Home

Opinión

Artículo

OPINIÓN

Sarmiento y 'El Tiempo'

Un gran diario pierde su sentido si se convierte en vocero de intereses particulares: es un folleto publicitario.

Antonio Caballero
12 de noviembre de 2011

Parece que ya es un hecho la compra por Luis Carlos Sarmiento del 55 por ciento de El Tiempo propiedad de Planeta. Con lo cual el banquero quedará dueño, sumada la parte que ya es suya, del 93 por ciento de las acciones de la casa editorial: el poderoso diario, más sus muchas revistas de entretenimiento, más media docena de información regional, más Portafolio, influyente publicación económica, más el canal bogotano de televisión Citytv, más el canal por cable ET. Nunca nadie, salvo su creador Eduardo Santos Montejo, había tenido tal control sobre el periódico más importante del país.
 
Dije “el banquero”, pero Luis Carlos Sarmiento es además otras muchas cosas. Constructor, terrateniente, contratista de obras públicas. En el periódico electrónico Lasillavacia.com escribe Juan Esteban Lewin sobre los diez temas en los que no puede inspirar confianza la información de El Tiempo si este es de propiedad de semejante magnate: el hombre más rico de Colombia, y con una fortuna calculada en más de 10.000 millones de dólares, el número 75 entre los más grandes millonarios del mundo. Enumera Lewin: La Justicia y su reforma. Sarmiento es dueño de un tercio de los bancos de Colombia, y el sistema financiero es parte interesada, por sus pleitos hipotecarios en los morosos, en casi la mitad de los dos millones y medio de procesos que tienen atascado el aparato de la Justicia. La reforma tributaria: es rico. El desarrollo agroindustrial de la Orinoquia, donde es propietario de muchos miles de hectáreas. El prometido tercer canal de la televisión, que estuvo a punto ya de ser atribuido por el gobierno a Planeta-El Tiempo. La reforma anunciada al sistema de concesiones, que dará a los grandes grupos bancarios un protagonismo central en el negocio (sin hablar de que Sarmiento tiene importantes concesiones viales y aeroportuarias). La reforma pensional. El agua. Las peleas del ministro de Hacienda, Juan Carlos Echeverry, con los bancos. La financiación –y la construcción– de vivienda. Y el precio de la gasolina.
 
El problema no está en Luis Carlos Sarmiento, sino en El Tiempo. No está –o es otro problema– en que el banquero, contratista, terrateniente, etcétera, sea tan rico como la mitad de sus compatriotas sumados, en el país de mayor desigualdad del mundo (después de Angola y Haití). No está, aunque sea cierto, en que los bancos colombianos abusen de sus usuarios como ninguno en el mundo. No está, aunque también sea cierto, en que el desarrollo agroindustrial de la altillanura conlleve serias consecuencias medioambientales. El problema está en El Tiempo. Un gran diario como ese –y una casa editorial con múltiples publicaciones impresas y electrónicas– pierde por completo su sentido y ve grotescamente deformada su función si se convierte en el vocero específico de intereses financieros e industriales ajenos a la información. Ya no es un medio de prensa: es un folleto publicitario.
 
Se dirá que no tiene por qué ser así, y se citará el caso de El Espectador, que pese a ser hoy propiedad del Grupo Santo Domingo no ha perdido su voluntad de independencia ni es un simple apéndice de los múltiples intereses económicos de sus dueños. Y se puede también señalar el caso contrario: el de un empresario que se dedica solamente a los medios de comunicación –prensa y televisión– y es sin embargo un personaje inmensamente dañino para la libertad de prensa y en general para todas las libertades. Es el caso del magnate anglo-australo-norteamericano Rupert Murdoch, que sigue enredado ante el Parlamento inglés con sus historias de ‘chuzadas’ ilegales.
 
(A propósito de Murdoch: hace mes y medio vino a Bogotá en viaje relámpago, y al parecer se entrevistó con el presidente Juan Manuel Santos; y nadie nos ha dicho de qué hablaron, ni a qué vino.)
 
Eduardo Santos, no el fundador estrictamente hablando, pero sí el creador del diario El Tiempo, y durante muchos años su único propietario, se negó siempre a interesarse en cualquier otro tipo de negocios para no perder su independencia de información y de opinión y su libertad de criterio. Condicionadas solamente, inevitablemente, por sus convicciones y sus intereses políticos, que lo llevaron a la Presidencia de Colombia. Con sus herederos, sus sobrinos, y más aún con sus sobrinos nietos, esa línea de conducta cambió: y El Tiempo se metió en toda clase de negocios, desde editoriales de literatura de ficción hasta centros comerciales. Sin olvidar, claro, la política: uno de esos sobrinos nietos fue durante ocho años vicepresidente de la República, y otro, tras haber ocupado diversos ministerios, es hoy el presidente. Cuando hace cuatro años el periódico fue comprado por el grupo español Planeta, su personalidad como órgano de opinión se difuminó aún más. Con la llegada avasalladora de Sarmiento (avasalladora: al 38 por ciento que ya era suyo le agrega el 55 por ciento de Planeta) se completa el giro de 180 grados en la orientación del periódico. Ahora será un simple instrumento de presión al servicio de la fortuna descomunal de su dueño. Eso es peligroso.
 
Nota: lean en The Guardian de Londres (guardian.co.uk) la conferencia de Alan Rusbridger, editor de ese periódico, sobre la función y las responsabilidades de la prensa independiente.

Noticias Destacadas