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El Centro Democrático define

Su disciplina y coherencia situaron al Centro Democrático como finalista de la contienda electoral que definirá lo pactado en la Habana y con ello el porvenir institucional de Colombia.

Sergio Araújo Castro, Sergio Araújo Castro
21 de octubre de 2017

Al contrario de lo que afirman sus adversarios, Álvaro Uribe no se impone autoritariamente dentro del partido que fundó. Para sorpresa de muchos es lo opuesto: siente devoción por los diálogos amplios, las deliberaciones sobre lo mínimo, debate todo y fomenta largos ejercicios dialécticos sobre temas complejos y decisiones sencillas, hasta el punto que quienes trabajan cerca de él con frecuencia se exasperan, pues preferirían una orden contundente en vez de los procesos de deliberación a los que obliga en cada decisión.

Otra faceta poco reconocida del expresidente es su obsesión por promover nuevos liderazgos. Permanentemente incluye figuras nuevas en la ecuación política nacional, y contrario a lo que quisieran los sectores de derecha que también lo siguen, Uribe busca en todas las canteras: entre los moderados, la izquierda, los empresarios, los mayores y la juventud, en un afán sincero por entregar oportunidades a quienes el cree desaprovechados o lejanos al servicio público que considera un deber patriótico superior.

Así que amplia participación decisoria e impulso a nuevos liderazgos fueron premisas estructurales para que Centro Democrático llegara a tener cinco precandidatos titulares, tan distintos entre sí. Claro, los analistas políticos aún no entienden por qué Uribe no se concentró en Zuluaga, Ramos y Carlos Holmes Trujillo, ‘caballos de guerra’ probados, en vez de impulsar simultáneamente a Iván Duque, Paloma Valencia, Rafael Nieto y María del Rosario Guerra, a quienes atribuye el talante adecuado para servir y manejar lo público.

Cuando los encuestadores detectaron que espontáneamente la gente contestaba “voto por el que diga Uribe”, muchos comprendieron que la cohesión del Centro Democrático y su férrea oposición al gobierno habían construido una línea de coherencia ideológica novedosa en la política colombiana, paradójicamente solo comparable a la dinámica de las organizaciones comunistas; esa disciplina y coherencia situaron al CD como finalista de la contienda electoral que definirá lo pactado en La Habana y, con ello, el porvenir institucional de Colombia.

El próximo presidente podría ser cualquiera de los precandidatos uribistas; de ahí que sea tan importante seguir atentamente el mecanismo de selección y proyectarlo a esa segunda eliminatoria en la que estarán no solo figuras aguerridas como Alejandro Ordóñez y Marta Lucía Ramírez, sino también sectores ciudadanos sin partido, liberales y cristianos, cuya participación en la alianza lanzada por Uribe y Pastrana engrosará una coalición con necesidad de triunfo, cuyo combustible se amalgamó con la entrega institucional en La Habana, la explosión de la corrupción y el infortunado manejo económico del gobierno Santos.

Muchos advierten que ese escenario garantiza papel protagónico a Viviane Morales, Sofía Gaviria, Alfonso Gómez Méndez y otras prestigiosas figuras a quienes las roscas cerraron sus espacios naturales. Entre tanto, la máquina de Vargas Lleras marcha como una especie de caballería blindada que recorre paralelamente el teatro de operaciones, y calcula que si su comandante no supera el umbral de primera vuelta, podría sumarse a la alianza por coherencia e instinto de conservación. La edad de Germán Vargas permitiría ese lujo.

Las elecciones de marzo reeditarán lo que pasó con el plebiscito, y la fuerza parlamentaria que elija cada grupo producirá el viento de cola que impulse las naves, a semejanza de lo que pasó hace cuatro años con Óscar Iván Zuluaga. Pero antes, es vital identificar la diferencia en las propuestas de los precandidatos; entre ellos hay quienes darían continuidad a lo pactado en Cuba, con cirugía y modificaciones; pero también están los que echarían todo atrás para rebarajar de cero.