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Tambalea la revolución

Según The Economist, PDVSA era una de las empresas más rentables de América antes de que la Revolución Bolivariana la convirtiera en su caja menor.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
28 de febrero de 2014

Todo extremo es peligroso. Y lo que está pasando hoy en Venezuela es sólo la punta de un gigantesco iceberg que se veía venir. El 70 % de desabastecimiento que vive el país bolivariano no es sólo producto del desequilibrio entre el precio del dólar oficial y el negro, sino la puesta en marcha de una serie de políticas económicas tan desastrosas como el funcionamiento mismo del sistema. Aquí no se trata, como algunos han querido hacer ver, de posiciones ideológicas sino de inteligencia. No creo que Lula da Silva hubiera permanecido un periodo en el poder si la inflación se le hubiera encaramado en  50.8 %. Y dudo mucho de que le hubiera sido posible sacar a 49 millones de compatriotas de la pobreza si se dedica a expropiar la empresa privada y ahuyentar a los inversionistas extranjeros.

Como dije, aquí el asunto no es de colores políticos sino de lucidez mental. A los pueblos, por general, les importa un bledo si sus gobernantes son de izquierda o derecha, si son negros o blancos, o verdes como los marcianos del cine. Les importa un bledo si son manilargas o manitorcidas siempre y cuando tengan cubiertas las necesidades básicas, haya trabajo y puedan ver con algo de claridad el futuro de sus hijos. Lo demás, temor a equivocación, es paja.

Lo que está pasando en el país vecino no es más que la suma de todas las formas posibles de la estupidez. Es cierto que la expropiación es un mecanismo que está consignado en casi todas las constituciones políticas de los países del mundo y que debe aplicarse solo en situaciones determinadas y no como quien practica un deporte. Además, como la ley lo estipula y el DRAE lo define, “es una institución de Derecho Público que consiste en la transferencia coactiva de la propiedad privada desde su titular al Estado, mediante indemnización: concretamente a un ente de la Administración Pública dotado de patrimonio propio”. Si este principio no se aplica a pie juntilla, o se altera en beneficio del Estado, entonces estamos sencillamente frente un robo estatizado.

Para algunos analistas económicos resulta inexplicable que Venezuela, el país petrolero por excelencia del Cono Sur, con las reservas de crudo más grandes del hemisferio, según un estudio realizados en el 2010 por PDVSA y un conjunto de empresas de hidrocarburo rusas, esté viviendo hoy una crisis económica y social que tiene dimensiones de guerra civil. Y resulta inexplicable porque el gobierno del presidente Chávez recibió en los últimos 13 años un promedio de dos billones de dólares solo por concepto de petróleo, una suma nada despreciable si tiene en cuenta que la República Bolivariana posee una población que no supera los 30 millones de habitantes.

No voy a decir aquí que la debacle que tiene hoy a los venezolanos en las calles protestando por la escasez de alimento en los supermercados, por la hiperinflación que supera ya el 50.8 % y la inseguridad que deja 70 muertos semanales en Caracas, sea sólo culpa de los 15 años de gobierno chavista. No lo creo. Pero de lo que no hay duda es que en ese tiempo los males del hermano país crecieron como bola de nieve cuesta abajo. 

Si comparamos las estadísticas de la inseguridad antes y después de la llegada del teniente coronel al poder, no es necesario entrar en detalles porque las cifras hablan por sí solas: de siete muertos semanales se pasó a 70. Lo mismo podríamos decir de la estatal petrolera PDVSA, una de las empresas más rentables del continente y la quinta más productiva del mundo, según The Economist, antes de que la Revolución Bolivariana la convirtiera en la caja menor de un proyecto político que ha resultado ser todo un desastre.

Repito, a la gente le importa poco la ideología si las necesidades básicas están satisfechas y la seguridad del entorno es propicia para la crianza y el bienestar de los hijos. Esto lo entendieron muy bien los chinos, que poseen la segunda economía más poderosa del planeta y la replicó con inteligencia y eficacia Luiz Inácio Lula da Silva en esos dos cortísimos periodos de gobierno que transformaron a Brasil de gigante territorial suramericano a gigante económico mundial, reduciendo, como ningún país en el hemisferio, esas enormes desigualdades entre los que lo tienen todo y los que no tienen nada, sacando de ese estado de postración y penurias a casi cincuenta millones de sus compatriotas.

Particularmente no dudo de que Lula da Silva sea un hombre de izquierda y que haya gobernado a Brasil teniendo en cuenta estos principios axiológicos. Pero sí puedo dudar de que el crecimiento económico de su país en los últimos diez años haya tenido como base los manuales de economía casera de Lenin y Stalin. Si hubiera expropiado empresas, echado a los inversionistas y censurado a los grandes medios de comunicación que apoyaron su llegada al poder, habría sumido a la mitad de los brasileros en la miseria y la otra mitad la habría puesto a comer lo que sabemos.

Creo que Venezuela tiene todo los elementos conjugados para ser la tacita de oro de América Latina: una plataforma continental ubicada sobre un enorme pozo de petróleo y un pueblo con ganas de salir adelante. Pero, desgraciadamente, la corrupción, la irracionalidad política y las pésimas medidas económicas de sus gobernantes la están llevando por el otro lado.    

En Twitter: @joarza
*Docente universitario.