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JOSÉ MANUEL ACEVEDO M.

Señor fiscal, ¿qué le pasó?

Eduardo Montealegre parecía un tipo serio, pero por el camino perdió los papeles y se dedicó a lucirse de mala manera, como cuando cuestionó a la Procuraduría habiendo sido él quien ayudó a alimentar el monstruo.

José Manuel Acevedo M.
3 de mayo de 2014

Supe por primera vez quién era Eduardo Montealegre mientras estudiaba derecho en la Universidad de los Andes y leía las sentencias que proyectaba ese meritorio tolimense desde la Corte Constitucional. Sus intervenciones en el alto tribunal parecían sensatas y tras su renuncia como magistrado, los artículos jurídicos que comenzó a escribir en periódicos especializados lucían los de un hombre ponderado al servicio del derecho.

Más tarde, en los albores de su Fiscalía, Montealegre se presentó a los medios de comunicación con declaraciones útiles sobre política criminal, límites a las detenciones preventivas y esfuerzos metodológicos para aumentar la eficiencia en la investigación penal, lo que permitía pensar que habíamos pasado la página de los fiscales interinos y que tendríamos ahora sí una verdadera cabeza que pusiera orden en el ente acusador.

Parecía, digo, un tipo serio, pero por el camino perdió los papeles y se dedicó a lucirse de mala manera, como cuando le dio por cuestionar a la Procuraduría habiendo sido él quien ayudó a alimentar el monstruo en épocas pasadas.

Sus últimas actuaciones y esa carrera tan estúpida como frenética en la que quiere ponerle el pie encima a Ordóñez, Morelli y hasta a Alfonso Gómez Méndez, hicieron que perdiéramos la fe en él.

Señor fiscal, ¿qué le pasó? ¿A qué horas se convirtió en todo aquello que decía detestar? Montealegre cuestiona la parcialidad del procurador, pero asume partido cada vez que puede en causas en las que debería actuar como árbitro: así lo hizo con Petro, a quien tenía que investigar con distancia crítica y lo terminó absolviendo y uniéndose a su cruzada. Así lo está haciendo ahora con las FARC, adelantándose al fin de la negociación y ofreciendo impunidad sin que esa guerrilla siquiera mencione qué está dispuesta a dar a cambio.

En ninguno de esos dos casos, Montealegre está ayudando a restaurar la institucionalidad perdida, sino que, por el contrario, les imprime un inconveniente sello personal y revanchista a decisiones trascendentales para el país con el único propósito de lucirse y salir en las primeras planas de los periódicos.

Pero hay más. Fiscal Montealegre: ¿por qué dejó caer a la fiscal delegada Martha Lucía Zamora? ¿Acaso para reivindicarse con Sigifredo López, a quien usted –y nadie más que usted– mantuvo preso injustamente? ¿No le da vergüenza recibir el abrazo del oso de un político corrupto como Kiko Gómez, que salió a felicitarlo públicamente por haberle cortado la cabeza a la doctora Zamora?

Ni hablar de sus movidas para hacer elegir a la doctora Gloria Ortiz en la Corte Constitucional, como también lo contamos en una columna anterior. De la doctora Ortiz he sabido cosas buenas, pero será lamentable que llegue al alto tribunal no por sus méritos propios sino por ser la protegida de Montealegre.

Termino, por ahora, con una pregunta que muchos se hacen. Señor fiscal: ¿e mueven tan rápido en la Fiscalía todos los procesos o eso depende en buena parte de la oficina de abogados que lleve el caso? Quizás un día pronto podamos hablar de eso también y oír sus explicaciones.

¡Lástima! Del fiscal Montealegre que prometía tanto no queda sino un inmenso cúmulo de decepciones…

Twitter: @JoseMAcevedo