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Santos le está poniendo el cascabel al gato

El malestar de los militares no es con este proceso de paz ni con el más reciente, sino con todos los procesos de paz que se han intentado en Colombia en los últimos 30 años.

Jorge Gómez Pinilla, Jorge Gómez Pinilla
14 de octubre de 2014

Tiene razón la representante Ángela Robledo en que Juan Carlos Pinzón parece más ministro de Defensa de Álvaro Uribe que de Juan Manuel Santos, pero ella lo ve como algo negativo porque no se ha pillado la estrategia. La que sí alcanza a pillársela es La Silla Vacía en minucioso análisis de Juanita León titulado “¿A qué juega Pinzón?”, donde pone el dedo en la llaga al señalar que “el malestar de los militares (o un sector poderoso de ellos) con el proceso de paz aumenta”.
 
Sólo que el malestar no es con este proceso de paz ni con el más reciente, sino con todos los procesos de paz que se han intentado en Colombia en los últimos 30 años. Si hay un Ejército que se ha forjado en el combate es el de Colombia, y es una guerra que no quiere ‘perder’ en una mesa de negociación, convencido como está hasta los tuétanos de que la única paz posible es mediante la derrota militar del enemigo. Por ello la cúpula militar le ‘copia’ más al expresidente Uribe que a su actual comandante en Jefe, como quedó en evidencia con el escándalo de los hackers que trabajaban para la campaña de Óscar Iván Zuluaga en aparente coordinación con miembros de la Dirección Nacional de Inteligencia (que reemplazó al DAS) y la jefatura de inteligencia del Comando General de las Fuerzas Militares.
 
Digámoslo sin ambages: la paz es el peor negocio que le pueden proponer al Ejército Nacional, y en tal medida ha asumido casi como misión institucional impedirla, y para comprender esta desoladora verdad está el recuento cronológico que trae Juanita de las acciones adelantadas en cumplimiento de ese objetivo. Con razón dice la aguda analista que “hay más de un boicot por cada proceso intentado” y que “la oposición de los militares a los anteriores procesos de paz ha sido uno de los aspectos más difíciles de manejar para los respectivos presidentes”. ¿Uno de los más difíciles? No. El más difícil. El inamovible.
 
En este contexto se entiende a cabalidad el papel de ‘torpedo’ al proceso de paz que ha venido desempeñando el actual ministro de Defensa, pues si hay un requisito para que la cúpula militar lo acepte como su superior es que hable como un erguido general, que sea el vocero de sus intereses y no de los blandengues que pudieran estar a favor de brindar concesiones, dádivas o eventual inmunidad a unos “bandidos” a los que siempre quisieron hacerles morder el polvo de la derrota. Si dos ‘civiles’ como el procurador Alejandro Ordóñez y el expresidente Uribe piden penas privativas de la libertad para los guerrilleros de las FARC y si ambos pusieron el grito en el cielo cuando se supo que 'Timochenko' estuvo en Cuba, imaginemos no más lo que puede estar pensando la comandancia del Ejército en pleno…
 
Mientras Ángela Robledo y un buen puñado de analistas críticos le piden con justificado soporte a Pinzón que diga de qué lado está, si con la guerra o con la paz, lo que quizá no han entendido es que le toca estar con ambas, pues es el único modo ‘políticamente correcto’ de ser a la vez ministro de Defensa de Juan Manuel Santos y jefe directo de unas Fuerzas Militares cuyo ‘mejor amiguis’ sigue siendo Álvaro Uribe.
 
Es de sobra conocida la fábula de los ratones que vivían atemorizados por un gato que los tenía a raya, hasta que uno propuso la brillante idea de colgarle un cascabel que delatara su presencia, pero el proyecto fracasó porque no apareció el voluntario que le pusiera el cascabel al felino. Volviendo al recuento de los anteriores procesos que fueron empujados al fracaso, el mayor mérito de Juan Manuel Santos podría estar en que es el mandatario que ha logrado por primera vez (hasta ahora, al menos) ponerle el cascabel al gato de la intransigencia militar en torno al tema de la paz.


Caricatura de Osuna en El Espectador
 
Coincide con este planteamiento una caricatura de Osuna en El Espectador del domingo pasado, donde Pinzón se queja porque no le contaron del viaje de 'Timochenko' a La Habana y Santos le contesta: “A usted lo necesitábamos furioso”. Ramiro Bejarano, por su parte, ve al Mindefensa convertido en un Angelino II, por lo de su oposición desde adentro, y dice que “por cuenta de esta errática estrategia de mantener una voz disidente en el interior del Gobierno (…), Santos casi pierde las elecciones”. Pero no las perdió, e incluso se podría pensar que fue por cuenta de esta arriesgada estrategia que ganó las elecciones, como arriesgado fue haber apoyado rabiosamente al entonces presidente Uribe para luego, tras remplazarlo, tomar la decisión de jugársela por la paz y graduar así como su peor enemigo a quien fue su jefe cuando ocupó el puesto que precisamente hoy ocupa Pinzón, el de ministro de Defensa.
 
Esto se compagina además con que ahora aparezca Pinzón convertido en presidenciable, algo que Bejarano interpreta como que “a ciertos altos funcionarios se les aparece un lagarto que les susurra al oído que ellos pueden ser presidentes, y hay algunos ingenuos lunáticos que se lo creen”. Espero no estar pensando con el deseo, pero creo más bien que ahí pudiera estar el ‘cañazo’ que un consumado tahúr como Juan Manuel Santos está desplegando para enfrentar las cartas con que juega la partida una poderosa extrema derecha partidaria de las soluciones de fuerza sobre las negociadas. Para el caso que nos ocupa, es con una buena dosis de imaginación y temeridad como vemos al presidente actual enfrentar a un rival que acostumbra recurrir al ‘todo vale’ para imponer sus propósitos.
 
Volviendo a la columna de Bejarano, puede que tenga razón el abogado y lúcido columnista de El Espectador en que “el día menos pensado, el pragmático de Santos saca a Pinzón a sombrerazos”, en concordancia con que él mismo ha manifestado que es “traidor a su clase”. Pero eso es algo que no debería preocuparle a ningún demócrata, por muy liberal u opositor que fuere, mientras la historia de Colombia pueda contar algún día que hubo una vez un presidente que después de muchos esfuerzos malogrados pudo por fin ponerle el cascabel al gato.
 
DE REMATE: Qué campaña tan michicata la de Bavaria con lo de “La tapa paga”. Las tapas premiadas no pagan ni siquiera una cerveza (cuando podrían rifar hasta casas y yates) sino $200, $500 o $1.000. Me cuenta un tendero que las de 500 y 1.000 nunca se ven, y las de 200 aparecen una por cada caja. Claro, como son monopolio, se dan el lujo de tirarles a sus clientes cualquier monedita para premiar su ‘fidelidad’. Preferible que no ofrezcan nada, si van a lucir como avaros. Mr. Scrooge personificado en la industria cervecera.
 
En Twitter: @Jorgomezpinilla
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