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Razones para la esperanza

19 de febrero de 2002

Jorge Rojas*

Esta semana se cumplen diez años desde la fundación de la Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento CODHES. Tal vez es una oportunidad para reflexionar sobre el ambiente adverso en el que celebramos este aniversario, en el papel de las organizaciones de derechos humanos en un país devastado por la degradación de la guerra y la crisis humanitaria y en las responsabilidades que tenemos en el movimiento por la paz.

Es contradictorio porque hay mucho que celebrar y hay poco de que entusiasmarse. Hay que celebrar la existencia y persistencia de una ONG que desde la autonomía y la independencia de los poderes armados ha logrado contribuir a posicionar el desplazamiento forzado desde la perspectiva de los derechos humanos y el derecho internacional humanitario. Hay que celebrar que CODHES participe ahora en la lógica de ir más allá de las consecuencias del desplazamiento y se involucra en su causalidad.

En acercarse a la lucha por la paz a través de una solución negociada que proyecte las transformaciones sociales, económicas y políticas que exige un nuevo país. Hay que celebrar la participación de CODHES en la creación de la convergencia PAZ COLOMBIA y en los esfuerzos de articulación y unidad de los sectores democráticos de un movimiento social que necesita fortalecerse para incidir y transformar esta realidad. Hay que celebrar la decisión de CODHES de cualificar y mejorar la investigación, la comunicación, la interlocución y la incidencia para responder a los retos que plantea una lectura de paz y país desde el enorme problema social, demográfico y de derechos humanos que implica el desplazamiento. Hay que celebrar la participación y la convocatoria permanente de CODHES para el proceso de confluencia de los sistemas de información con la Conferencia Episcopal, el Comité Internacional de la Cruz Roja y la Red de Solidaridad Social, en la idea de tener una metodología y un referente común para la construcción de cifras y la caracterización sociodemográfica del problema.

Hay que celebrar que CODHES avance en una comprensión y acción concertada para identificar e incidir sobre los aspectos específicos que plantean las migraciones forzadas en las zonas de frontera y la perspectiva de etnias, género y grupo etéreos que rodea la integralidad del problema. Hay que celebrar que CODHES insista en el debate del desplazamiento desde la integralidad de los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales y que incentive esfuerzos de redes y coordinaciones nacionales e internacionales en esta perspectiva. Hay que celebrar que CODHES promueva aún más una relación horizontal con la comunidad internacional en función de las necesidades y criterios de nuestra realidad. Hay que celebrar que CODHES desarrolle a si misma una relación democrática y de construcción de soluciones con las comunidades afectadas y en el marco de incentivar y apoyar capacidades sociales cada vez más evidentes por su autonomía, capacidad de interlocución y liderazgo propio.

En cambio, no hay que entusiasmarse por una celebración en la que los esfuerzos en general son muy pocos y la realidad del desplazamiento es grave, dramática y creciente. Una organización de derecho humanos podría identificar sus indicadores de logro en la disminución real de las violaciones de los derechos humanos e infracciones al derecho internacional humanitario, en los avances en la solución política y negociada, en la consolidación de la democracia y de modelos de equidad social. Es cierto, la responsabilidad no es de las ONG que hacen sus esfuerzos en esta dirección. La responsabilidad es de una clase dirigente que se resiste a los cambios aplazados una y otra vez por la preservación de intereses y privilegios para los cuales el Estado es parte de ese modelo conservador, autista y antidemocrático. Unos intereses en función de la propiedad latifundista que se manifiestan en formas premodernas de la economía que se resisten por la fuerza a desaparecer y se fortalecen con la economía global del narcotráfico y su acumulación violenta de tierras y capitales. Unos intereses que necesitan del aparato político del Estado al que acceden mediante prácticas enquistadas en nuestra incultura política y que se expresan a través de corrupción pública y privada, exclusión, autoritarismo y resistencia a los cambios. Unos intereses de grupos financieros y económicos que siguen aumentando sus ganancias y sus monopolios en medio de una pobreza creciente frente a la cual el gobierno se preocupa más por establecer la cifra que por transformar el modelo económico que la provoca. Unos intereses de países poderosos como Estados Unidos que impone a gobiernos dóciles sus políticas económicas, de lucha antidrogas y de guerra en medio de, cada vez menos, condicionamientos en derechos humanos y democracia. Unos intereses que defienden grupos paramilitares que están imponiendo un modelo de Estado autoritario en regiones en las cuales la protesta social, la disidencia política y el derecho de opinión se pagan con la muerte.

Unos y otros promueven la guerra y se entusiasman con la posibilidad de llevar al país a una confrontación en medio de la pobreza, la crisis humanitaria y de derechos humanos y la impunidad. Con ellos están los dueños de los grandes medios de comunicación dedicados unilateralizar el conflicto en sus causas y soluciones, a polarizar aún más la sociedad y a alejar, de manera irresponsable, las soluciones políticas promoviendo la prolongación de la confrontación armada.

No hay mucho de qué entusiasmarse cuando la insurgencia armada sigue su lógica de acumular fuerza militar con pocos avances en la acción política y con una dedicación cuasi exclusiva a afectar a la población civil indefensa en nombre de una guerra cada vez menos revolucionaria. Es hora de preguntar a la guerrilla para que han servido 40 años de lucha armada en el país y si el camino es continuar en la prolongación de una guerra absurda que no ofrece cambios reales a la situación de un pueblo que sufre la pobreza tanto como su lucha armada.

Hay una coincidencia entre los temas planteados en las agendas de la insurgencia y el movimiento social. Tal vez el movimiento social va más allá de esa agenda y se propone transformaciones aún más radicales desde sociedad. Pero es cada vez más evidente que el país no está con la lucha armada de la guerrilla y estos cambios políticos sólo se pueden entender por dos vía, asumiendo este debate político de cara al país y al pueblo o imponiendo, como ahora ocurre, dinámicas de la fuerza y violencia.

Ahora es más revolucionario hacer la paz que hacer la guerra. La insurgencia no puede atravesarse como un poder conservador en la lucha social y política de un pueblo que busca otras alternativas. Por eso creemos que la política debe permear el movimiento social, la insurgencia y el país en su conjunto.

El Establecimiento y sus formas de poder no quieren ceder en sus privilegios y se alistan para la guerra con el objetivo de rendir a la insurgencia por la vía de la guerra. Esta es otra grave equivocación a la luz de la historia de Colombia en los últimos cien años. Sólo conducirá a una guerra que no van a perder pero que tampoco van a ganar.

La insurgencia no va a perder la guerra, tiene capacidad de resistir muchos años más, pero tampoco va a ganar esta guerra con un pueblo que no comparte esa forma lucha. Sin embargo, la prolongación del conflicto armado tendrá costos sociales y políticos muy altos para su propio proyecto.

Es la hora de la acción política, de repolitizar el debate, de ampliar el análisis, de superar el lenguaje. Ahora es deber y responsabilidad de la sociedad en sus expresiones democráticas contribuir desde la inteligencia a romper este círculo vicioso en el que existe guerrilla porque el país no se transforma y el país no se transforma porque existe guerrilla.

Hay que recuperar la crítica política como un ejercicio de la democracia y es nuestra responsabilidad construir nuevos elementos de análisis en función de superar la crisis del país.

Estas reflexiones intentan explicar porque hay razones para celebrar, hay razones para no entusiasmarse pero hay también razones para la esperanza.



* Director de CODHES