Home

Opinión

Artículo

Rosalba y quinientos mil más

A la vuelta de la esquina de mi casa hay un restaurante que era asturiano, pero ahora se llama 'P'adentro mijo' y da ajiaco en vez de fabada

Antonio Caballero
28 de marzo de 2004

Desesperado, agobiado, exhausto -¿más Uribe, más Bush, más Osama, más Sharon, más 'Tirofijo'? ¿Más muertos, más crímenes, más sangre? ¿Más de lo mismo?-, exasperado y sin ganas ya, ni fuerzas, le consulto a Rosalba sobre qué debo escribir. Y me dice:

-Algo alegre. No todo tiene que ser tragedia.

A Rosalba acaba de rozarla el espantoso atentado de la estación de tren de Atocha en Madrid. Vive en el pueblo de Aranjuez, y esa mañana viajaba con su hijo en el tren de cercanías que los trae siempre -al niño a su colegio, a ella a su trabajo- cuando el tren se detuvo y los hicieron bajar a las vías para seguir andando hasta los andenes entre los hierros retorcidos del tren inmediatamente anterior volado por las bombas, entre el olor a mortecino, los cadáveres frescos y los pedazos de cadáveres que eran como piezas de carne colgadas en una carnicería. A Rosalba, que lleva varios años en Madrid, cuando vivía en Colombia le tocó de rebote, a través de una hermana, la bomba que voló el DAS. Y dice que tanto allá entonces como aquí ahora la televisión y los periódicos exageran: no todo ha de ser tragedia. Me cuenta que su hermana Liz, que también lleva unos años en Madrid como ella, y hasta que estuvo embarazada de ocho meses venía a lavar y planchar a mi casa, antes de que la sustituyera Rosalba, está muy contenta. Me sugiere que escriba sobre eso:

-Escriba que a la niña de Liz parece que ya no la tienen que operar.

Porque la niña, hace año y medio o por ahí, nació con un problema de riñón, y por lo visto le iban a hacer un trasplante. Ya no. La niña está divinamente, y se ríe sin parar, y ya gatea. (O ya camina: no sé bien). Y no hay que hacerle ningún trasplante.

Trasplante, el de los colombianos a España. No sé cuántos somos: centenares de miles. Rosalba, su niño, su hermana Liz y su marido, la niñita que ya gatea o camina, yo. Conozco ingenieros, periodistas, críticos de arte, albañiles, choferes de camión o de limusina de lujo, oftalmólogos, cineastas, lavanderas que echan de menos el clima de Melgar, vendedoras de tiendas que fueron niñas bien en Cúcuta, boyacenses que se abren paso a codazos en la burocracia de la Unión Europea, pastusos que dan clases de restauración de frescos pompeyanos en el Museo del Prado, costeños que venden arepa de huevo en el Parque del Retiro, putas de varios sitios, y de edades diversas, poetas, guerrilleros en la clandestinidad, ex guerrilleros, la embajadora Noemí Sanín, profesores de tango, dueños de librerías, camareros, teatreros, toreros, pintores de brocha gorda y pintores 'artistas' (y algunos lo son de veras). Somos cientos de miles, digo, pero, por supuesto, no nos conocemos todos. En mi barrio -Lavapiés, que es un barrio popular de viejecitos madrileños y de inmigrantes moros y chinos- cada día se oye más hablar en 'colombiano': esa mezcla de valluno y paisa que popularizaron los traquetos de la mafia del narcotráfico. A la vuelta de la esquina de mi casa hay un restaurante nuevo, que hasta hace pocos meses era un restaurante asturiano, que ahora se llama 'P' adentro, mijo', y da ajiaco en vez de fabada. (Los restaurantes colombianos que había aquí hace diez años se llamaban 'Eldorado', o, a lo sumo, 'Don Quijote', regentados por manizalitas de otros tiempos). Somos, creo, más de medio millón, en Madrid y Barcelona, en Valencia y en Murcia y en Bilbao, y hasta en Santiago de Compostela, y me consta que en un pueblo perdido de la provincia de Soria que se llama Calatañazor, donde el emir Almanzor perdió el tambor y Orson Welles rodó una película sobre Falstaff, viven dos más: una pareja de colombianos. Él es un caleño de origen popayanejo y ella, una bogotana de origen paisa.

Y además hay narcos, claro. (Casi ninguno está preso) (las mulas sí).

Y también hay, por supuesto, un montón de ricos colombianos que han venido a escampar. Secuestrables los unos, imponibles (de impuestos) los otros. Me cuentan que la llamada 'burbuja inmobiliaria' de Madrid, con sus precios delirantes para la finca raíz, se debe en buena parte a los ricos de Colombia, que quieren tener, como Julio Mario Santo Domingo, un piso de 600 metros cuadrados sobre el Parque del Retiro. Y pagan lo que les pidan.

Un país que expulsa a su gente. Un país que expulsa a los multimillonarios y a los pobres, a los intelectuales y a los delincuentes, a las putas, a los ex presidentes (Samper vive en Madrid, Pastrana vive en Madrid). Un país que expulsa a todos sus habitantes, salvo a los que no pueden irse o a los que expulsan a los demás, es un país que durante mucho tiempo va a estar perdido.

Se ha dicho que la guerra civil española la ganó México: a donde se fueron todos. Tal vez sea España la que gane la guerra civil de Colombia.

Noticias Destacadas