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Por deporte

Si en Colombia se dejara de robar por deporte, estaríamos más cerca de convertirnos en potencia deportiva y así nos acercaríamos a ser una sociedad más incluyente.

Ana María Ruiz Perea, Ana María Ruiz Perea
14 de agosto de 2017

Colombia está lejos de ser una potencia deportiva, pero cada vez la distancia para acercarse a serlo se ha ido acortando. O al menos, eso es lo que nos dictan el júbilo y la esperanza. #NoRecortenMisSueños, el hashtag del reclamo de varios deportistas al Gobierno por el recorte en la ley de presupuesto, despertó la solidaridad de un país que comienza a valorar el peso específico del deporte en la formación de ciudadanía y a reconocer que somos una mina de verdaderos tesoros, diamantes en bruto que requieren de un sistema de apoyo que acompañe desde la infancia la formación de los medallistas del futuro.

Crecimos con los nombres de ídolos deportivos que, por escasos, son inolvidables: Cochise, Kid Pambelé y Rocky Valdés fueron por años nuestro único orgullo deportivo, y el único medallista olímpico, por décadas, fue el tirador Helmut Bellingrodt, doble medalla de plata en los años setenta. Apenas nos estamos estrenando en esto de ser medallistas olímpicos. En las décadas de los ochenta y noventa, apenas Ximena Restrepo nos dio medalla. Imposible olvidar la emoción de la primera medalla de oro de Colombia, en el año 2000, cuando María Isabel Urrutia levantó 245 kilos en los olímpicos de Sidney: “Gracias María Isabel por enseñarnos para qué sirve la fuerza”, decía algún anuncio de prensa que saludaba a la gran pesista colombiana, mientras el país atravesaba una de las épocas de más cruda violencia.

Pasaron 12 años para sentir por segunda vez la felicidad del oro olímpico, que llegó con Mariana Pajón saltando en su BMX, en 2012. Y el año pasado nos triplicaron los instantes de felicidad colectiva Caterine Ibargüen, Óscar Figueroa y la gran Mariana que por segunda vez se bañó en oro olímpico. Triunfos que despiertan el más puro sentimiento de orgullo nacional, que construyen país.

Si Rigoberto Urán no hubiera tenido un espacio para aprender cómo se pone todo el rendimiento en los pedales, no habría sido medalla de plata en Londres 2012, ni tampoco, seguramente, habría llegado al podio del Tour de Francia este año. El deporte, ya lo aprendimos, no se trata de unos esfuerzos individuales contra el hambre y los obstáculos de la pobreza para destacarse en una disciplina; es una actividad de financiación permanente, de creación de equipos de trabajo, de fomento desde la primera infancia.

El fútbol, por ejemplo, requiere como todos la financiación estatal antes de convertirse en un asunto, o mejor, en un gran negocio privado. La Selección Colombia nos hizo soñar con la Copa Mundo en 2014, nos unió en un solo grito emocionado de gol; ahora esos chicos, jugando en equipos europeos, reciben en un día de sueldo el doble del presupuesto anual de cualquier liga deportiva municipal del país. Sin embargo, si el Estado no construye canchas, no habrá más James, ni Ospinas, ni Cuadrados.

Que la caída en el precio del petróleo obliga a recortes en muchos sectores, explicó el presidente Santos ante el reclamo airado de los deportistas por el recorte. Efectivamente, en la ley de presupuesto para 2018 hay recortes en casi todos los ministerios. Pero ¡oh misterios insondables del presupuesto nacional! ¿Cómo se explica que el año en que se desmovilizan las Farc, y el número de enfrentamientos de la fuerza pública disminuye radicalmente, así como el número de muertos o heridos en combates, el Ministerio de Defensa sigue manteniendo una asignación presupuestal en aumento?

Y lo más grave. El presupuesto se aprueba y se distribuye a los ministerios que a su vez lo entregan para la ejecución de sus planes y políticas y es ahí, en la red de la ejecución, que se va perdiendo, millón a millón, cada peso de los 50 billones que, según calcula la Contraloría General, se chupa la corrupción en un año. Es decir, que se puede calcular de antemano que de los 235 billones que vale el presupuesto de 2018, se van a ejecutar efectivamente unos 185 billones. Lo demás, engordará los bolsillos de funcionarios y contratistas impunemente corruptos. ¿Cuántas ligas deportivas se financiarían con la plata de la corrupción?

Si en Colombia se dejara de robar por deporte, estaríamos más cerca de convertirnos en potencia deportiva y así nos acercaríamos a ser una sociedad más incluyente. El deporte, como las artes –principalmente la música – son las herramientas más potentes para superar las consecuencias de la guerra y la extrema pobreza, y en ambas, Colombia demuestra que en cualquier vereda viven un niño o una niña con el potencial para descollar y ser grandes en su disciplina. No ver esto, y no apoyarlo, responde a una ceguera estatal indolente, pero también a la lógica de la corrupción de la que todos chupan. Por deporte.

@anaruizpe

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