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¿Qué pasó y qué sigue?

En Los Pozos no hubo ni un solo compromiso sustantivo. Nada que garantice la continuidad del proceso

Semana
19 de marzo de 2001

El proceso de paz naciO con dos defectos graves:

— Uno fue atar el diálogo a la zona de distensión, en vez de negociar fuera del país. Esta exigencia de las Farc provino del fracaso de Caracas-Tlaxcala y el bombardeo de ‘Uribe’ hace 10 años. Pero así las controversias sobre la zona abrían de entorpecer el diálogo continuamente.

— Otro fue no convenir árbitros ni reglas mínimas para zanjar diferencias, de suerte que aun el desacuerdo más trivial inevitablemente implica la suspensión o muerte del proceso.

Durante los dos años subsiguientes, cada una de las partes añadió tres errores capitales al asunto:

— El primer error de Pastrana fue no legitimar con claridad la zona de despeje ante las Fuerzas Armadas, el Congreso y la opinión. Esto dio pie a tensiones, equívocos y debates que de hecho reemplazaron la discusión sustantiva.

— El segundo fue no acortar sino alargar la lista de reformas a negociar. Aunque los 112 temas iniciales fueron luego integrados en tres “capítulos”, este enfoque enciclopédico eterniza el proceso y —peor— admite que con las Farc se trata de reinventar el país cuando en verdad se trata de parar la matanza.

— El tercero fue admitir la discusión del canje, que en todas partes viene al final de la guerra y aquí no ha hecho más que añadir “ruido” al proceso.

— El primer error de Marulanda fue abusar de la zona. Coca, “ajusticiados”, expulsados, secuestrados, reclutados y entrenados son razones contundentes contra la zona (o sea —como dije— contra el diálogo).

— El segundo fue condicionar la continuidad del proceso a la acción estatal contra los paras. Y es al revés: sólo si el proceso existe, la guerrilla puede pedirle cosas al Estado.

— El tercero fue asesinar los indigenistas. Esto abortó el diálogo con los gringos y decidió el sesgo militar en vez de la versión civil del Plan Colombia.

El Acuerdo de Los Pozos compuso en lo posible las cargas anteriores, y por eso se ocupa precisamente de:

1. Zona de distensión. Aclara que su único propósito es adelantar el proceso, “con garantías para las partes”. Dispone que la Mesa “evalúe” e “informe periódicamente” sobre el cumplimiento de ese propósito. Y cita a los firmantes del acuerdo de Caquetania y a los “escépticos del proceso” (o sea del despeje) para seguir adelante.

2. Cuasi-reglas: la Mesa tendrá una subcomisión para “estudiar los hechos” y evitar que se interrumpan las conversaciones. Cuasi-árbitros: habrá “reuniones periódicas” de “un grupo de países amigos y organismos internacionales”.

3. Agenda. Para acelerar su discusión, se amplía la Mesa y se reúne al menos tres veces por semana. Más importante aún: se añade el “cese al fuego” a la negociación, o sea que no necesariamente tendremos que esperar a que se hagan las reformas para frenar la matanza.

4. Canje. Se replantea como “acuerdo humanitario” reducido a los “enfermos” —y así sí puede ser—.

5. Paramilitarismo. Primero, cambia la exigencia unilateral de las Farc por una “comisión de personalidades nacionales” que hará “recomendaciones” a la Mesa. Y segundo, se le suma la intención de “disminuir la intensidad del conflicto”.

6. Droga. Marulanda repite que no se opone a la erradicación manual y la sustitución de cultivos. Pastrana descarta el hongo y hasta abre una compuerta sobre fumigación.

O sea, que si las Farc arreglan el caso de los indigenistas, habría un espacio para volver a la versión civil del Plan Colombia y retomar el hilo hondo de la paz. También hay un espacio para que los “países amigos” y la ONU empiecen a mediar y a componer. Y hasta se abre un espacio para bajarle intensidad al conflicto —ya ‘Jojoy’ mencionó los cilindros y los niños reclutas—.

Quedan otras tres tareas paralelas. Mejorar la eficacia militar, porque seguimos negociando en medio del conflicto. Armonizar el proceso con el del ELN. Y —más difícil— encontrar un lenguaje común para hablar de reformas.

Pero en Los Pozos no hubo ni un solo compromiso sustantivo. Ni siquiera hubo árbitros o reglas obligatorias. Nada que garantice la continuidad del proceso, o que rompa siquiera el ciclo de recriminaciones y suspensiones por cuenta de la zona y de los paras.

Pasará lo que ambas partes quieran que suceda: avanzar por los tres espacios que se abrieron, retroceder por los ocho agujeros del pasado. O sea que no es el comienzo del final y ni siquiera es el final del comienzo. Pero sí puede ser el comienzo del comienzo.