurales que, por mamertos que suenen, son más que necesarios.

Apostilla: Hace algo más de 21 años Antonio Caballero escribió una columna sobre la recién promulgada Constitución de 1991 en la que auguraba muchos años más de guerra, ya que, según él, la nueva carta dejaba intactos los poderes más omnímodos del país: la plata y el plomo. La historia le dio la razón.

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