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Reelección segura

No hay democracia en un escenario electoral donde un candidato es a priori invencible, como ocurre en las presidenciales de Ecuador el domingo.

José Fernando Flórez
15 de febrero de 2013

Vengo defendiendo desde hace varios meses la teoría según la cual la autorización de la reelección inmediata en los regímenes políticos de Latinoamérica equivale en la práctica a una extensión del mandato presidencial. El soporte estadístico para hacer esta afirmación es sólido: durante los últimos veinte años (1993-2013), en los siete países latinoamericanos que permiten la reelección presidencial consecutiva (Argentina, Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela) el mandatario en ejercicio se hizo reelegir sin dificultad. En orden alfabético: Cardoso (1998), Chávez (2006, 2012), Correa (2009), Fernández (2008), Fujimori (1995, 2000), Kirchner (2011), Lula (2006), Menem (1995), Morales (2009), Ortega (2011) y Uribe (2006).

La anterior lista incluye un jefe de Estado peruano (Fujimori) y otro dominicano (Fernández) puesto que, mientras se autorizó la reelección inmediata en dichos países, sus presidentes también fueron reelegidos. La única excepción a esta constante ocurrió con Néstor Kirchner en Argentina, quien en 2007 decidió pasarle el báculo a su esposa en lugar de aspirar personalmente a la presidencia -muy seguramente porque desconocía que la fatalidad le impediría volver al solio en 2011-.

Gracias a la constatación de este patrón electoral pude predecir con facilidad en una columna anterior el triunfo de Chávez el pasado 7 de octubre. A pesar del optimismo que había despertado su contendor no solo en la oposición venezolana sino en cualquier amigo de la democracia en América Latina, la predicción era fácil de hacer teniendo en cuenta que Henrique Capriles no estaba compitiendo contra un candidato, tampoco contra un partido, sino contra el Estado petrolero con más reservas de crudo en el planeta y su gruesa chequera utilizada con fines electorales.

La explicación de esta disfunción antidemocrática de dimensión subcontinental no es ningún enigma. Felipe López, el fundador y dueño de esta revista, la sintetizó muy bien en la entrevista que le dio recientemente a Juan Carlos Iragorri (libro que aprovecho para recomendar): “Es muy complicado competir contra el hombre que controla la burocracia, el presupuesto y la pantalla” (Planeta, 2012, pág. 64).

En el caso de Rafael Correa, jefe de Estado ecuatoriano que aspira a reelegirse el próximo domingo, confluyen con nitidez los tres factores expuestos. La pantalla: una política de restricción a la libertad de expresión, acoso, censura e incluso expropiación de los medios privados, sumada a un conglomerado estatal de casi una veintena de medios masivos de comunicación, han facilitado que el candidato-presidente Correa capture la agenda mediática de su país antes y durante la campaña.La burocracia: Correa extendió su poder a las demás ramas del poder público. En la Asamblea Nacional unicameral su partido, Alianza País, controla casi la mitad de los escaños (59 de 124), y en la rama judicial, como resultado de la reforma a la justicia impulsada vía referendo en mayo de 2011, los puestos más importantes son ocupados por sus simpatizantes. El presupuesto:un ejemplo basta para ilustrar la dinámica de los dineros públicos utilizados con propósito electoral. El asistencialismo exacerbado del llamado “Bono de Desarrollo Humano”, subsidio que fue aumentado a partir de enero pasado de 35 a 50 dólares mensuales, ya tiene casi dos millones de beneficiarios. Esta ayuda estatal directa en realidad tecnificó la compra anticipada del voto en un país donde con tres millones y medio de sufragios Correa ganó la presidencia en la primera vuelta de 2009.

Uno de los elementos necesarios de cualquier democracia digna de su nombre es la incertidumbre del resultado electoral. Cuando se sabe de antemano quién será el ganador de los comicios presidenciales (y aquí no me refiero a la última encuesta publicada sino al proceso electoral en su conjunto) asistimos a un acto teatral periódico muy costoso que en realidad burla el principio de alternancia en la cúspide del poder.De ahí que la democracia electoral latinoamericana se encuentre en una profunda crisis por cuenta de la progresiva autorización de la reelección presidencial inmediata en los países de la región.

Existen dos soluciones al déficit democrático expuesto. La primera es la extensión del mandato presidencial, con la cual se evita el desgaste innecesario del aparato electoral y el engaño periódico a los votantes, al tiempo que se abre la posibilidad de reformular el sistema de pesos y contrapesos para reequilibrar el régimen frente a un jefe Estado cuyo período es más largo. El segundo y más democrático remedio consiste, simplemente, en prohibir de manera rotunda la reelección presidencial inmediata para que la contienda electoral, al cabo de cada mandato presidencial, solo involucre candidatos en condiciones reales de competir.

Por su parte, la opción de la reelección presidencial alterna plantea menos inconvenientes porque no garantiza el triunfo del ex mandatario aspirante: Luis Lacalle, presidente de Uruguay entre 1990 y 1995, fue derrotado por José Mujica en 2010; en el mismo año Eduardo Frei, jefe de Estado entre 1994 y 2000, perdió ante Sebastián Piñera las presidenciales chilenas. Sin embargo, la reelección no inmediata es un obstáculo para la renovación de la clase política en el interior de los partidos y puede convertirse en un factor de inestabilidad dado que propicia la oposición sistemática de los ex presidentes.

En Colombia la dinámica de la reelección presidencial inmediata es la misma. Quienes ingenuamente se preguntan si Juan Manuel Santos aspirará a un segundo mandato en 2014 no entienden el debate. Felipe López vuelve a acertar dándolo por descontado y agrega que aunque Santos “no se recupere en las encuestas, ganaría”. No puedo estar más de acuerdo: la popularidad del presidente es una variable dependiente en buena medida de su manejo de “la pantalla” pero, aun en el remoto caso de que no lograra manipularla a su favor, el resto de poderes y recursos de que dispone le bastarán para asegurar el triunfo en las elecciones. La ciencia política y el modelo probabilístico que acabo de presentar así lo indican.

@florezjose en Twitter