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Nuestro presidente Trump

Para la democracia es preferible una relación basada en la desconfianza y hasta en la tensión entre el Gobierno y la prensa, que una prensa mayoritariamente cooptada por el poder político.

Rafael Guarín, Rafael Guarín
8 de febrero de 2017

Una gran parte de EE. UU. y del mundo aún no asimila el nuevo estilo en la Casa Blanca. La controversia no se detiene entre quienes son partidarios del presidente y quienes son sus feroces contradictores. De ese debate se pueden sacar conclusiones importantes para Colombia.

Trump parece dispuesto a cumplir lo prometido en campaña. Dijo que iba a construir un muro en la frontera con México y los estadounidenses al elegirlo tomaron la decisión de apoyarlo. En nuestro país, lo normal es que un presidente en vez de cumplir el mandato popular impuesto en las urnas, se dedique a ver la forma de burlarlo. Pregunten a Santos por su promesa de no imponer nuevos impuestos o de no aumentar el IVA, para no mencionar su reiterado compromiso de que el pueblo colombiano tendría la “última palabra” frente al Acuerdo de La Habana

Trump está en abierta confrontación con los grandes conglomerados de medios de comunicación. Les ha dicho de todo. Por su parte, acoplados a una agenda política de oposición, los medios se dedican a ejercer férrea fiscalización de un gobierno que es percibido en las salas de redacción como una amenaza a la libertad de prensa.

Sin duda, para la democracia es preferible una relación basada en la desconfianza y hasta en la tensión entre el Gobierno y la prensa, que lo que existe en Colombia: una prensa mayoritariamente cooptada por el poder político y que termina cómplice del rompimiento del Estado de derecho y la corrupción. Una prensa que en vez de informar con objetividad y transparencia, hace parte de un guión político y del bloque de poder dominante. Unos medios que renuncian a su independencia y a la libertad de prensa, consecuencia del contubernio con el poder.

Otra lección. Trump dictó órdenes ejecutivas para prohibir el ingreso de ciudadanos de siete países de mayoría musulmana. Las organizaciones civiles acudieron a la justicia para defender derechos que consideraron vulnerados. Un juez dejó claro que la justicia en EE. UU. es un freno real al poder del Ejecutivo: suspendió las órdenes. Trump saltó. Apeló el Departamento de Justicia, pero las cortes ratificaron la decisión del juez.

En Colombia, en cambio, la justicia repudia a la justicia. Magistrados políticos y políticos magistrados se tomaron las cortes. Los jueces no están para controlar al Ejecutivo en defensa de la Constitución y de los derechos ciudadanos, sino para validar, justificar y complacer el desborde de poder. El Gobierno sustituyó la racionalidad del derecho por la lógica de manzanillos judiciales.

Trump acude con argumentos jurídicos a las Cortes; en Colombia, el presidente acude ante los magistrados con nombramientos de familiares y contratos. Mientras Trump trina amenazante ante la decisión judicial y la justicia se mantiene firme, aquí el Nobel amenaza con la excusa de la paz y de la guerra y las cortes encuentran en ello la excusa para complacer al gobernante. ¿Recuerdan la “magistrada” que desconoce la voluntad popular con un politiquero auto que parece dictado desde la Casa de Nariño? La misma magistrada cuyo esposo tiene contrato con el Gobierno.

A pesar de las mayorías republicanas y del fuerte voluntarismo de Trump, el Congreso en Estados Unidos no es un simple amanuense del Ejecutivo. Los debates por la nominación del gabinete y de un nuevo miembro del tribunal supremo, así como el intento de la minoría demócrata para bloquear los nombramientos, demuestran que en principio el sistema de frenos y contrapesos sí funciona. En Colombia, en cambio, otra vez, el Congreso es una cosa burocrática y corrupta agregada al gobierno sobre el cual debe ejercer control.

Hay una mala noticia para los hipócritas que se escandalizan con Trump y que reclaman airosos por la existencia de ese monstruo antidemócrata, al tiempo que callan ante el colapso institucional en Colombia. Señores, los elementos mínimos del estado de derecho, como la separación de poderes y la libertad de prensa, se están desvaneciendo bajo un régimen autoritario que cabalga en la corrupción y que establece un modelo de concentración del poder en cabeza del presidente Santos. Así les parezca terrible, es preferible mil veces el presidente Trump, sometido a controles institucionales, que un santurrón acaparador de poder sin controles o, mejor, con los controles en su mano. El monstruo antidemócrata está aquí.

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