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‘Respice Polum’

Las clases dirigentes colombianas no sólo han mirado siempre al Norte, sino que tienen su corazón allá (y buena parte de su dinero)

Antonio Caballero
4 de junio de 2001

Con la explicaciOn de que se acabo la Guerra Fría, el presidente George W. Bush anuncia la puesta en marcha de un costosísimo sistema de defensa antimisiles. Porque hay más enemigos, aunque no estén ya al Este. Están al Sur. Son los pobres. Somos nosotros. En Colombia tuvimos un presidente, don Marco Fidel Suárez, que fue muy mal presidente, como todos, pero era excelente gramático y latinista, de los que ya no hay ninguno. Y en su condición de mal presidente y excelente latinista acuñó un latinajo: Respice Polum. Debíamos, según él, mirar al Norte, a la Estrella Polar, a los Estados Unidos de Norteamérica, en busca de consolación y guía. Ese consejo constituye la contribución más nefasta de don Marco a nuestra desoladora historia; aunque, en justicia, hay que reconocer que ya desde antes mirábamos al Norte: don Mariano Ospina Rodríguez ya pretendía que los Estados Unidos anexaran a Colombia para que fuéramos felices. Hemos mirado al Norte sin cesar, y aún hoy seguimos haciéndolo, buscando el remedio para nuestros males. Y han empeorado nuestros males, y van a seguir empeorando. Es natural. La historia del mundo enseña que el Norte ha sido siempre dañino para el Sur, desde las remotísimas invasiones arias a la India hasta la presidencia imperial de este segundo Bush. El Norte sólo ha sido benéfico para el propio Norte, y al Sur sólo le ha traído calamidades. Y Colombia está en el Sur. Esa maldición geográfica e histórica se agrava por el hecho de que las clases dirigentes colombianas no sólo han mirado siempre al Norte, como don Marco Fidel Suárez, sino que tienen su corazón allá (y buena parte de su dinero). Lo tienen en Miami, que es, como dijo una vez con sagaz intuición antropológica el cantante Enrique Iglesias, “la mejor ciudad de América Latina”. Quizás no la mejor, pero sí el modelo de todas. El gran sueño latinoamericano. Y la pesadilla. De esa pesadilla forma parte el Plan Colombia que dejó en herencia Bill Clinton, concediéndonos el peligroso honor de ser “una amenaza” para la seguridad interna de los Estados Unidos. Ya hasta el resto del Norte —ese Norte más sensato que es la Unión Europea— se ha dado cuenta de la gravedad de ese Plan de ayuda militar: al aprobar unos cuantos millones de euros de ayudas a Colombia, los europeos acaban de subrayar con insistencia que eso no forma parte de ese Plan, que ellos ven (aunque no lo vea así nuestro miope gobierno) como un engendro maligno. No tendrá más efectos que el de agravar y prolongar el conflicto interno colombiano, y quizás el de expandirlo a los países vecinos a través del flujo de refugiados y del traslado de los cultivos ilícitos de drogas, sin afectar en lo más mínimo el origen del problema, que es el pretexto del Plan, el consumo masivo de drogas ilícitas por parte de los norteamericanos. Esto se ha dicho cien veces. ¿Vale la pena decirlo una vez más, cuando ya el Plan Colombia es un hecho —y un negocio— prácticamente consumado? Ya forma parte indisoluble de la política interna del país. No sólo de la de este gobierno, sino también de la de sus previsibles sucesores. Lo respalda incluso el candidato Horacio Serpa, que en principio tenía sus dudas; o, más bien, sus certidumbres: pero que se dio cuenta de que esas certidumbres le cerraban el camino de la Presidencia y prefirió abandonarlas aun a costa de que el Plan convierta su anhelada presidencia en un desastre sangriento. Es por eso que, pese a todo, vale la pena seguir criticando el Plan Colombia: porque es un plan de gobierno. Como en los tiempos de don Marco Fidel Suárez, nuestros dirigentes siguen buscando inspiración y guía en el Norte. Y así nos va.