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Se suicidan tres

La barbarie nunca es ajena. Por eso hay que criticarla siempre, así parezca inútil el intento, así se haga desde la más impotente y remota periferia.

Antonio Caballero
24 de junio de 2006

Sé de sobra que no tiene mucho efecto que desde este rincón de una revista periférica se le hagan críticas a la política del más poderoso imperio que han visto los siglos. Sé también que a muchos de mis lectores les molesta. A unos porque les parece que el imperio, por el mero y mismo hecho de serlo, no debe ser criticado: para ellos es algo así como un pecado contra el espíritu, en el sentido hegeliano de la palabra. A otros porque les parece, como a mí, que criticarlo desde este remoto rincón periférico no tiene mucho efecto, y en consecuencia es una pérdida de tiempo.

Sin embargo, y a costa de irritar a los unos, de aburrir a los otros, creo que hay que hacerlo. Por una razón elemental y primordial de dignidad humana. Sería más útil, desde luego, que esa crítica la hicieran los que debieran hacerla: los que, así sea subordinado al del imperio, representan algún poder, empezando por los que actúan dentro de su propio seno, y aunque tampoco su crítica tenga mucho efecto. Así el senador McCain, por ejemplo, precandidato a la presidencia de los Estados Unidos, criticó la utilización de la tortura por parte de las fuerzas de su propio país no sólo con el argumento ético de que es contraria a la dignidad humana, a la del torturado y a la del torturador (y tal vez más a la del torturador que a la del torturado), sino también con el argumento práctico de que así se exponía a los soldados de su propio país a recibir en reciprocidad un trato semejante. No le hicieron caso (aunque el Senado votó a su favor). Ahora unos soldados norteamericanos caídos en poder de los insurrectos iraquíes acaban de ser torturados a muerte, y sus jefes se sorprenden. Se sorprenden de la barbarie ajena.

La barbarie nunca es ajena. Por eso hay que criticarla siempre, así parezca inútil el intento, así se haga desde la más impotente y remota periferia.

Otro ejemplo. En la prisión militar norteamericana de Guantánamo se acaban de suicidar tres. ¿Tres qué? No se sabe bien. Pues para no tener que rendir cuentas sobre los varios cientos de prisioneros que tienen encerrados en jaulas de alambre, encadenados y con la cara tapada y alimentados con tubos cuando protestan, sus carceleros han decidido inventar para ellos el nombre vago de "combatientes ilegales". En fin: el caso es que de esos varios cientos de desesperados miserables se suicidaron la semana pasada tres. Los funcionarios responsables se desligaron de toda responsabilidad. El carcelero jefe de Guantánamo, general Harry Harris, dijo que se trataba de "un acto de guerra asimétrica contra nosotros", y añadió que lo que pasa es que esa gente "no tiene respeto por la vida". Otra alta funcionaria del Departamento de Estado norteamericano dijo, textualmente, lo siguiente:

-Es un golpe de relaciones públicas.

Y se quedó tan ancha.

Pero el mundo supo que en protesta, y a manera de denuncia, se habían suicidado tres. Hasta los más perrunos aliados de los Estados Unidos en su desaforada "guerra contra el terror" hecha a fuerza de terror se sintieron obligados a musitar una queja. El primer ministro británico Tony Blair le susurró al oído al presidente George Bush que había que cerrar Guantánamo. Y Bush, ofuscado, se sintió obligado a su vez a improvisar una disculpa:

-A mí también me gustaría cerrar Guantánamo, pero todavía no.

¿Por qué todavía no? Porque hay ahí, dijo Bush, "asesinos a sangre fría, que matarán si son dejados en libertad". Interesantísima información: es la primera vez que se acusa de algo concreto a esos "combatientes ilegales", y la acusación se refiere al futuro: "matarán si son dejados en libertad".

Hipocresía, claro. No es la cárcel de Guantánamo el problema. Si la cierran, pueden abrir cien más en otras cien bases dispersas por el mundo entero. Es como el cuento del marido cornudo que vendió el sofá. Hipocresía. Pero el destapar la hipocresía de los responsables de un crimen es ya una victoria sobre ese crimen, así sea pequeña, así sea marginal. Sí tienen algún efecto las críticas, así sean tan tímidas como las de Blair, así sean tan periféricas como las que hago ahora desde esta revista. Así sean tan macabras como la que hicieron con su suicidio esos tres prisioneros "enemigos" cuyos nombres ignoramos.

En cambio ya conocemos el del general Harry Harris, como conocemos el del procurador Poncio Pilatos.