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Recursos In-humanos

Vivimos bajo una cultura en la que el ser humano ya no es el elemento diferenciador, sino una pieza cualquiera que puede reemplazarse con cualquier otra del paquete. Eso explica por qué no innovamos sino que simplemente empleamos.

Margarita Orozco Arbeláez, Margarita Orozco Arbeláez
2 de diciembre de 2014

En la época en que mi padre trabajaba no existían los departamentos de recursos humanos o de gestión humana, como ahora les llaman. En las empresas, quien decidía cómo se hacían las contrataciones entrevistaba a los candidatos y supervisaba las acciones de sus empleados era generalmente el jefe de la compañía.  Por ese entonces, no se hablaba del empleado del mes, ni se contrataban ‘coaching‘ para motivar a los trabajadores. No se exhibían la misión y la visión de la empresa y la gerencia del talento humano no era ninguna especialización o maestría, sino que consistía en el trato justo y decente con los empleados.  

Pese a lo obsoleto que pueda parecernos hoy el modelo, no recuerdo que a mi padre lo hayan puesto a trabajar más horas de las debidas bajo solapados sistemas de contratación como sucede hoy día. Ni mucho menos que tuviera contratos a término fijo o por prestación de servicios a través de empresas temporales. Él nunca tuvo miedo de decir lo que pensaba en las reuniones, porque le pagaban para ejercer su criterio; y su jefe nunca le dijo que debía estar agradecido por tener un empleo porque sabía muy bien que ellos eran también afortunados de tener un buen trabajador.  

Me acuerdo de que mi viejo tuvo la oportunidad de ascender laboralmente por sus propio méritos y sin “roscas”, y que la bonificación de navidad que le daban junto con la prima de fin de año, sin ninguna obligación contractual, solo porque sí, nos permitía hacer un viajecito en familia que planeábamos con esmero.

Mi papá no salió nunca en el boletín de su empresa, ni le pusieron el escudo dorado de los 30 años de labor, pero no lo necesitó, porque siempre sintió que lo que hacía era importante y bien valorado.   Tan importante, que pudo jubilarse estando vital y saludable, lo cual le ha permitido tener el tiempo de leerse toda su biblioteca, hacer sus crucigramas, estar con sus nietos, pasear, caminar y compartir con mi mamá. Su trabajo tuvo un sentido.

Sin oficina de recursos humanos, ni sofisticadas estrategias de gerencia, el jefe de mi padre supo muy bien que lo más valioso de una compañía está en las personas que trabajan en ella y que no hay ningún elemento más diferenciador en una empresa que el talento de quienes allí trabajan. Al parecer, eran otros tiempos.   

Y digo otros tiempos porque hoy, en algunas oficinas de personal, lo menos importante es el trabajador. Así, en el discurso, se habla de bienestar, de prevención del riesgo, de comités de convivencia, mientras en la práctica se aplican las estrategias más canallas para ahorrarle cualquier peso a la compañía a costillas de la calidad de vida de sus empleados. Vivimos bajo una cultura en la que el ser humano ya no es el elemento diferenciador, sino una pieza cualquiera que puede reemplazarse con cualquier otra del paquete. Eso explica por qué no innovamos, sino que simplemente empleamos.

Según datos de Workforce 2020, SAP y Oxford Economics, en Colombia el 76 % de los empleados no está satisfecho con su trabajo y el país aparece como el tercer mercado laboral más infeliz en el universo de los 27 países encuestados. En su informe del 2013, la Organización para el Desarrollo Económico también advierte que la fuerza de trabajo en el país está infrautilizada, que el sector informal es muy amplio y que el sistema educativo no es funcional en cuanto a realzar el capital humano y promover la movilidad social. De esta forma nuestro capital humano se la pasa recibiendo garrote y transando por zanahoria, mientras recibimos como premio de consolación la noticia de que las cifras de empleo han mejorado.  

Garrote: contratos fijos de menos de un año; zanahoria: un almuerzo por el día de la secretaria; garrote: espacios de trabajo sin las condiciones y los elementos apropiados; zanahoria: capacitaciones obligatorias de la ARP sobre salud ocupacional; garrote: inestabilidad laboral, no importa si usted es bueno; zanahoria: aparecer en el portal web de la empresa; garrote: situaciones impunes de acoso laboral; zanahoria: pertenecer al comité de convivencia. Mucho maquillaje y poca práctica.

Se pueden crear miles de discursos, oficinas administradoras de talento, estrategias para hacer creer a los jefes y a los entes de certificación que lo primero son las personas. Sin embargo, las cifras demuestran lo contrario: la gente no está feliz, las personas no le encuentran sentido al trabajo. ¿Por qué? Basta mirar de cerca las condiciones laborales y el trato que reciben los trabajadores. Es simple. Para eso no se necesita un ‘coaching‘.

Coletilla

Por supuesto que no todas las oficinas de RRHH abogan solo por los intereses de la empresa. Pero hay pocas excepciones. Aquí es donde saludo la labor que desarrolla Maurice Armitage y Luis Alfonso Correa. Ojalá existieran más jefes como ellos.

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