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Sensibleros y malparidos

Es posible que solo después de las gulas y purgas de la crítica la película “Los viajes del viento” logre ser comprendida en su justa medianía.

Semana
2 de junio de 2009

La crítica generada por la película “Los viajes del viento” de Ciro Guerra puede ser de dos tipos: sensiblera o malparida.

La crítica sensiblera: “película única, ambiciosa, compleja”; “algo finalmente está sucediendo con el cine colombiano del nuevo milenio”; “no peca de grandilocuente”; “comparable con lo que ha hecho García Márquez en literatura”; “llega al corazón”; “muestra con altura, respeto y poesía las formas de la vida”; “lenguaje único, lleno de símbolos caribeños”; “experiencia de realización extraordinaria, determinante y envidiable para la producción fílmica colombiana”; “patrimonio de nuestra cultura”; “la película que hace rato estábamos esperando que se hiciera en Colombia”; “la mejor película colombiana de todos los tiempos“; “un vallenato hecho película”; “en la misma línea de Himalaya y de Tulpan”; “hay que dejarse inundar de esta clase de teoría del color que da la costa”; “Cannes: pa’llá vamos”; “filme surgido de las profundidades de la Tierra, esa Tierra de la que se saben parte esencial”; “muestra la grandeza de nuestro país, de nuestra cultura y de nuestra tradición”; “excelente película”…

La crítica malparida: “película aburrida”; “los personajes son tan planos como los paisajes”; “infomercial de Aviatur (solo faltaron los Ecohabs)”; “¡ni una tetica, ni un disparo!”; “documental de Yuruparí travestido de película”; “no dice nada y tiene la desfachatez de decirlo”; “¿cuánta plata les dio “Colombia es pasión”?”; “el man que arregla acordeones en una choza es tan inverosímil como toda la película”; “usar a las mujeres como objetos sexuales y dejar hijos cientos por donde va… no, eso no es nada bonito”; “abusa tanto de los tiempos muertos que mata a los personajes”; “muestra como montar un burro en hora y media o más”; “autoexotismo con empaque minimalista”; “dice no ser garciamarquiana pero el robo es evidente”; “mala, remala, nunca se sabe porque el juglar debe volver donde su maestro”; “bodrio infumable que dura dos horas”; “me emocioné con los vallenatos pero no con las situaciones”; “da grima ver como una excelente historia termina siendo tan mal contada”; “no tiene un climax definido”; “¡Pésima!”; “la peor película del cine colombiano”…

Llamar “sensiblera” o “malparida” a la crítica es ser malparido y sensiblero, es hacerle crítica a la crítica. Pero este acto de lectura es realmente un ejercicio de geografía: mide el cráneo del lector, muestra si hay un espacio mental de resonancia donde la mirada oscile entre puntos de vista alternos, una inteligencia capaz de sopesar panegíricos e injurias. Porque las obras de arte viven de la paradoja: su carácter es singular pero su valor es plural, varía según la lectura. En el caso de “Los viajes del viento”, el orgasmo patriotero del periodismo cultural o el canibalismo propio de teleadictos e intelectuales resentidos (algo normal en un país donde hay más directores de cine que películas), son rituales necesarios, y es posible que solo después de las gulas y purgas de la crítica la película logre ser comprendida en su justa medianía… ni tanto que queme el filme, ni tan poco que no lo alumbre.


*Lucas Ospina es artista y profesor de arte.

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