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¿Se puede creer en Chávez?

Se trataría entonces, como diría Turbay, de reducir la presencia guerrillera en Venezuela a "sus justas proporciones".

Semana
14 de agosto de 2010

La súbita y sorprendente reanudación de las relaciones con la Venezuela de Chávez hay que recibirla con alegría y con prudencia. De bandazos emocionales ya estamos muy curados luego de cuatro rupturas repentinas e igual número de fugaces reconciliaciones en los últimos cinco años. Ahora, los términos del acuerdo de Santos y Chávez dan para el optimismo, pero también exigen cautela. Aunque haya un nuevo clima, con Chávez nunca se sabe.

El acuerdo ha sido posible por la confluencia de varios factores, unos personales, otros políticos. En lo personal, con la reanudación inmediata de las relaciones bilaterales luego de la salida de Uribe, Chávez quiso enviar el mensaje tácito de que el problema era Uribe, y así se sacó un último clavo. Por su parte, Santos quiso marcar un cambio de estilo y señalar un punto de quiebre a pocos días de iniciado su mandato: más concertación y menos confrontación, es el estilo del santismo. Y el estilo es el gobierno, diría Buffon.

En lo político, Santos tiene su propio orden de prioridades en las relaciones internacionales. Más pragmatismo que ideología y más economía que seguridad. Y, otra vez, más concertación que confrontación. Esto es lo que explica por qué de las cinco comisiones que se van a conformar para normalizar las relaciones, solo una sea de seguridad. Y también ayuda a entender por qué el tema que llevó al rompimiento de las relaciones binacionales, o sea, la comprobada presencia protegida de las Farc en Venezuela, haya sido relegado temporalmente a un segundo plano, en aras del restablecimiento inmediato de las relaciones diplomáticas y comerciales. No es un tema olvidado, pero sí relegado. Santos le apuesta a confiar en la palabra de Chávez, quien se comprometió a no apoyar a la guerrilla. A cambio, Chávez exige que el gobierno colombiano no vuelva a denunciarlo públicamente por tolerar a la guerrilla en su territorio. Así, en adelante, cualquier reclamación colombiana sobre este tema tendremos que hacerla de manera reservada, por los canales institucionales que se establezcan para tal efecto. De hecho y sin decirlo, el nuevo gobierno ha retirado la iniciativa de una comisión de verificación que el anterior gobierno presentó en la OEA.

En el toma y daca, Chávez sacará de su discurso el tema de las 'bases norteamericanas' en suelo colombiano. Súbitamente -lo usual en él- ha entendido que nuestro acuerdo de cooperación militar con Estados Unidos es un asunto de soberanía nacional que no amenaza la seguridad de Venezuela. Aunque no es casualidad que por estos días alguien tan influyente en la orientación de la diplomacia chavista como Fidel Castro haya afirmado con contundencia que Colombia nunca agredirá a Venezuela, porque "no le interesa, no quiere y no puede". Con esta sentencia del Comandante quedó desahuciado para siempre el más esgrimido argumento chavista de hostilidad anticolombiana que insistía en señalarnos como "el principal instrumento del Imperio" para agredir militarmente a Venezuela.

Ahora Chávez tiene el reto de quedar bien con el gobierno colombiano, sin quedar mal con la guerrilla. Cumplir la palabra empeñada ante la comunidad internacional y al mismo tiempo no traicionar a la guerrilla. Creo que para ello se irá por el camino del medio: le hará saber a la guerrilla que su presencia numerosa, abierta y ostensible en campamentos fijos en territorio venezolano es por ahora absolutamente insostenible; pero, al mismo tiempo, acordará con ella que las autoridades venezolanas mirarán para otro lado ante su trashumancia fronteriza, disminuida y más discreta. Se trataría entonces, como diría Turbay, de reducir la presencia guerrillera en Venezuela a "sus justas proporciones", de tal manera que se pueda descargar en las autoridades colombianas la responsabilidad de este hecho, alegando que ellas no vigilan suficientemente las fronteras y, simultáneamente, evitando cualquier hecho demostrativo de un apoyo directo y abierto del gobierno venezolano a la guerrilla colombiana. Esta, por su parte, será comprensiva con Chávez y aceptará de momento las nuevas condiciones.

En resumen, la guerrilla ni se erradicará ni se instalará en Venezuela, sino todo lo contrario. Pero seguramente esta ambigüedad permitirá que este tema, aunque no salga de la agenda ni se resuelva del todo, pase sin embargo a un segundo plano y deje de ser la causa de las tensiones diplomáticas entre los dos países. Por ahora no hay más remedio que confiar en que Chávez cumplirá su palabra, a su modo. El gobierno colombiano solo tendrá como opción seguir el consejo de Ronald Reagan: confía pero verifica.

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