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Reelección contra Uribe

Una propuesta así debe hacerse en abstracto, y no con nombre propio. Y no debe inspirarse en la popularidad del presidente de turno

Semana
27 de julio de 2003

La inoportuna presentacion de un proyecto de reforma que implantaría en Colombia la reelección presidencial para el período inmediatamente siguiente, confirmó a las pocas horas lo que era previsible: que al presidente Uribe le hace daño, y que a parte de la opinión, incluyendo a entusiastas uribistas, le cayó muy mal la iniciativa. Al Presidente le hace daño porque al esfuerzo que viene haciendo para manejar 'el avión', que ya de por sí es demasiado pesado, se le añade una carga mayor: la sola expectativa de una reelección implica la presunción de que no todas las cosas que hace son para el beneficio del país sino para su beneficio personal. Tampoco puede descartarse que sus amigos le aumenten la presión, y que sus enemigos encuentren una razón para desesperarse. Cambia arbitrariamente las reglas del juego, pésimo ejemplo con respecto a los parámetros que deben guiar a los colombianos. ¿Y por qué a la gente le cae gorda la iniciativa? Porque inevitablemente ve en el presidente Uribe a un cómplice del potencial alargue de su período. El ha negado enfáticamente que apoye el proyecto de reforma. Su sinceridad debería ser suficiente para que sus amigos entiendan que no le hacen un favor. ¿Significan estos dos argumentos que reimplantar la reelección presidencial en Colombia sea malo? No necesariamente. Al fin y al cabo, reelegir a un mandatario lleva implícita la aprobación de su gestión por parte del pueblo. Es un premio, así como la no reelección es un castigo por lo contrario. Tal y como se ha propuesto la iniciativa, la reelección sólo podría ocurrir en el período inmediatamente siguiente, como sucede en Estados Unidos, porque de lo que se trata es de que un presidente tenga más tiempo para culminar su obra de gobierno. Eso, en cambio, no lo garantizaba la fórmula que antes de la Constituyente del 91 permitía la reelección en Colombia, pero saltándose por lo menos un período presidencial. Pero una propuesta semejante debe hacerse en términos abstractos, y no con nombre propio. Y no debe estar inspirada en la popularidad del presidente de turno, como es el caso que nos ocupa. Un presidente que es popular, como Uribe, en el primer año, no necesariamente lo será en el cuarto. Es apenas una de las razones por las que la reelección no debe ser producto de impulsos inmediatistas, basados en encuestas de popularidad, sino en consideraciones de largo plazo que no involucren al presidente de turno sino a los futuros presidentes que gobernarán al país. La reelección presidencial en Colombia se abolió por la prevención que existía contra el poder de las maquinarias. Pero con el surgimiento cada vez más fuerte del voto independiente, ese argumento ha perdido validez, aunque aún subsisten otros argumentos de fondo en su contra. Es indudable que el poder presidencial le otorga una ventaja enorme al candidato-presidente, y eso es lo que hace tan incómodo que en el gobierno de Uribe se presente esa iniciativa, para que se estrene con la propia reelección de Uribe. Pero además, Colombia no ha sido un país reeleccionista. En el siglo pasado sólo López Pumarejo fue reelegido, y no terminó su segundo período. A López Michelsen y a Carlos Lleras se les frustraron sendos intentos de hacerse reelegir. Y de los últimos cinco presidentes, el país jamás habría reelegido ni a Barco, ni a Samper, ni a Pastrana. Si acaso a César Gaviria, pero es el único que no quiere. El talante no reeleccionista del colombiano se explica porque una de las ilusiones que con más esmero cultivamos es la que surge de la certeza de que del gobierno de turno podemos librarnos en un plazo determinado y cierto. Alfonso Palacio Rudas, el siempre recordado Cofrade, decía que como en Colombia no había estaciones, el único cambio posible era el de gobierno. Aquí no hay golpes de Estado, ni grandes revueltas populares, porque los colombianos están acostumbrados a asimilar -artificialmente, desde luego- el fin de sus males y precariedades con el cambio de gobierno cada cuatro años. Como la gripa, que por mal que uno se sienta, sabe que eso termina. Quizá haya llegado la hora de cambiar esa mentalidad. Posibilitar constitucionalmente a un presidente colombiano para que repita su período significa aprovechar la experiencia adquirida en el poder, estimular la responsabilidad de los gobernantes y garantizar la continuidad de una buena obra de gobierno. Si este Congreso quiere aprobar la reelección presidencial, que lo haga. Pero en bien del prestigio del presidente Uribe, en bien de la confianza que los colombianos le hemos depositado, en bien del apoyo que la mayoría del pueblo colombiano viene brindándole a sus iniciativas de gobierno, que esa reelección que se apruebe a inoportuna presentacion de un proyecto de reforma que implantaría en Colombia la reelección presidencial para el período inmediatamente siguiente, confirmó a las pocas horas lo que era previsible: que al presidente Uribe le hace daño, y que a parte de la opinión, incluyendo a entusiastas uribistas, le cayó muy mal la iniciativa. Al Presidente le hace daño porque al esfuerzo que viene haciendo para manejar 'el avión', que ya de por sí es demasiado pesado, se le añade una carga mayor: la sola expectativa de una reelección implica la presunción de que no todas las cosas que hace son para el beneficio del país sino para su beneficio personal. Tampoco puede descartarse que sus amigos le aumenten la presión, y que sus enemigos encuentren una razón para desesperarse. Cambia arbitrariamente las reglas del juego, pésimo ejemplo con respecto a los parámetros que deben guiar a los colombianos. ¿Y por qué a la gente le cae gorda la iniciativa? Porque inevitablemente ve en el presidente Uribe a un cómplice del potencial alargue de su período. El ha negado enfáticamente que apoye el proyecto de reforma. Su sinceridad debería ser suficiente para que sus amigos entiendan que no le hacen un favor. ¿Significan estos dos argumentos que reimplantar la reelección presidencial en Colombia sea malo? No necesariamente. Al fin y al cabo, reelegir a un mandatario lleva implícita la aprobación de su gestión por parte del pueblo. Es un premio, así como la no reelección es un castigo por lo contrario. Tal y como se ha propuesto la iniciativa, la reelección sólo podría ocurrir en el período inmediatamente siguiente, como sucede en Estados Unidos, porque de lo que se trata es de que un presidente tenga más tiempo para culminar su obra de gobierno. Eso, en cambio, no lo garantizaba la fórmula que antes de la Constituyente del 91 permitía la reelección en Colombia, pero saltándose por lo menos un período presidencial. Pero una propuesta semejante debe hacerse en términos abstractos, y no con nombre propio. Y no debe estar inspirada en la popularidad del presidente de turno, como es el caso que nos ocupa. Un presidente que es popular, como Uribe, en el primer año, no necesariamente lo será en el cuarto. Es apenas una de las razones por las que la reelección no debe ser producto de impulsos inmediatistas, basados en encuestas de popularidad, sino en consideraciones de largo plazo que no involucren al presidente de turno sino a los futuros presidentes que gobernarán al país. La reelección presidencial en Colombia se abolió por la prevención que existía contra el poder de las maquinarias. Pero con el surgimiento cada vez más fuerte del voto independiente, ese argumento ha perdido validez, aunque aún subsisten otros argumentos de fondo en su contra. Es indudable que el poder presidencial le otorga una ventaja enorme al candidato-presidente, y eso es lo que hace tan incómodo que en el gobierno de Uribe se presente esa iniciativa, para que se estrene con la propia reelección de Uribe. Pero además, Colombia no ha sido un país reeleccionista. En el siglo pasado sólo López Pumarejo fue reelegido, y no terminó su segundo período. A López Michelsen y a Carlos Lleras se les frustraron sendos intentos de hacerse reelegir. Y de los últimos cinco presidentes, el país jamás habría reelegido ni a Barco, ni a Samper, ni a Pastrana. Si acaso a César Gaviria, pero es el único que no quiere. El talante no reeleccionista del colombiano se explica porque una de las ilusiones que con más esmero cultivamos es la que surge de la certeza de que del gobierno de turno podemos librarnos en un plazo determinado y cierto. Alfonso Palacio Rudas, el siempre recordado Cofrade, decía que como en Colombia no había estaciones, el único cambio posible era el de gobierno. Aquí no hay golpes de Estado, ni grandes revueltas populares, porque los colombianos están acostumbrados a asimilar -artificialmente, desde luego- el fin de sus males y precariedades con el cambio de gobierno cada cuatro años. Como la gripa, que por mal que uno se sienta, sabe que eso termina. Quizá haya llegado la hora de cambiar esa mentalidad. Posibilitar constitucionalmente a un presidente colombiano para que repita su período significa aprovechar la experiencia adquirida en el poder, estimular la responsabilidad de los gobernantes y garantizar la continuidad de una buena obra de gobierno. Si este Congreso quiere aprobar la reelección presidencial, que lo haga. Pero en bien del prestigio del presidente Uribe, en bien de la confianza que los colombianos le hemos depositado, en bien del apoyo que la mayoría del pueblo colombiano viene brindándole a sus iniciativas de gobierno, que esa reelección que se apruebe