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Reinventar la izquierda

La crisis económica desnudó el agotamiento de la fórmula que había usado la socialdemocracia europea en los últimos 40 años para generar crecimiento económico y al mismo tiempo ampliar la seguridad social y el bienestar de la población.

León Valencia
19 de noviembre de 2011

Todos los pronósticos dicen que el Partido Socialista Obrero Español recibirá este domingo una soberana paliza electoral. Será un castigo merecido para una fuerza política que llegó al poder en 2004 anunciando una ambiciosa reforma social y siete años después entrega las llaves del Palacio de La Moncloa en medio de una pavorosa crisis. Dos cifras retratan el desastre: 300.000 familias perdieron la vivienda en estos tres años ante una banca tan voraz como irresponsable; 4.000.000 de personas deambulan por las calles de las ciudades sin empleo.

No es en todo caso un hecho aislado entre las huestes del socialismo europeo. Hace apenas dos semanas se vino al suelo el gobierno de Yorgos Papandréu, en Grecia, y en los últimos años se han producido las decisivas derrotas de Tony Blair, en el Reino Unido, y de Gerhard Schroeder, en Alemania. Es una situación irónica. El mapa político del Viejo Continente se tiñe de azul en un momento de inconformidad social, de indignación de la juventud, de protestas generalizadas. Es decir, la izquierda, abanderada por siempre de las causas populares, sufre derrotas estruendosas, en una coyuntura donde debería ser la ganadora indiscutible.

Y no es que el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero se haya desentendido de la agenda contemporánea del progresismo. El presidente español deslumbró a la audiencia europea en su primer período con la vocación pacifista que inspiró el retiro de las tropas de Irak, con la conformación de un gabinete donde las mujeres tenían igual presencia que los hombres, con una renovada legislación en migración, matrimonio entre homosexuales y atención a poblaciones vulnerables. Incluso alcanzó a restituir temporalmente el Ministerio de la Vivienda con el propósito de proveer un alojamiento digno y accesible a todos los españoles.

Pero todo esto pasó a segundo plano o se vino al suelo con la crisis económica. La ruina de quienes en los últimos años acudieron a los bancos para acceder a una vivienda propia, la caída vertiginosa de la producción y el apabullante desempleo, al lado de una asombrosa concentración de la riqueza, desnudaron el agotamiento de la fórmula que había utilizado la socialdemocracia europea a lo largo de los últimos 40 años para generar crecimiento económico y al mismo tiempo ampliar la seguridad social y el bienestar de la población.

Llegó al tope la política de acudir a una mayor tributación de las capas medias y altas de la sociedad y transferir estos recursos en servicios públicos y atención social al conjunto de la población. El sistema financiero resultó más ágil y sofisticado para llevarse la mayor tajada de las rentas y para salvarse de la ruina acudiendo a los recursos del Estado en los momentos de crisis; las herencias sucesivas y el control de las tecnologías de punta facilitaron la formación de fortunas privadas superiores al Producto Interno Bruto de muchos países; el acceso privilegiado a la educación y al conocimiento de una parte minoritaria de la población generó nuevas y más ominosas brechas sociales.

Razón tiene Roberto Mangabeira Unger, exministro de Asuntos Estratégicos del Brasil y profesor de Harvard, quien dedica el libro La alternativa de la izquierda a sustentar que se necesita un nuevo y audaz proyecto político que se proponga meterle la mano a fondo al sistema financiero, regular las herencias y hacer una revolución completa del sistema educativo. En estos campos se generan las crisis y las graves desigualdades sociales.

Necesitamos una nueva izquierda, dice, que se proponga democratizar la economía y profundizar la democracia política, darle un nuevo sentido a la globalización, defender un sistema de educación pública altamente integrador y dedicar los mayores esfuerzos a combatir la pobreza y a promover la inclusión social. Ni la izquierda recalcitrante que trata de desacelerar la marcha hacia los mercados y la globalización, ni la socialdemocracia que se apega a la exclusiva receta de transferencias monetarias ordenadas por el Estado como redistribución compensatoria y retrospectiva, tienen una salida razonable a la encrucijada del capitalismo. Las derrotas son una oportunidad para reinventar la izquierda.

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