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SALVADORES DE PATRIAS

Antonio Caballero
31 de mayo de 1999

El coronel Hugo Chávez, presidente de Venezuela, ha decidido reformar la Constitución.
Sólo así, dice, podrá sacar al país de la postración en que lo han dejado cuatro décadas de régimen de
partidos. Es la solución habitual que proponen siempre los políticos latinoamericanos _y en eso, al
menos, Chávez es tan político como cualquier otro_. Lo que pasa es que nunca es solución. Y la razón es
muy simple: como en estos países la Constitución no tiene el menor influjo sobre la realidad, reformarla
tampoco tiene ninguno. Ya el Libertador Bolívar, a quien Chávez invoca como su modelo, redactó en sus
tiempos varias constituciones distintas. Ninguna tuvo el más mínimo efecto. Estaban, para decirlo con una
frase suya, "edificadas en el viento". No se trata de una característica propia de los constitucionalistas
Venezolanos: con los colombianos, sus vecinos, ha sucedido siempre lo mismo. Las 10 ó 12
constituciones sucesivas y muchas veces contradictorias que tuvimos en el siglo XIX pasaron sin dejar
huella distinta del desorden mismo que aspiraban a ordenar. Ni siquiera la última, la del 86, que duró
más de un siglo en el papel, llegó a tener vigor. Ni a sus propios autores, Caro y Núñez, se les ocurrió que
una vez escrita (y admirablemente escrita) debiera además ser aplicada, y gobernaron siempre, como lo
harían después todos sus sucesores, mediante sus artículos transitorios de excepción. En vista de lo cual, y
tras varias reformas de detalle que no tuvieron efectos, hicimos en el 91 una Constitución nuevecita, y
exhaustivamente larga: en teoría, ni una hoja podría moverse sin su consentimiento. Qué pérdida de tiempo.
No ha servido ni siquiera para tratar el tema de los narcos, que fue el eje subterráneo que la inspiró. Ni los
protegió, ni los neutralizó tampoco. Los que hace 10 años intentaron comprar a los constituyentes están hoy
presos, o muertos; pero a la vez se han reproducido, y hoy son más numerosos que nunca. (Yo mismo,
que en temas constitucionales he sido siempre bastante escéptico, esperé entonces que la reforma del 91
tuviera al menos un modesto efecto benéfico: el de que, por hacerse por consenso y no por imposición,
sirviera para fomentar la convivencia. Mirando hacia atrás, no parece que ello haya sucedido). Las
constituciones no sirven para nada en estos países, porque nunca se aplican. De modo que sus reformas son
también inútiles e inocuas. Pero el propósito del presidente Chávez al reformar la Constitución venezolana no
es el de promover el consenso, sino, al contrario, el de imponer su propia autoridad. Pretende concentrar en
su persona los tres poderes del Estado: todo el poder. Asumir constitucionalmente, y por un período de 15
años, la dictadura, para así salvar a Venezuela. Pero ¿sirve el poder absoluto para salvar la patria? El
propio Bolívar, entre una y otra de sus Constituciones, asumió una y otra vez la dictadura. Y no le fue
mejor con ella que sin ella, desde el punto de vista de la patria. "Todo el poder para los soviets", clamó
con convicción Lenin en la Rusia de 1917. Lo tomó, y pronto se vieron los catastróficos resultados, que
todavía perduran. En la Colombia de 1948, Darío Echandía se preguntó dubitativamente: "El poder ¿para qué?".
No lo tomó, y pronto se vieron también los catastróficos resultados: todavía pueden verse. En la Venezuela
de Chávez hay ejemplos de sobra. El poder ha sido siempre dañino, tanto cuando ha estado concentrado en
las manos de un dictador, como ha ocurrido la mayor parte del tiempo, como en los interregnos en que se
ha diluido casi hasta el punto de desaparecer _y en consecuencia de caer nuevamente en las manos de otro
dictador, como hoy en las de Chávez_. El poder es como la novia de las coplas: "Ni contigo ni sin ti tienen
mis males remedio. Contigo porque me matas, y sin ti porque me muero". Pobres venezolanos: acaba de
caerles encima, una vez más, un salvador de la patria. O, para decirlo con las palabras de Bolívar, en
quien el coronel Chávez dice inspirarse, ante el Congreso Constituyente de Bolivia: "Cuando yo considero
que la sabiduría de todos los siglos no es suficiente para componer una Ley Fundamental que sea perfecta,
y que el más esclarecido Legislador es la causa inmediata de la infelicidad humana, y la burla, por
decirlo así, de su ministerio divino, ¿qué deberé deciros del soldado? (...) ¡Yo Legislador...! Vuestro engaño y
mi compromiso se disputan la preferencia; no sé quién padezca más en este horrible conflicto: si vosotros
por los males que debéis temer de las leyes que me habéis pedido, o yo del oprobio a que me condenáis
por vuestra confianza".

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