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Siempre hay más de una versión sobre una misma historia

Hay que escuchar sin prejuicios la historia de los otros.

Ximena Sanz De Santamaria C.
2 de abril de 2013

Chimamanda Adichie, una mujer escritora de Nigeria, habla en una charla sobre ‘el peligro de quedarse con una sola historia’ y cuenta una experiencia personal que le ayudó a darse cuenta de esto. Al llegar a estudiar a Estados Unidos, su compañera de cuarto norteamericana no entendía por qué ella hablaba tan bien inglés, por qué sabía usar una estufa y quedó aun más sorprendida cuando oyó la música que oía Chimamanda: la misma que oían en Estados Unidos. “Mi compañera de cuarto tenía una única historia de África, una única historia sobre catástrofe. Y en esa única historia no cabía la posibilidad de que los africanos pudieran ser parecidos a ella de alguna manera, no existía la posibilidad de que fuéramos iguales como seres humanos”. (Tomado de http://www.ted.com/talks/chimamanda_adichie_the_danger_of_a_single_story.html)

Muchas de las peleas que ocurren entre amigos, hermanos, primos, novios, esposos, etc., surgen porque a partir de un problema, cada ‘parte’ construye una historia, su historia, dejando de lado la posibilidad de escuchar y conocer la historia del otro. Es así como un comentario que pretendía ser chistoso puede interpretarse como una ofensa, o una opinión puede leerse como un ataque personal. En cualquier caso, si no hay un diálogo entre quien dijo y quien recibió el comentario para aclarar la manera como cada quien lo vivió, es probable que se genere un problema que puede terminar en una pelea mayor o incluso, en la terminación de la relación.

Es el caso de una mujer que después de su matrimonio perdió contacto con una parte de su familia. “Me juzgaron, nunca me dieron la oportunidad de hablar, de contarles lo que había pasado. Simplemente me cancelaron”, decía mientras lloraba pensando que el día más feliz de su vida era recordado con un “sabor amargo”. Uno de sus tíos, que era como su padre porque el suyo había muerto años atrás, le había dicho que quería decir unas palabras antes de empezar la fiesta. Pero el día del matrimonio ocurrió algo imprevisto: una lluvia torrencial. Esto exigió hacer un cambio logístico de último momento, por lo cual todo empezó dos horas más tarde de lo planeado. Por esta razón la fiesta tuvo que comenzar inmediatamente después de la comida. Este imprevisto y los cambios de logística hicieron que tanto a ella como a su madre se les olvidara que estaba previsto que su tío hablara. 

Al día siguiente cuando se levantó a desayunar, cayó en cuenta que había olvidado darle a su tío el espacio para que hablara. “Ahí mismo lo llamé, le pedí disculpas e intenté contarle lo que había ocurrido. Pero él se limitó a decirme que no necesitaba explicaciones, que si supuestamente lo quería tanto como decía, jamás se me hubiera olvidado que él iba a hablar. Y colgó el teléfono”.

Durante un año ella había intentado varias veces hablar con su tío y su familia para explicarles y contarles su historia sobre lo que había ocurrido. No necesariamente para que estuvieran de acuerdo, sino sencillamente para que conocieran la otra cara de la moneda. Pero por el resentimiento y el orgullo de la familia, fue imposible comunicarse. Aunque otra parte de su familia le repetía que no se amargara, que no había sido su culpa y que su tío habría podido acercarse en el momento y decirle que quería hablar, ella no lograba dejar de sentirse culpable. Y ese sentimiento de culpa había llegado al punto que recordar del día de su matrimonio se le había vuelto una tortura. 

Con el tiempo, la culpa y el dolor fueron engendrando en ella mucha rabia contra su familia: rabia porque nunca la habían querido escuchar, porque se sentía injustamente juzgada y condenada, porque nunca había tenido la oportunidad de contar su historia e intentar sanar lo que ya no se podía cambiar. Pero gracias al trabajo tan duro y exigente que hizo consigo misma, llegó el momento en el que logró recordar su matrimonio como el día más feliz de su vida sin dejarse afectar por lo que había ocurrido con una parte de su familia.

Meses después de terminar su proceso, se encontró por casualidad con una de sus primas quien, de motu proprio, le propuso que se fueran a tomar un café. En ese momento finalmente pudo contarle a su prima su lado de la historia. “Mi prima se sorprendió porque no sabía todo lo que mi mamá y yo habíamos sufrido, ni tampoco sabía el problema que ocasionó el mal tiempo. Me escuchó, y cuando nos despedimos me pidió perdón por habernos juzgado sin haber antes oído nuestra historia”.

Caer en el error de quedarse con un solo lado de una historia es algo que puede pasarle a cualquiera, sobre todo cuando se ha generado dolor y sufrimiento. Es comprensible y muchas veces inevitable. Pero no darle al otro la oportunidad de contar su propia historia, es lo que a lo largo de la historia ha generado enfrentamientos entre personas y grupos, los cuales han llegado al punto de desatar guerras dando origen a matanzas y masacres como las que se han presentado tantas veces en un país como Colombia. Son miles los casos que se oyen de masacres cuyas víctimas son familias campesinas inocentes que por haber alojado una noche a miembros de un grupo armado han sido asesinadas porque el grupo contrario presume, sin saberlo, que esas familias también son enemigas. Jamás oyen ‘el otro lado’ de la historia.

Antes de decir que todos los colombianos son narcotraficantes, o que todas las historias en Nigeria son catastróficas, escuchemos sin prejuicios la historia de los otros. La capacidad para comprender al otro comienza por la capacidad para oír su historia. Si tantas víctimas de los conflictos en el mundo lo han logrado hacer con sus victimarios, no hay razón para que quienes contamos con la fortuna de no haber sido víctimas directas de ninguna guerra no podamos empezar a oír las historias de quienes nos rodean. Es un primer paso para desarrollar la verdadera comprensión y así, contribuir de alguna manera a construir una mayor armonía en la humanidad.

*Psicóloga-Psicoterapeuta Estratégica
ximena@breveterapia.com
www.breveterapia.com

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