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¿Quién salvará a Venezuela?

Es un error pensar que los gringos resolverán la crisis del vecino país. No va ocurrir. Nos toca a los latinoamericanos luchar contra la dictadura de Nicolás Maduro.

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
18 de agosto de 2017

El video está disponible en YouTube. En el Aló Presidente del 2 de marzo de 2008, Hugo Chávez se dirige al ministro de Defensa de Venezuela. Con voz firme le dice: “Muévame 10 batallones a la frontera con Colombia de inmediato”. El ministro de Defensa asienta la cabeza y se sienta tranquilo en su silla. No corre a cumplir la orden a pesar de que eran momentos de alta tensión política, pues en la madruga del primero de marzo tropas colombianas habían incursionado en territorio ecuatoriano para dar de baja a alias Raúl Reyes, miembro del Secretariado de las Farc. Chávez se solidarizaba con su aliado Rafael Correa.

El poco afán del ministro para cumplirle al comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Bolivarianas no es fortuito. Sabía que eran, ante todo, bravuconadas para el público asistente y televisivo; la audiencia predilecta de Hugo Chávez. Me acordé de su imagen cantinflesca cuando escuché al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunciar que su gobierno tenía “muchas opciones para Venezuela, incluyendo una posible opción militar, si fuera necesaria”. Trump resaltó que “Venezuela no está muy lejos y su pueblo está sufriendo y se están muriendo”.

A las pocas horas el mismo Pentágono aclaró que no había recibido orden alguna de la Casa Blanca sobre Venezuela. Era evidente que Trump estaba improvisando. Venezuela no ha sido una prioridad de su administración, obsesionada con Corea del Norte, Irán, ISIS y sus antiguos aliados europeos. No me sorprendió la declaración de Trump ante las cámaras de televisión. Ya estamos acostumbrados a sus salidas en falso. Lo que me asombró fue que otros actores lo tomaran tan en serio; algunos esperanzados, otros aterrados.

Desde la operación Justa Causa en Panamá para remover a Manuel Antonio Noriega del poder e instalar a Guillermo Endara en diciembre de 1989, desapareció el apetito de Washington de enviar tropas para intervenir militarmente en la región (lo de Haití en 1994 fue una ocupación concertada, no hubo combates). El Gobierno estadounidense concluyó que la balanza costo-beneficio, favorecía otras políticas menos directas y belicistas.

Si bien en la historia de Estados Unidos y América Latina hay múltiples ejemplos de invasiones de los marines (México, Nicaragua, República Dominicana, Panamá, Granada), es diciente que ninguna de ellas ocurrió en Suramérica. Es que una operación militar de esa índole no ocurre de la noche de la mañana.

Comprendo la frustración de muchos amigos venezolanos al ver como el régimen de Nicolás Maduro consolida su dictadura. Y empatizo con su esperanza de que los gringos intervengan y resuelvan el embrollo. Escuché frases parecidas en Colombia a finales del siglo XX, cuando el país estaba bajo los embates criminales de las Farc y miles de profesionales colombianos empacaban maletas para buscar un mejor futuro fuera de nuestras fronteras. Había la expectativa de que las tropas estadounidenses pelearían la guerra por nosotros.

Era ingenuo pensar que el Gobierno de Estados Unidos enviaría a sus ciudadanos a morir por los colombianos. Así no funciona la lógica de la política exterior gringa (ni de ningún otro país serio). Tienen que estar en juego intereses de seguridad nacional. Ni el caso colombiano ni el venezolano alcanzan o alcanzaron ese umbral.

En Washington, es usual escuchar a funcionarios estadounidenses resaltar cómo el Plan Colombia representó apenas 5 por ciento de los recurso utilizados para derrotar militarmente a las Farc. La victoria, repiten al unísono, fue de los colombianos.

Los venezolanos no necesitan marines sino el respaldo inequívoco y activo de sus vecinos y hermanos latinoamericanos. Hay que aislar a Maduro en la región, comenzando por aplicar la Carta Democrática y suspendiendo a Venezuela de Unasur y otras organizaciones multilatinas. Las dictaduras fueron el acabose para América Latina. No podemos permitir que renazcan.

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