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Réquiem por el siglo XIX

El partido liberal colombiano merecía acabarse, como se acabó en estas elecciones de mayo de 2006, por traidor a sus votantes y por traidor a sus principios

Antonio Caballero
3 de junio de 2006

Bueno: pero por lo menos se acabó el partido liberal. Ese que una vez fue el "¡Gran Partido Liberal!" al que le gritaban vivas los borrachos, y por el que ya no votan ni siquiera los borrachos. Ese partido que una vez, en el siglo XIX y a principios del XX, fue grande y generoso, e impulsó muchas de las mejores cosas de la historia de Colombia. Ese partido que se había vuelto una vergüenza.

Bueno: pues se acabó.

Y hay que celebrar su fin por dos razones. La primera es de justicia histórica: se lo tenía merecido de sobra. La segunda es de política práctica: con su desaparición las cosas quedan claras.

El partido liberal colombiano merecía acabarse, como se acabó en estas elecciones de mayo de 2006, por traidor a sus principios y por traidor a sus votantes. Una traición que encarnan a la perfección los tres grandes derrotados de la jornada: el candidato presidencial Horacio Serpa, el jefe único César Gaviria y el inspirador Alfonso López Michelsen. Entre los tres consiguieron apenas algo más del 10 por ciento de una votación que, por añadidura, no llegó ni a la mitad de la de los posibles electores. Serpa: ese que hasta hace un par de años aceptó ser embajador del presidente Álvaro Uribe ante la OEA (ante el Ministerio de Colonias de los Estados Unidos) después de haber prometido que sería el más inflexible representante de la oposición. Serpa: el que, después de haberse opuesto al 'Plan Colombia' de Andrés Pastrana, lo aceptó con entusiasmo cuando se lo explicaron en inglés. Serpa: el que en la campaña narcofinanciada de Ernesto Samper viajó llevando cajas de billetes con lazos de cinta de regalo. Serpa: el que hace ya veinte años, cuando la horrenda toma y contratoma del Palacio de Justicia, dijo como miembro de la Comisión de Acusaciones del Parlamento que los actos políticos de un Presidente no se podían juzgar.

César Gaviria. César Gaviria, el mismo que, cuando fue Presidente en nombre del "Nuevo Liberalismo" de Luis Carlos Galán que pretendía limpiar y remozar al sucio y envejecido partido, lo degradó en un neoliberalismo económico de apertura y le entregó a Pablo Escobar la administración de la justicia. Y Alfonso López Michelsen: el que, con su 'mandato claro' y su 'gobierno puente' y su 'posdata a la alternación', prolongó para siempre el contubernio liberal-conservador del Frente Nacional, esa sucia partija, esa innoble repartija, a cuenta de la cual estamos como estamos. Pero él no se da cuenta. Se lo dijo hace unos años a su entrevistador para un libro cuasipóstumo: "Si de algo soy responsable, no me doy cuenta".

Además las cosas quedan claras. Una derecha que ya no juega a ser de izquierda para ver si convence a los borrachos. Una derecha uribista, encabezada por un tránsfuga del partido liberal (el propio Álvaro Uribe, que le sacó a ese partido todos los cargos públicos de su vida) y coordinada por otros tránsfugas de lo mismo: los nietos de los Lleras, los nietos de los Santos, los nietos de los Turbay. Porque el partido liberal colombiano era un partido dinástico. ¿Hace ya cuántos años que el diario El Tiempo se volvió uribista? Y ¿vieron ustedes en la televisión, o en las fotos, esa escena del Presidente candidato echando su discurso de cierre de campaña flanqueado por dos Santicos con cara de furiosos (el uno con el otro), el vicepresidente Pachito a la derecha y, a la izquierda (¿de veras), el coordinador Juan Manuel del equipo de la U?

Y más furioso todavía, y como apartando el hombro como para no untarse, el Lleritas del otro partidito uribista, Vargas Lleras, a la derecha de Pachito Santos. ¿A la derecha? Creerán ustedes que eso no es posible. Pero es así.

Está, pues, la derecha, que ya no sigue emborronada por la existencia decimonónica del partido liberal. (Colombia llegó por fin al siglo XX. ¿Cuánto nos faltará para llegar al XXI ). Y está también la izquierda, por fin desembarazada de ese mismo lastre decimonónico. La izquierda inspirada por el espíritu liberal (lo dije aquí hace unas pocas semanas, hablando de Carlos Gaviria), pero por fin separada del corrompido partido de ese nombre, que era su derecha clientelista, y por fin en ruptura clara con la guerrilla, que era su derecha armada.

Dijo Carlos Gaviria: "Nadie en el Polo se va a dejar cooptar".

Eso es lo que esperamos los que votamos por él.