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Rafael Guarín

Santos: inútil para la paz

Estas son las 10 claridades y condiciones que se requieren para alcanzar un acuerdo de paz, condiciones que Santos no cumple.

Rafael Guarín, Rafael Guarín
3 de junio de 2014

Alcanzar un acuerdo con las FARC no es sólo cosa de buena voluntad, tampoco de discursos, mucho menos de demagogia electoral. Un acuerdo exige ciertas claridades y condiciones, sin las cuales no es posible lograrlo o si se logra no será posible cumplirlo. Al revisarlas, se concluye que Juan Manuel Santos es ahora inútil para la paz y un pesado fardo que hunde el proceso.

Primero, las FARC negocian con el establecimiento y el régimen, no con nadie en particular. No se supeditan a que el presidente sea determinada persona pues, finalmente, es un representante del Estado que se combate y sujeto y objeto de las fuerzas que sostienen el sistema. ¡Es cuento que Santos sea indispensable para la paz!

Segundo, el “pacifismo” de Santos es sólo narrativa que ni él ni las FARC, por más que lo conviertan en un mantra, lo pueden creer. No es el “buenismo” de quienes están en el gobierno, sino la correlación de fuerzas en el plano político y militar la que favorece o no la consecución de un acuerdo, junto a las valoraciones que se hagan en el seno de la organización. El Secretariado de la guerrilla lo sabe perfectamente, al fin y al cabo, los diálogos son una forma de lucha en la guerra irregular.

Tercero, la diversidad de partidos políticos, las diferentes posiciones y la competencia electoral no cambian el escenario. Si en realidad esa organización está en La Habana con el fin de salir de la violencia o, como en el pasado, es cosa de pura táctica y estrategia para continuar la guerra, los resultados electorales no acabarán de su lado con el proceso. Todo está calculado. A los ojos del grupo, más allá de esos enfrentamientos en el establecimiento, se trata de un solo oponente de clase que se debe derrocar. Se equivocan quienes creen que las FARC ven distinciones fundamentales entre Santos y Zuluaga en ese aspecto. 

Cuarto, un proceso de paz requiere legitimidad. No basta con que las encuestas registren que cerca del 70 % de los ciudadanos comparten una negociación con las guerrillas para suponer equivocadamente que el proceso de La Habana cuenta con apoyo ciudadano. 

Lo que muestran los estudios de opinión de los últimos 10 años es una sociedad que cree en la virtud del diálogo pero que hoy está profundamente dividida y mayoritariamente adversa a la impunidad y a la participación política de responsables de miles de atrocidades. 

En ese contexto, aumenta la vulnerabilidad jurídica de los acuerdos, estará latente la inseguridad política y no puede existir la certeza de que se honrarán los compromisos. Se requiere cohesión ciudadana, no la división nacional creada por Santos.

Quinto, cualquier acuerdo necesita de un liderazgo fuerte, sólido y acatado. Un liderazgo que comprometa a todas las fuerzas en el respaldo al proceso y a los acuerdos resultantes. Debe ser un liderazgo que en vez de dividir a Colombia entre amigos y enemigos de la paz, convierta a todos en amigos y partícipes de un esfuerzo colectivo que se traduzca en respaldo activo y decidido al proceso y en defensa de lo acordado. Así llegara a reelegirse, Santos no tiene capacidad para hacerlo. 

Sexto, ¿cómo garantizar que lo que se firme se cumplirá si Santos tendrá una férrea oposición en el Congreso, enfrenta desconfianza entre los militares, los empresarios del campo se sienten inseguros con su discurso, los ciudadanos desconfían y su historia personal es de traiciones, trampas e incumplimientos? ¿Qué le hace pensar a las FARC que en esas circunstancias se podrá contar con las condiciones mínimas que permitan dejar las armas? ¿Cuál es el seguro ante la puñalada debajo de la mesa?

Séptimo, Santos con la baja opinión favorable no puede ser garantía de que lo que se acuerde sea aprobado en un referendo y menos en una Asamblea Nacional Constituyente. Un presidente débil por su bajo respaldo ciudadano es un mal socio y tan nefasto que puede arrastrar al desastre cualquier mecanismo de refrendación. Santos es un lastre que se suma al lastre de las FARC. ¿Quién refrendará un acuerdo hecho con un presidente bajo sospecha o presunción de mala fe? 

Octavo, las FARC esperan que el proceso de La Habana sea su plataforma de lanzamiento, pero eso no será posible si siguen masacrando al tiempo que el presidente carece de confianza en los ciudadanos. Las dos cosas: violencia que deslegitima y un presidente que desprestigia, impiden que el proceso avance sobre un camino cierto.

Noveno,  la paz se hace con el verdadero contradictor, no con el que se disfraza de amigo. Es con el enemigo que se acuerda la paz, con el que consigue representar todos los intereses, pasiones, resentimientos y cicatrices de la guerra. No es con blanditos y filipichines del establecimiento, es con los que tienen la fuerza para oponerse.

Décimo, es evidente que Santos ya cumplió su papel. Ya no es útil. No está en capacidad de concitar la unidad del país que requiere un acuerdo con las FARC, su liderazgo en vez de convocar divide y estigmatiza, lo adorna la desconfianza y el repudio de gran parte de la población, carece de músculo político y es estéril para despertar fervor por el proceso y por los acuerdos, pero sí lo enciende entre los opositores. 

Para conseguir que un proceso culmine con éxito se necesita otro presidente, uno que sí se reconozca pleno adversario, sea capaz de hacer un “pacto para la paz” y garantizar que lo que se acuerde se cumpla, siempre que sea bueno para todos los colombianos. Ese es Óscar Iván Zuluaga. 

En Twitter: @RafaGuarin

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