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Una frontera costosa

Frente al cierre de la frontera decretada por Nicolás Maduro, la dependencia económica de la frontera ha afectado a la población civil.

Ramsés Vargas Lamadrid, Ramsés Vargas Lamadrid
13 de julio de 2016

Desde el 19 de agosto de 2015 el presidente venezolano, Nicolás Maduro, decretó el cierre de los 2.200 kilómetros de frontera que unen a la República Bolivariana de Venezuela con Colombia. Entre los riesgos que aduce el gobierno bolivariano de Venezuela para el cierre, se encuentran la seguridad por la presunta presencia de “paramilitares” colombianos, el contrabando de productos, y una guerra económica derivada de la especulación, el acaparamiento y el cambio de divisas, presuntamente orquestada por un eje Miami – Bogotá – Madrid.

Más allá de estas teorías de la conspiración geopolítica bolivariana, es preciso anotar que los costos reales del cierre de la frontera los paga la población, y están conformados por costos sociales y costos económicos.

Dentro de los costos sociales encontramos una población que estaba acostumbrada al libre tránsito y que compartía servicios sociales, de educación y de salud de lado y lado de la frontera, ejerciendo una libre movilidad de facto, así como la posibilidad de acceder a bienes y servicios públicos en el lugar que mejor se los proveyera.

Asimismo, ésta libre movilidad y la intensa migración colombiana hacía Venezuela desde la década de los setenta generó familias binacionales, las cuales poco conocían de requisitos y límites, y estaban conformadas por hogares colombo venezolanos, lo que les permitía el acceso a los bienes y servicios en los dos Estados. 

En cuanto a los costos económicos, el cierre fronterizo ha generado que en las ciudades colombianas los otrora productos baratos provenientes de Venezuela, los combustibles y el cambio de divisas como actividades principales, hayan sido suspendidas, generando desempleo, desabastecimiento e incremento en los costos.

Aunque de manera casi que imperceptible las dinámicas de la frontera continúan, la afectación es grave en cuanto a que muchos niños venezolanos han dejado de acudir a las escuelas y hospitales colombianos, y muchos niños colombianos ya no pueden visitar a sus abuelos y primos venezolanos, o disfrutar de una arepa hecha con Harinapan, o los confites y el cacao venezolano.

En materia de balanza comercial el costo no es menor. El cierre de la frontera afecta el precio y el abastecimiento de hidrocarburos, por los cupos que tienen las ciudades fronterizas. El costo de exportación del carbón se disparó en US$16 la tonelada, asociado a los costos de transporte y el recorrido hacía los puertos colombianos, hoy también en jaque por el paro camionero que cumple 37 días.

Aunque el gobierno nacional procuró un subsidio para reducir esto a US$9 por tonelada, según cifras de la Cámara de Comercio de Cúcuta , las exportaciones de carbón térmico cayeron de 120.000 toneladas mensuales a 66.000, e incluso han pasado meses con solo 4.000 toneladas exportadas, según la Asociación Carbonera de Norte de Santander.

El empleo en el sector carbonero cayó en un 50%, lo que representa hoy una fuerza laboral de solo 2.500 trabajadores.

El negocio de los “cambistas” también se vio afectado en un 80%. Según la Asociación de Cambistas de Cúcuta, las casas de cambio autorizadas en esta ciudad pasaron de 320 a 40, lo que ocasionó la pérdida de 300 trabajos directos.

Otro sector afectado es el de la hotelería y el turismo, antes del cierre la ocupación hotelera en Cúcuta era del 45%, ahora está en el 35%. Derivado del cierre de muchas operaciones aéreas en Venezuela, el aeropuerto de Cúcuta era el principal terminal aéreo para los venezolanos, había un vuelo diario Cúcuta - Panamá lleno de venezolanos, ahora hay solo dos por semana. De las 13 frecuencias diarias de Avianca a Bogotá, hoy solo quedan ocho.

Otra de las graves afectaciones del cierre es que Cúcuta es la ciudad con la inflación más alta del país. Para el mes de junio (2016) su acumulado era de 6,83%, lo que asociado a los elevados costos de los productos colombianos (sin subsidio y con impuestos) ha incrementado los costos de vida de la población Norte santandereana.

El fin de semana pasado evidenciamos una crisis humanitaria que volcó a miles de venezolanos a la ciudad de Cúcuta para comprar y abastecerse ante la apertura temporal de la frontera, sin embargo, la alegría venezolana fue menguada por otra triste realidad, la devaluación de su moneda, los costos de los productos en Colombia, y la imposibilidad de llevar todo lo necesario por la pérdida de la capacidad adquisitiva.

El drama de la frontera nos debe interesar a todos, incrementa costos y afecta poblaciones, además es síntoma de las distorsionadas relaciones que se mantienen con Caracas, y el hecho de que casi 12 meses de cierre no son saludables ni sostenibles para ninguno de los dos Estados, sobre todo con el paro camionero del lado colombiano y de la inestabilidad política del lado venezolano.