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Sentarse a la mesa

Sentarse a la mesa a desayunar, a almorzar o a comer es una costumbre que puede convertirse en un hábito sano y sobre todo placentero.

Ximena Sanz De Santamaria C., Ximena Sanz De Santamaria C.
22 de octubre de 2013

Para nadie es un misterio que en el mundo moderno han cambiado muchas costumbres, hábitos, formas de vida. Muchos cambios han sido positivos y son adaptativos en la medida que no se puede pretender que los comportamientos de las personas sigan siendo los mismos a lo largo del tiempo porque las circunstancias cambian: las exigencias y los retos también. Si ya fue descubierta la rueda, ¿para qué seguir cargando las cosas en mulas o en la espalda de una persona? Y si el Internet ahorra tiempo y costos, ¿para qué usar el telégrafo? Ese tipo de cambios han sido adaptativos y maravillosos. Pero desafortunadamente hay otros cambios que no son tan positivos, como haber perdido la costumbre de sentarse a la mesa a desayunar, almorzar o comer con familiares y amigos.
 
“El día que me di cuenta que no hablamos fue cuando sentados a la mesa, mientras desayunábamos, le mandé un mensaje a mi esposa por Whatsapp para preguntarle cómo había dormido”, me contaba un hombre aterrado al ver que ya ni en las comidas compartía tiempo con su familia. Él se daba cuenta que aunque de niño siempre se había sentado a comer a la mesa con su familia, muy pocas veces había mantenido esa costumbre con su esposa y sus hijos. Y hasta el momento, siempre encontraba una disculpa que justificara no hacerlo: estar de vacaciones, llegar muy cansado, no tener apetito, no querer molestar a sus hijos si estaban estudiando, darle a su esposa el tiempo para hacer deporte, entre otras cosas. Hasta un día que su hija le pidió a su madre que pusiera otro puesto en la mesa porque el novio iba a comer. “¿Novio? ¿Cuál novio?” preguntó él en ese momento, porque fue así como se enteró que su hija de 17 años llevaba varios meses con un novio. Aunque entendía que por ser hombre y por la edad de su hija él no iba a ser su confidente, le impactó mucho darse cuenta que su esposa tampoco le había contado nada. “Por la noche, ya cuando nos íbamos a acostar, le pregunté por qué no me había contado sobre el novio de mi hija y me dijo: ‘Porque nunca nos vemos, nunca hablamos, y eso no te lo voy a contar en un corredor de afán’. Tenía toda la razón”.

Encontrar espacios para compartir con la familia, la pareja, los amigos e incluso con los colegas y jefes no es fácil en el mundo de hoy. Siempre hay cosas pendientes, el tiempo es escaso, hay que cumplir con todas las obligaciones de la vida diaria, etc. Pero todos tenemos que comer; y hacerlo con calma, sentados a la mesa, no solamente permite crear un espacio para compartir con otros, sino que además es sano en términos de salud. “No sé qué efecto psicológico ha tenido en mí, pero comer en un plato, sentada a la mesa en mi casa me ha ayudado a disminuir la ansiedad. Ya no ando picando por ahí, y gracias a eso ahora sé cuándo parar porque ya estoy satisfecha, y así no tengo que ir a vomitar”, me decía una mujer que está logrando superar un trastorno de alimentación que la llevaba a comer y vomitar a diario. Para ella estaba siendo un profundo descubrimiento el efecto que le generaba poner la mesa, sentarse, servirse una porción en el plato y terminarla. Y eso, a su vez, había servido para que su hermana -con quien convive- hiciera lo mismo. Como consecuencia se estaban viendo más entre semana, estaban conversando con más frecuencia y compartiendo más cosas de la vida diaria: “Ahora sí siento que vivo con alguien porque me he dado cuenta que aunque mi hermana siempre ha estado, llevaba tres años viviendo sola”.

Sentarse a la mesa a desayunar, a almorzar o a comer es una costumbre que puede convertirse en un hábito sano y sobre todo placentero. No solamente porque ayuda a organizar la calidad y la cantidad de la comida, sino también porque es una manera de generar espacios para compartir la vida con otros. La vida moderna se caracteriza por el afán, la falta de tiempo, por la necesidad de hacer todo ya y para ya. Por eso no es difícil dejarse llevar por ese ritmo en el que escasamente hay tiempo para comer e ir al baño. En ese sentido,  sentarse a la mesa todos los días, en todas las comidas, aun si no hay compañía, es una manera de ponerle un freno al afán porque como bien dicen, del afán no queda sino el cansancio. 

Respetar los momentos de las comidas es una forma de aprender a poner y ponerse límites, de aprender a respetarse y a quererse a uno mismo, porque comer es una de las necesidades básicas en la vida de un ser humano. Por ende es algo que toda persona debe tener derecho a hacer. Y debe poder hacerlo con calma, comiendo despacio para poder disfrutar cada bocado de lo que tiene en el plato, para evitar comer por ansiedad y poderlo hacer por placer. Además, es una manera de respetar el tiempo de la familia, de enterarse en qué están los padres, los hijos, los hermanos; saber cómo le fue a cada uno –y en especial a la pareja- en su día, qué ocurrió importante en la vida del otro. En síntesis: es una forma de compartir. Así se nutre y se construye la cotidianidad de una relación de pareja, de la relación con los padres, con los hermanos, con los amigos. Además, ayuda a evitar que las relaciones se distancien a tal punto que ya no haya nada que compartir y que los demás miembros de familia sean cada día más unos extraños con quienes se vuelve más y más difícil compartir. Sentarse a la mesa es un primer paso para vivir una vida más sana, más tranquila y más alegre.

Psicóloga-Psicoterapeuta Estratégica
ximena@breveterapia.com
www.breveterapia.com

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