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Santos Calderón versus Santos Calderón

La izquierda ha facilitado la permanencia de esos viejos liderazgos. Su rigidez contrasta con la flexibilidad de las élites. Duele decirlo.

León Valencia, León Valencia
25 de mayo de 2013

Las señales de los últimos días dicen que los principales protagonistas de las elecciones presidenciales serán los primos dobles Juan Manuel Santos Calderón y Francisco Santos Calderón, lo cual habla muy mal de nuestra democracia. Es una vergüenza que después de 200 años de vida republicana el gobierno de la Nación se lo disputen dos casi hermanos. Pero así están las cosas. 
No voy a hablar de méritos. 

Ambos los tienen. No voy a hablar de representatividad política. El presidente Santos ha logrado formar una poderosa coalición y Francisco Santos está ganando la nominación del uribismo, que tiene un arraigo indiscutible en importantes sectores de la población. Esa no es la discusión. El lío es que estamos en un país con una impresionante diversidad étnica, cultural y regional, un país que ya está en la tercera fila de las economías emergentes, un país con cerca de 50 millones de habitantes. Es una verdadera afrenta la precaria movilidad social y política.
Ocurre lo contrario en el resto de Suramérica. 

Las élites políticas que se formaron a principios del siglo XX y gobernaron hasta bien avanzada la centuria han sido sustituidas por nuevas fuerzas políticas. Es así en el Cono Sur, en Brasil y en el área Andina. Los partidos y los influyentes periódicos que construyeron aquellas élites perdieron protagonismo. El gran poder que emanaba de la posesión de tierras se ha diluido. De otras orillas han surgido nuevos liderazgos. Unos mejores, otros peores, pero distintos. 

En Colombia siguen los mismos. Los que fundaron la prensa y forjaron la hegemonía de liberales y conservadores en todos los rincones del país. Los que apalancados en el latifundio y en industrias incipientes se apoderaron del poder local y regional y no lo soltaron a lo largo del siglo. Se han hecho a las nuevas economías, a los nuevos medios y a las variaciones políticas del siglo XXI, pero los apellidos cambian poco, muy poco. De vez en cuando salta alguien de afuera y ejerce efímeros liderazgos; de vez en cuando, en alguna región o ciudad, surge alguien distinto y gobierna por un tiempo. Nada de eso ha perdurado. 

¿Por qué ocurre esto? Hablemos primero de una virtud. Las élites colombianas surgidas a principios de siglo XX han tenido una enorme habilidad para adaptarse a los tiempos, para moverse, para capturar la agenda de los opositores, para conciliar cuando es indispensable. Lo vimos en el Frente Nacional. Lo volvimos a ver a principios de los años noventa con los acuerdos de paz y la Asamblea Nacional Constituyente. Lo estamos viendo. 

Santos presidente se corre hacia la paz, hacia las reformas sociales, hacia las víctimas, lo cual es muy bueno para este país adolorido. En contraste su primo, que alguna vez tuvo estas banderas, se lanza a conquistar la representación del uribismo con el discurso de la seguridad, la liquidación de las guerrillas, la confianza inversionista, la cohesión social, la receta pura del pasado gobierno. 

Hablemos de una perversidad. Algunas fugas hacia adelante, algunos intentos de cambio, han sido conjurados mediante la violencia. Jorge Eliécer Gaitán que ya se empieza a perder en la memoria. Bernardo Jaramillo y la Unión Patriótica, Galán y su Nuevo Liberalismo, Pizarro y su fugaz paso por la vida pública. 

Menciono estos sacrificios de una larga lista de personas inmoladas por fuerzas oscuras cuando intentaban sustituir en el altar de la política a las viejas élites. Menciono esto para implorar que no ocurra lo mismo en las contiendas electorales venideras. 

Hablemos de una estupidez. La izquierda ha facilitado la permanencia de estos viejos liderazgos. Su rigidez contrasta con la flexibilidad de las élites. Duele decirlo. Pero ha sido especialmente lenta y torpe a la hora de buscar coaliciones y muy hábil para destrozarlas. Ha desperdiciado una y otra vez las oportunidades. Lo vemos ahora. 

La ocasión está para echar a andar con urgencia una tercería y meterse en medio de la disputa entre los Santos Calderón; para ayudar a cerrar pronto la segunda fase de las negociaciones, presionar la vinculación del ELN a las conversaciones y darle paso al postconflicto. Pero cada quien anda por su lado y no pocos se han comprado la idea de que para terminar un largo conflicto se requieren unas largas negociaciones.