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Zanahoria y garrote

Una sociedad anárquica, desordenada y donde todo el mundo hace lo que le da la gana, sin importar la legalidad de sus acciones o sus negativos efectos en los otros, necesita autoridad y orden.

Rafael Guarín, Rafael Guarín
31 de enero de 2017

¡Bienvenido el nuevo Código de Policía! ¿Qué es severo? ¡Mejor! ¿Que impone sanciones económicas? ¡Mucho mejor! Una sociedad anárquica, desordenada y donde todo el mundo hace lo que se le da la gana, sin importar la legalidad de sus acciones o sus negativos efectos en los otros, necesita autoridad y orden. Si el nuevo código se aplica con severidad y transparencia, contribuye a ambas cosas.

Las normas que lo integran tienen un enfoque preventivo y buscan la convivencia y el cumplimiento de los deberes y obligaciones de los ciudadanos, al igual que garantizar que los derechos se ejerzan plenamente, sin abusos, ni desconocimiento de los derechos de los demás. Apenas comienzan a regir y promotores del libertinaje ya las sindican de todo tipo de cosas. A muchos no les gusta que el Estado tenga instrumentos que propugnen por una sociedad ordenada y respetuosa de los derechos de todos. Atacan el Código y a la Policía como institución. Les parece aberrante que un cuerpo estatal pueda imponer el orden donde predomina el desorden.

Construir ciudadanía en democracia implica aceptar y acatar las reglas de convivencia. Los mejores ciudadanos son los que respetan las reglas, no los que las rompen y atentan contra la integridad, la vida de las personas, la propiedad o la tranquilidad colectiva. Lo ideal es el acatamiento voluntario y consciente de las normas y no tener que sancionar, pero, en serio, ¿existe alguien que crea genuinamente que en este país no se requieren mecanismos de coerción que obliguen a respetar las reglas? Esto no es Suiza.

La paz social, es decir, la convivencia pacífica, pasa por lograr pequeños cambios de comportamiento ciudadano que conducen a grandes transformaciones, para ese propósito es muy útil la nueva legislación de policía. Una práctica antisocial como colarse en el servicio público de transporte parece una cuestión menor, si se quiere una pilatuna juvenil, sin embargo, los hechos demuestran que comienzan colándose y terminan asesinando a puñaladas a funcionarios de Transmilenio, como sucedió hace un par de semanas en Bogotá. El fomento, la tolerancia y los discursos justificadores de atajos a la ley o su abierto desconocimiento nunca terminan bien.

Más que resultado de reyertas criminales o del llamado “conflicto armado”, los homicidios en Colombia se relacionan con problemas de convivencia, de ahí la importancia del nuevo Código. Las oficinas de sicarios no son las que llevan el liderazgo en las cifras, sino los amigos, los vecinos, los conocidos. Las riñas y asesinatos hacen parte de los titulares después de las fiestas de diciembre y de las fechas que implican encuentros familiares. Miren esta salvajada que refleja la urgencia de cambiar los comportamientos: En el fin de semana que correspondió al día de la madre del año pasado se presentaron 3.937 riñas, 17 muertos y 427 heridos, casi siete heridos y 66 riñas por hora, más de una riña por minuto. La información estadística registrada indica que en el 2015 fueron 4.254, 317 riñas más, muchas de ellas asociadas al alcohol. ¡Qué belleza de amor familiar! En Colombia se mata por intolerancia, resultado de una sociedad en la que no se enseña a convivir sino a imponerse, avasallar y patear al otro. El antídoto es pedagogía ciudadana y reglas para vivir y dejar vivir. Adoptarlas y hacer que se cumplan sería en nuestro país una verdadera revolución.

Zanahoria y garrote, así suene profundamente antipático, es lo que se debe aplicar. Por generación espontánea no se va a lograr que aprendamos todos a respetar los derechos de los demás. Antanas Mockus tenía razón hace 20 años cuando hizo de la cultura ciudadana la prioridad en Bogotá. Doce años de gobierno de izquierda acabaron con eso, se exaltó el caos y el rompimiento de las reglas se elevó a dogma. Este pobre país está jodido cuando las rancias élites tradicionales y las respuestas desde la Izquierda en el fondo son iguales: desprecian la ley.

Los sistemas liberales se basan en el respeto a las normas de convivencia, es lo mínimo. No obstante, en Colombia reclamar por la restauración del imperio de la ley es una cosa exótica y fuera de lugar. ¡Por eso, estamos como estamos! Nuestro país tiene el reto de construir un Estado fuerte, esto es, un Estado capaz de garantizar plenamente el ejercicio de los derechos y las libertades de todos, sin discriminación alguna, lo cual no es posible sin autoridad y orden, el nuevo Código es un paso en esa dirección.

Pero, ojo, como en todo, el camino al infierno puede estar plagado de buenas intenciones. Un buen Código funciona si los encargados de aplicarlo son servidores públicos impolutos, no vaya a ser que los atracadores con placa que hay cada cierto número de semáforos, ahora se multipliquen y amplién sus oportunidades de concusión. La Policia pedía un buen código, ya lo tienen, ahora los ciudadanos pedimos buenos policías que lo apliquen con severidad y justicia. Hay que trabajar en fortalecer la efectividad de los controles civiles sobre la Policía, requisito indispensable que hará de esa normatividad una oportunidad para avanzar como sociedad y no una licencia que corrompa más esa institución. Queda la advertencia.

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