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Realismo mágico

El problema no sólo es de Cartagena. Todo el país está entregado a urbanizadores piratas, promotores de siembras ilícitas, narco-para-políticos armados y dueños de los votos...

Antonio Caballero
5 de febrero de 2006

El 'Hay festival' es un festival literario que, nacido en Gales, se celebró hace ocho días en Cartagena. Hubo de todo. Novelistas angloindios que recitaban versos en chino mandarín, filósofos españoles que soltaban risotadas estentóreas, humoristas argentinos, ensayistas mexicanos, poetas colombianos. Charlas. Lecturas de poemas. Esas cosas que llaman "conversatorios".

Un público entusiasta y aplaudidor que desbordaba los palcos rococó del Teatro Heredia y se apiñaba a sus puertas, acurrucándose sobre las piedras recalentadas al rojo blanco de la calle para seguir los actos por pantalla de televisión. En el claustro del convento de Santo Domingo, bajo los árboles encerrados, música y danza, y una copita de vino español. Y en torno el hervor caliente de Cartagena: una olla de gritos y de frutas maduras, de balcones y de cantinas, de sol, de viento, de salitre, de ron, de turistas enrojecidos, de parejitas de quince años que en el atardecer van a besarse y hacerse cosas al pie de los cañones de las murallas.

La magia del Caribe.

Pero también la realidad prosaica del Caribe. La politiquería. Los candidatos. Las elecciones. Los desplazados. La corrupción. A diez minutos del 'Hay Festival', pasado el aeropuerto por la carretera que lleva a Barranquilla, o entrando por Chambacú y el caño de Juan Angola, está la Ciénaga de la Virgen: la "salacuna hidrobiológica de Cartagena", como la llama con ternura científica su protector Rafael Vergara en un reciente artículo publicado en El Tiempo. Un artículo sobre su destrucción. Su redestrucción, por mejor decir. Pues ese ancho y verde espejo de agua, que hace unos cuantos años fue convertido en un foco de hediondez, de enfermedades y de peces muertos por la construcción del Anillo Vial, había sido recuperado gracias a la Bocana: una obra de ingeniería hidráulica emprendida y financiada por mitad por el gobierno de Holanda, gracias a la cual se restableció la comunicación de la ciénaga con el mar, interrumpida por la barrera artificial de la carretera. Con la entrada de agua fresca del mar se regeneró la ciénaga, volvieron a crecer los manglares agonizantes, dejaron de morir los peces, se recuperó la cría natural de peces y crustáceos. Pero eso no podía durar: los políticos acechaban. Y hoy otra vez, como consecuencia de las ocupaciones ilegales y las urbanizaciones piratas promovidas por ellos, la ciénaga está siendo asesinada a la vista de todos y sin que a nadie le importe.

Lo de "urbanizaciones" es demasiado decir, así sean piratas: son vertederos de basuras. Se ven pasar largas canoas llenas hasta los bordes de escombros y desperdicios de plástico, ladrillos sueltos y pedazos de concreto, que sirven para rellenar los manglares y construir encima ranchos de latas y tablones, poblados de niñitos barrigones y de niñas preñadas desde los trece años. Nadie interviene. Cuenta Vergara que sólo existen "procesos inocuos" encallados en la Alcaldía, la Capitanía del Puerto, la Fiscalía y las inspecciones de policía. Y resume: "Las cicatrices crecientes en la ciénaga demuestran que los ocupantes ilegales están ganando".

El problema no es sólo de Cartagena, claro está: así sucede en todo el país. En los cerros orientales de Bogotá, para cuya salvaguarda acaban de proponer como último recurso una "consulta popular": esa fórmula mágica con la cual los colombianos aspiramos a resolver todos nuestros problemas. Y en la Serranía de la Macarena, a donde acaba de acudir el Presidente de la República en cuerpo y alma para arrancar simbólicamente en presencia de fotógrafos unas maticas de coca. Así sucede en todo el país, entregado por los políticos a los urbanizadores piratas y a los promotores de siembras ilícitas, que muchas veces son ellos mismos: narco-para-políticos armados y dueños de los votos y de los funcionarios con la benevolencia cómplice de todos los gobiernos.

Me preguntó un periodista en Cartagena, durante el festival, si creía yo que eventos así de verdad sirven para algo. Y contesté que sí: que me parece útil cualquier cosa que ponga a los colombianos a hablar de algo que no sea la política. Pero eso fue antes de visitar la Ciénaga de la Virgen, donde vi -volví a ver- que si no nos ocupamos de la política, los políticos se ocupan de nosotros.