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Las cosas, en la Corte de Los Angeles donde se efectúa el juicio de O.J. Simpson, transcurren a un ritmo más interesante que el de la televisión

Semana
24 de abril de 1995

DEBO CONFESAR PUBLICAMENTE que la fascinación morbosa que me produce el caso O.J. Simpson me obligó a asomarme por estos días al juicio en Los Angeles, para ver con mis propios ojos esta extraordinaria farsa en la que tres de los mejores abogados del país intentan por todos los medios defender a uno de los hombres más culpables que ha producido la crónica criminal. El principal argumento de la defensa ha consistido en culpar de racista al detective que encontró los cadáveres. Que además de ser un 'churro', ha ridiculizado con sus lógicas respuestas la acusación de haber recogido del lugar de los hechos uno de los guantes del asesino, para después botárselo a Simpson en el jardín, porque odia a los negros.
Doscientos millones de dólares se calcula que hasta ahora ha producido este juicio en la venta de parafernalia, principalmente libros, escritos por sus protagonistas. El propio Simpson se ganó una buena fortuna con su libro 'I Want to Tell You'. Otro tanto la familia de la muerta, Nicole, que dejó consignada su propia versión en el bestseller 'Private Diary of a Life Interrupted'. Está en proceso el libro de la hermana de Simpson, única biografía autorizada. Y como si fuera poco, el amigo del futbolista que le manejó la camioneta Bronco en la espectacular persecución televisada por las autopistas de Los Angeles preparaba otro, cuyo título sería 'I Want to Drive You'. Finalmente se transó por alquilar un número 900, donde absuelve telefónicamente las preguntas de su público por la módica suma de 2,99 dólares el minuto. A eso habrá que sumar las 12 versiones que del juicio inevitablemente escribirán los miembros del jurado. Ya el juez Ito tuvo que cambiar a uno de los jurados, porque estaba tomando apuntes del juicio para adelantárseles a los demás.
Las agencias de viajes han inaugurado un nuevo tour por la ciudad de Los Angeles: por un precio módico, el tour incluye una visita a la casa de la difunta, donde la mataron en compañía de su novio; a la mansión de Simpson y a los restaurantes donde ambos comieron antes de los hechos.
El famoso Robert Shapiro, abogado de Simpson, es olímpico. Para demostrar que la inverosímil acusación de racista que le hace al detective del caso no es una animadversión general hacia la Policía, ahora se presenta al juicio con un escudito en la solapa que es el símbolo del apoyo a la institución. El otro abogado de la defensa, un negro, Johnnie Cochran, fue acusado dos veces por su primera señora de "cultirle las vistas". De ahí que suene graciosa su frase de que el hecho de que Simpson hiciera con frecuencia lo mismo con Nicole, a quien dejaba brutalmente golpeada según consta en fotos y videos, no significa necesariamente que el futbolista la hubiera matado. Como tampoco debe producir suspicacias que Simpson haya manifestado miedo de someterse al detector de mentiras, con la disculpa de que como una vez se soñó que él mataba a Nicole, podría traicionarlo el subconsciente.
El jurado, que nunca se muestra en televisión por prohibición legal, está compuesto por nueve negros, un blanco, un latino y uno de raza mixta. Se visten como si fueran a acudir todos los días a un coctel, por una razón que nadie ha podido comprender. Incluso hay en el jurado un hombre con una pinta descomunal, que se pone con frecuencia: gabardina roja, corbata roja y zapatos rojos. Otras dos jurados mujeres se presentan con peinados tan elaborados, que tienen que levantarse por lo menos a las cinco de la mañana para lucir a tiempo en la Corte sus cascadas de bucles entreverados. Pero la vida de ninguno de ellos es fácil: viven en un hotel, alejados de sus familias, sólo pueden leer los periódicos que el juez les permita, tienen a una persona especial que les cambia los canales de televisión y les escoge los pocos programas que pueden ver, y el gran acontecimiento del momento, para estos pobres mártires, se produjo la noche en que les proyectaron la película de Los Picapiedra. Pero la más absoluta prohibición que les han impuesto es la de discutir el caso entre ellos mismos, que sería lo único interesante de ser jurado en este caso.
Y para la famosa abogada de la Fiscalía, Marcia Clark, que se ve fea en televisión pero es muy atractiva en persona, la vida no es tampoco fácil. Su esposo intenta quitarle la custodia de sus hijos acusándola de que su afán por encontrar pruebas en contra de Simpson no le deja tiempo para ser mamá.
La casa de Nicole Simpson está hoy desocupada, y en venta. En contraste, el jurado que visitó la casa de Simpson encontró todo un escenario montado: flores frescas, dos chimeneas prendidas, y una Biblia muy 'naturalmente' exhibida sobre una mesa. El juez Ito ordenó que de este escenario fueran apagadas las chimeneas, y retirada de la mesa de noche de Simpson una fotografía de su mamá que no estaba inicialmente allí.
En el jardín de la mansión está una estatua de tamaño natural que Simpson se mandó a hacer de sí mismo. La misma que Jason, hijo de su primer matrimonio, trató de destruir una vez con un bate de béisbol.
Las cosas en la Corte transcurren a un ritmo distinto, más interesante que el de las eternas declaraciones de los testigos que registra la televisión. Se ven detalles como la conversación entre las dos consuegras, la madre de Simpson y la de Nicole, mientras ésta última le enseña las fotograffas de los pequeños nietos que tienen en común, como si se tratara de las abuelitas de los hijos de uno.
Pero nada de esto salvará a Simpson. Hay sangre de Nicole en su Bronco, y en una de sus medias. Y sangre de Simpson en la reja del jardín de Nicole, donde fue asesinada. Está confirmado que horas antes del asesinato compró un cuchillo. Y está el detalle del guante asesino, encontrado en su propio jardín. Podrán decir que lo colocó allí el detective racista. Falta ver quién se inventa Shapiro que le dio por jugar con la sangre de ambos en un momento tan terriblemente inoportuno. Porque lo del mafioso colombiano no se lo creyó nadie.

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