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Las brujas de Salem

El cubrimiento periodístico de las capturas relacionadas con los atentados del 2 de julio, recuerda la histeria masiva que rodeó a los juicios por brujería en el Massachusetts colonial.

Semana.Com
22 de julio de 2015

En 1692 una corte condenó a 19 personas y a dos perros a morir colgados en la horca por brujería en Salem, Massachusetts. Ese año un grupo de mujeres blancas fueron encontradas en la noche bailando desnudas en un bosque junto a una hoguera acompañadas de la esclava Tituba, quien había sido traída hace poco de la Isla de Barbados en el Caribe. Esta evidencia fue luego confirmada por otros, quienes en medio de interrogatorios públicos terminaron confesando haber tenido sueños o visiones en las que se veía a las acusadas comulgar con el diablo.

Más de 200 personas fueron acusadas de brujería en Salem y otros pequeños pueblos aledaños en el transcurso de 1692 y 1693. En 1957 la Corte General de Massachusetts declaró que esos procedimientos fueron el “resultado del miedo y la histeria popular que producía la figura del demonio”. Por lo tanto, el Estado reconoció su responsabilidad en la muerte de personas inocentes.

En Salem todo comenzó con la angustia del reverendo Samuel Parris de la parroquia del pueblo porque se estaban haciendo “abominaciones en el bosque”. En Bogotá, el horror comenzó con dos bombas que explotaron hace tres semanas y dejaron diez personas heridas. Seis días después, elespectador.com tituló: “Capturan 14 integrantes del ELN responsables de petardos en Bogotá”.

Ese titular es un ejemplo de cómo los medios pueden convertirse en instrumentos para el linchamiento masivo. El Espectador no sabe si los capturados son realmente integrantes del ELN, pero igual tituló que sí lo son. El Espectador tampoco sabe si son responsables de los petardos, pero también tituló que sí lo eran. Al final la Fiscalía señaló a tres personas por unos atentados con explosivos en Bogotá y a los restantes los relacionó con un revuelta en la Universidad Nacional.

Nuestro periodismo digital sufre de ansiedad, publica antes de recolectar la información que necesita. A falta de contexto, dice que los investigados son egresados o estudiantes de universidades públicas. A falta de periodismo gráfico, la F.M. Radio publica imágenes del torso desnudo de una de las investigadas. Y a falta de periodismo investigativo, los periodistas se reúnen con agentes a cargo de la investigación que les filtran pruebas y les indican cómo interpretarlas.

Pero el linchamiento ya no es en la plaza pública de Salem, hoy a los chivos expiatorios se los sacrifica en las secciones de comentarios que aparecen debajo de los artículos online. Los directores de los medios miran hacia otro lado ante la violencia extrema de los comentaristas anónimos de sus portales. Allí el pueblo se regocija con la sangre de las brujas caídas en desgracia.

Los medios publican las pruebas que les filtra la Fiscalía de manera confidencial, off the record. Como resultado, una serie de artículos confusos, escritos a la carrera y con una sola fuente: un funcionario anónimo de la Fiscalía o de la Policía. El contenido de esos artículos transita entre las imágenes de una persona metiendo unas cajas a un baúl, pasando por la transmisión de unos audios en los que se escucha una discusión en la que alguien reprocha a otro por hacer “papas bomba”, hasta llegar a otro audio en que alguien propone reunirse en una panadería y otro más en que se habla de “gente herida”. No se contrasta la veracidad de estas pruebas con la defensa de los investigados.

En los juicios de brujería en Salem, según cuenta la historia inmortalizada por Arthur Miller en su obra El Crisol, se condenó a una mujer porque en su casa se encontró una muñeca con una aguja enterrada en el estómago, a otra mujer se le condenó porque leía a escondidas de su marido. La esclava Tituba confesó que aquella noche en el bosque estaba practicando su religión: el vudú. Y muchas otras fueron condenadas con base en “evidencia espectral”: pesadillas y alucinaciones de aldeanos presas del pánico que dibujan en su mente el retrato hablado de la próxima en ser colgada.

Al igual que en Salem, el trastorno de ansiedad y nerviosismo del periodismo digital colombiano, no nos deja examinar la evidencia que conocemos hasta el momento y hacer un juicio pausado. En cambio, el miedo toma control. En esta histeria colectiva va a ser muy difícil para la Fiscalía retirar sus acusaciones por brujería si no logra consolidar la evidencia que tiene. De igual modo, con todo lo que ha pasado quienes protestan frente a los juzgados difícilmente dejarán de gritar que se trata de “falsos positivos judiciales”. Llegados a este punto frenético, los investigados ya no pueden sino luchar por conservar la concepción que tienen de sí mismos y del mundo.

Cuando Arthur Miller escribió su obra de teatro sobre la cacería de brujas como una metáfora del Macartismo que ensombrecía Estados Unidos en los años 50 del siglo pasado, un crítico dijo que esa metáfora era falsa pues mientras las brujas nunca existieron, el comunismo si existe. Miller respondió que al terminar su investigación para la obra no tuvo dudas “que hubo gente que estuvo comulgando e inclusive venerando al diablo en Salem”. Sin embargo, para Miller la pregunta no es si las brujas son reales o no sino sobre “el poder de la autoridad para definir la naturaleza de lo real”.

Las brujas en Salem amenazaron tanto el orden puritano en Nueva Inglaterra como hoy unos encapuchados en la Universidad Nacional amenazan el Estado colombiano. Sin embargo, como también dijo Miller en una de las frases más recordadas de El Crisol: “Cuando el satanismo se levanta, las acciones son las manifestaciones menos importantes de la naturaleza humana. El diablo es engañoso, incluso una hora antes de caer, Dios aún pensaba que se veía hermoso en el cielo”. 

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