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Santofimio como espejo

El caso del político tolimense debería tener pensando a muchos políticos jóvenes que creen que todo vale para surgir, qué futuro les espera.

Semana
1 de julio de 2006

Uno de los más divertidos poemas de Rafael Pombo es el de Doña Pánfaga, una “garbosa madama Heliogábalo” que “embestía ejércitos de víveres con ímpetu audaz”. A pesar de que todos le pedían que moderara su apetito, Pánfaga seguía “impertérrita” y murió de comer en exceso. En su lápida pusieron un rótulo: “Yace aquí doña Pánfaga, ¡Véase en este espejito el glotón!”.

Algo parecido le pasó a Alberto Santofimio. Era un joven brillante, uno de los más prometedores de su generación, a quien le auguraban que llegaría a Presidente. Había sido estudiante de 5 en todo, y su capacidad argumentativa dejaba con la boca abierta a más de uno cuando intervenía en el Congreso. Su precocidad quedó inmortalizada por el humorista Klim, cuando lo apodó ‘Pinina Santofimio’, en honor a la protagonista de una telenovela argentina que, a pesar de ser una niña, se las sabía todas.

Sin embargo, la ambición le pudo más que la inteligencia. No alcanzó a llegar a los puestos más destacados, cuando ya su nombre se empezó a asociar con indelicadezas y manejos indebidos de dineros estatales. En 1974 fue nombrado ministro de Justicia del gobierno de Alfonso López Michelsen, pero tuvo que renunciar antes de un año, en medio de acusaciones de celebraciones de contratos ficticios durante su anterior cargo de presidente de la Cámara de Representantes. Más adelante fue juzgado por peculado y otros delitos, pero fue absuelto por el Tribunal Superior de Bogotá.

El escándalo no lo hizo cambiar. Y como doña Pánfaga, siguió impertérrito el camino que lo llevó a su fin. Los rumores de sus cercanías a Pablo Escobar eran un secreto a voces, y cuando éste salió de escena, se involucró con los nuevos jefes del narcotráfico, los Rodríguez Orejuela, y terminó, condenado y en la cárcel por recibir sus dineros ilícitos.

Esta trayectoria, que más tiene de prontuario que de hoja de vida, lo tiene hoy muy mal parado ante el juicio por su posible complicidad en el asesinato de Luis Carlos Galán. Puede ser inocente, pero será difícil que le crean.

Es una historia muy triste. Era un joven de provincia que saltó a la escena nacional por mérito propio, que además había sido bendecido con unos dones de liderazgo y elocuencia extraordinarios. Pero, de pronto, se sintió por encima de la ley. Creyó que podía hacer lo que le viniera en gana, coger cualquier atajo para conseguir fortuna y poder por la vía rápida de la corrupción. La culpa no es sólo suya. En cierto modo, el país ha permitido que muchos políticos con historias similares conserven suficiente influencia en sus regiones y los gobiernos les siguen nombrando a sus protegidos o a sus hijos y yernos en cargos importantes.

No obstante, a la postre, en una democracia las cosas terminan saliendo a la luz pública, aun en una como la nuestra con todas sus falencias. Hoy, cuando Santofimio quizá más necesitaba poder mostrar una vida pública correcta que respaldara su pretendida inocencia, apenas tiene el respaldo de sus compadres políticos de su región. Nadie admira ya su gran oratoria, pues se ha quedado vacía de credibilidad; nadie aprecia su inteligencia desperdiciada en tan despreciables causas.

Deberían verse en ese ‘espejito’ varios de los políticos jóvenes, brillantes, que prometen ser unos buenos líderes para Colombia, pero que ya empiezan a revelar síntomas de glotonería por la fortuna fácil y el poder adquirido con alianzas non sanctas. El caso de Santofimio los debería tener pensando muy en serio, qué futuro les espera si siguen por donde van.

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